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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Andrea Frigerio protagoniza «Una jirafa en el balcón»: «Nunca antes el cine trató las relaciones dentro de los grupos armados de los 70»

Andrea Frigerio protagoniza Una jirafa en el balcón, thriller dirigido por Diego Yaker con producción de Bourke Films (Rodolfo Lamboglia, Patricio Di Salvio, Juan Lamboglia) que tendrá su estreno nacional el jueves 5 de septiembre antes de su lanzamiento en streaming.

Allí encarna a Lidia Muñoz, una exiliada de la dictadura que 40 años después recibe en España una citación del Ministerio de Justicia argentino para declarar en el juicio por el secuestro y posterior desaparición de su compañero de entonces, padre de su hija.

Completan el elenco principal su hija Fini Bocchino, Juan Leyrado y la española Diana Gómez.

-¿Qué te decidió a encarnar este rol, qué encontraste en esta historia que aunque es una ficción, está estrechamente vinculada con la historia argentina?

¡Tiene todo lo que ver con la historia argentina! Recibí el guion a partir de que es una película independiente, chiquita y me interesó. Me interesó el personaje y también contar esa parte de la historia jamás contada. En muchísimas películas se habla de los años 70, de ese baño de sangre que fue para todos los argentinos. Pero no con ese enfoque. De hecho, cuando hice Rojo, de Benjamín Naishtat, tocamos un tema que tampoco se había desarrollado nunca: cómo se comportó la sociedad civil en ese entonces. La gente se manejaba como si no pasaba nada, mientras estaban pasando atrocidades.

-¿Qué cosas te movieron de tus propios recuerdos?

Yo era chica, pero me acuerdo perfectamente porque vi y escuché ese clima de época en mi casa. Mi papá era ingeniero y mi mamá maestra. Nunca tuve vínculo directo con ningún detenido desaparecido ni con ningún militar, pero de todas maneras, esto se impregnó en toda la sociedad. Por eso se vivía un clima hostil. Se notaba que algo pasaba, aunque no se hablaba abiertamente.

-¿Cómo se traslada ese clima de época a la película?

Una jirafa en el balcón -que dicho sea de paso tiene un título que parece un paso de comedia, pero no lo es, y tiene una razón de ser- habla de las relaciones dentro de los grupos armados de los años 70. Sobre cómo se delataban entre compañeros para salvar el pellejo, para salvarse la vida. Es un debate muy profundo, porque uno dice “qué barbaridad, que se delataban entre compañeros”, pero hay que estar en una situación así y ver cómo reacciona cada uno.

Por definición, estoy en contra de la violencia en todas sus manifestaciones. Incluso en las últimas que estamos observando en estos días. Todo tipo de violencia no es el camino y en Argentina lamentablemente siempre la violencia parece ser el único camino para conseguir las cosas. En este caso, donde están en situaciones de de mucha violencia -de un lado y del otro-, muchos compañeros de Montoneros o del ERP no pudieron reaccionar de otra manera más que delatando a sus propios compañeros para salvar su pellejo, el de sus familiares o el de sus conocidos. Este es el tema central de la película, en la que esta mujer, Lidia Muñoz, se va muy joven exiliada a España porque un compañero, con quien tiene una relación personal intensa, la delata.

-¿Qué debe tener un proyecto para que te decidas a encararlo?

Me tiene que enamorar la historia y atrapar el personaje. Me tiene que conquistar desde el punto de vista del desafío. Si me llaman para hacer de una señora parecida a Andrea Frigerio, yo digo que no. En el 99,9% de los casos me alejo de ese tipo de proyectos. Me aburriría en el set, me aburriría estudiando. ¡No me atrae en lo más mínimo!

Me interesa cuando veo que hay miga para poder armar un personaje bien diferente a mí. Nosotros los actores tenemos esa posibilidad de vivir otras vidas. En otras profesiones no ocurre. Estudio mucho a cada uno de los personajes y eso me da la posibilidad de interpretar una circunstancia muy diferente a la mía. En este caso, en un momento que no viví con esa edad. Me interesa muchísimo estudiar para ser más idónea en una materia.

Otras razones tienen que ver con el elenco, con el director y con lo que él quiere contar. Eso me va atrapando.

-¿Cómo fue el vínculo con Diego Yaker y en qué medida le aportaste tu experiencia y tu mirada?

El vínculo es una construcción. Siempre es una conversación intensa entre el director y el actor; sobre todo si el director, como en este caso es Diego, es una persona permeable y sabe y quiere escuchar. Lo mismo me pasa a mí. Aprendo algo de todos los que conozco. Prefiero escuchar antes que hablar. Con Diego me pasó eso. No nos conocíamos: me llamó y me dijo que quería que hiciera el personaje. Le pregunté por qué y me habló de la ductilidad que le veía a mis personajes y que él sentía que lo iba a poder encarnar. Fue una larga conversación. Finalmente aporté mucho más que eso porque me enamoré del proyecto y del personaje.

-¿Cómo se aborda un papel que no tiene que ver con una misma?

¡Yo no juzgo a mis personajes! Me encanta decir que soy la abogada de mi personaje: la defiendo a muerte porque siento que tenía esa personalidad y la quiero respetar. Si estoy de acuerdo o no es otra cosa.

Estoy en las antípodas del pensamiento de Lidia Muñoz porque no elijo la violencia para solucionar o arreglar las cosas. Todo lo contrario: generalmente soy súper empática y diplomática. Pero por eso no voy a juzgar a mi personaje. En este caso, ella tenía estos ideales. No nos olvidemos que muchos chicos tenían ideales románticos, que el guevarismo estaba a la orden del día.

El otro día le pregunté a mi hija, que tiene 27 años, si sabía quién fue el Che Guevara y me contestó que obviamente. Pero hay muchos chicos que no y creen que es una remera.

En esa época había una cosa romántica del líder revolucionario que después se cayó. ¿Qué pasa? Lidia se va exiliada, ayudada por algunos otros compañeros, con pasaporte falso y se va a España. Ella que es médica, en España no ejerce la medicina, sino que vende empanadas. Es una mujer derrotada y muerta en vida.

-Volviste a trabajar con tu hija, Fini. ¿Qué ves en ella de vos misma a esa edad?

Tuvimos un solo cruce, porque como hacemos el mismo personaje -ella en la juventud y yo en la etapa adulta-, no pudimos compartir set. Salvo una licencia que se tomó el director de hacer como un flashback: al mismo tiempo que estamos en el presente hay un flashback del pasado, un recurso muy interesante.

La carrera de Fini es muy distinta. Está por estrenar en el San Martín su primera obra de teatro, una obra de (Enrik) Ibsen. Y yo le digo que a mí no me llamaron nunca del San Martín. ¿Por qué? Porque empecé a trabajar como modelo y ese estigma me persiguió durante muchos años: si venís de un mundo que es tan frívolo y superficial, jamás podés hacer teatro en el San Martín. No te invitan a ser parte de eso. Siempre lo miré con deseo, pensando “ojalá que me pase”.

En cambio, a ella la llamó Helena Tritek, nada más y nada menos. Y no estoy segura de que ella sepa que es mi hija: le gustó como intérprete. Fini estudió muchísimo. Se fue a Francia, se perfeccionó y fue a la Universidad de Artes Escénicas. La miro como una actriz que hizo un recorrido muy diferente al mío: ella canta, baila y tiene otra preparación. Yo fui descubriendo el camino y en ese camino fueron apareciendo los espacios.

Julia Montesoro

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