Alejandro Díaz Castaño lleva ocho años al frente del Festival Internacional de Cine de Gijón, cuya 62ª edición se va a celebrar del 15 al 23 de noviembre y que tiene abierta la convocatoria para presentar largos y cortometrajes, con especial énfasis en el cine independiente y en los cineastas emergentes.
Como señala su carta de presentación, “El FICX es un certamen conjugado en presente que mira al futuro: frente a la cantidad, la calidad; frente a la acumulación, el filtro; frente a la despersonalización, la cercanía; frente a la competitividad, la colaboración y la implementación de acciones concretas con otros certámenes, en una clara apuesta por la sostenibilidad en cuanto a formato y recursos. Más allá de convencionalismos, etiquetas y debates sobre géneros y narrativas, el Festival de Gijón/Xixón vuelve a apostar por un cine honesto, un cine de historias que bucea en el ayer y saca a flote el hoy para reconstruir el mañana”.
Díaz Castaño también es periodista y cineasta (su cortometraje La fuga, de 2016, se presentó en el BAFICI) y a comienzos de junio, presentó Na faltriquera, libro de poemas escrito en asturiano.
-Hace ocho años que estás a cargo del Festival de Gijón. ¿Cómo fue variando la programación?
La programación ha pasado por diversas fases. En el momento de la pandemia tuvimos que hacer una edición íntegramente online por las restricciones que había por aquel entonces, que no permitieron llevarlas a cabo en las salas. Pero eso ha permitido reforzar bastante y mantener la programación online. Ahora mismo está compuesta por ciclos de cine reciente. Pero no de estrenos: los estamos guardando para que la gente vaya a las salas a verlo. Es importante que hagamos todo lo posible para que el cine siga disfrutándose en las salas. Los festivales tenemos una gran responsabilidad.
Básicamente, el mayor cambio ha sido que la sección oficial ahora tiene dos competiciones. Una se llama Albar. Es para ese cine que significa “madera noble en asturiano”, que se ejemplifica más con nuestra línea de programación: el cine de autor, de ideas, personal. Ese tipo de cine que tiene una caligrafía que expresa sentimientos y también reflexiones.
Hay una segunda competición que se llama Retueyos. Es una palabra asturiana que define a los brotes verdes. Ahí tenemos primeras, segundas y terceras películas a cargo de los grandes cineastas del mañana. Es una línea de trabajo que el festival siempre ha mantenido desde hace muchos años. Por aquí pasaron, cuando apenas eran conocidos, cineastas como de Darren Aronofsky, Kelly Reichardt o Nicolas Winding Refn, por citar algunos.
-Gijón se destaca por darle cabida al cine asturiano. ¿En qué medida el festival potenció la creatividad de los realizadores locales?
El cine asturiano ha sido siempre muy importante. Antes de empezar nosotros en la dirección del festival, nadie recordaba la última película asturiana que había competido en sección oficial. ¡Esto ha cambiado muchísimo! Casi todos los años tenemos alguna película asturiana compitiendo en las principales secciones, no solo en una sección regional. Esto ha ayudado a que se tome cada vez más en serio la gente que tenemos aquí en Asturias. También porque al hacerlos esforzarse y trabajar más, pueden conseguir el premio de estar en una competición internacional. Es algo que hemos intentado potenciar siempre.
También con otras iniciativas, como Academia FICX -que es una iniciativa de formación- y que continuamos ahora con SEMILLERU, que es otra de nuestras patas del festival, que es para trabajos en desarrollo y de formación. Ahí hemos intentado, en la medida de lo posible, colaborar con el cine asturiano e intentar impulsarlo.
-Cada vez se advierte más presencia de mujeres directoras en el festival. ¿Te interesa acompañar los cambios que se vienen generando?
El hecho de programar cada vez más cine hecho por mujeres se corresponde con los tiempos. No se trata de regalarle a nadie la selección en el festival, pero sí de tratar que la selección esté lo más balanceada posible. No ha sido difícil, teniendo en cuenta que en los últimos años cada vez hay más cine interesante dirigido por mujeres. Simplemente nos hacemos eco de esto.
Hemos visto también que por fin directoras podían ganar grandes festivales como Cannes, Berlín o Venecia recientemente, algo que no era nada habitual. Obviamente, nosotros nos hacernos eco de este movimiento, que es particularmente interesante en España. Hay muchas directoras jóvenes que han pasado por el Festival de Gijón, como Carla Simón, Celia Rico, Elena Martín Gimeno, Clara Roquet o Elena López Riera, por citar solo algunas. Es una cantera de grandes cineastas que además colaboran entre ellas y por lo general son amigas e intercambian ideas.
-Gijón hace honor al cine iberoamericano, es su sello de identidad. ¿Hay alguna razón en especial?
Partimos de una realidad: desde 2000 tenemos como jefe de programación a Fran Gayo, quien fue programador del BAFICI durante años y está afincado en Buenos Aires. Su conocimiento del cine argentino e iberoamericano en general hizo que fuese interesante tener una tercera competición, Tierres en trance, que está dedicada al cine latinoamericano.
Siempre pongo el símil del fútbol: si tú tienes un delantero que va muy bien por arriba, hay que ponerle balones a la cabeza. Y si tienes un jefe de programación que tiene un dominio enorme del cine iberoamericano, pues hay que aprovecharlo y programar una sección de cine iberoamericano. Que además nos ha dado grandes alegrías en los últimos años, particularmente con el cine argentino.
-Justamente ser independiente, mujer e iberoamericana responde al perfil de María Aparicio, que fue el premio a la mejor directora en la sección Tierres en trance de la última edición, por Las cosas indefinidas. ¿Cómo definís la interacción con el cine argentino?
Es muy natural, ¿no? Siempre ha habido una ligazón y en esto, Fran Gayo ha tenido mucha responsabilidad entre el festival y ciertos cineastas argentinos. Aquí en Gijón hace ya bastantes años tuvimos en la sección oficial a Lisandro Alonso (ganó el festival con Liverpool), Santiago Mitre (ganó con El estudiante), Pablo Agüero y Ezequiel Acuña, por citar solo algunos. En años más recientes hemos tenido nombres como Mariano Llinás o el propio Lisandro, que suele venir uno año sí y otro no al festival. Junto con ellos hay nuevos talentos, como es el caso de María o de Juan Pablo Basovih y Sofía Jallinsky, que presentaron Palestra, una película que aquí les granjeó tener una serie de fans. Luego vinieron también con su siguiente trabajo, Estertor. Ellos no habían podido venir a presentar Palestra porque era la época de la pandemia, pero fueron aclamados dentro de la sala. ¡Eso lo vi!
Es una relación muy especial. Creo que también los cineastas argentinos se encuentran a gusto en Gijón y su público. Y con la dimensión de festival que tenemos: con visitas de primer orden, pero también con un tamaño un poco inferior al de otros de nuestra misma proyección, de acuerdo al número de películas que programamos.
-La cantidad de películas programadas responde a una estrategia.
Intentamos mantener el festival siempre en un tamaño que nos permita que respire la programación y que cada película tenga su momento con la prensa, público y visibilidad. Creemos que acumular películas y estrenos en un montón de secciones no siempre es positivo. Es mejor mantener el tamaño de las secciones en algo más manejable, porque así las películas tienen más posibilidades de acceder a premios, por un lado, y por otro de tener su momento de con la prensa. Es importante que la prensa no se asfixie por un exceso de películas en las competencias.
-¿Qué tienen que tener una película para para ser acogida por el festival de Gijón?
Es una pregunta muy buena y muy difícil. Nosotros siempre decimos que tenga “algo”, ¿no? Ese algo es lo más importante. Nosotros mezclamos todo tipo de películas en las competiciones: cine de ficción, de no ficción, cine de animación… ¡Nos vale todo! Siempre y cuando tengan algo que las que las diferencie del resto. Sobre todo, por esas fórmulas de cine comercial que hay. Que también las tiene el otro cine. Es algo que se está hablando mucho, a raíz de los laboratorios que hay, que hacen que todas se parezcan mucho entre sí. Sí, es verdad: hay un tipo de “película de festival” que se parece entre sí. Nosotros buscamos las películas que rompan un poco con esto. Aunque tengan elementos en común con otro cine que se ha visto en Gijón, que le den una vuelta de tuerca. Que nos desafíe y nos sorprenda. Que sea un cine arriesgado y, aunque tenga mayor o menor presupuesto, ponga encima de la mesa ideas, reflexiones y que nos transmita valores humanistas.
-El concepto de “humanista” no es frecuente en las decisiones de programación. ¿En qué consiste?
Es algo que cada vez nos interesa, más frente al cine de la crueldad o una especie de cine cínico, que era más habitual en los festivales de hace años y que es algo que cada vez nos atrae menos. El tipo de cine de Michael Haneke, por ejemplo. Un cineasta importante en los 90. Es un tipo de cine que ahora mismo nos interesa menos porque lo que hace es deconstruir, analizar de forma muy fría y provocar, subrayando la deshumanización de la sociedad actual.
Nosotros estamos más por un cine de la reconstrucción moral, de los valores humanos y de la ética. Estamos viviendo en una época en la que esos valores se ven amenazados. Creemos que es muy importante defenderlos, aunque suene un poco utópico. Es más importante que nunca. Hay que dejar claro que hay una serie de líneas rojas -como se dice ahora-, que no podemos pasar. Y sobre todo, programar películas que cuiden a los personajes.
-No te debe ser ajeno el severo ajuste administrativo que existe en la Argentina con el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. ¿De qué manera puede impactar en la inserción del cine argentino en el festival de Gijón?
Creo que en esta edición, al menos por el momento, no se va a notar demasiado. Lo digo porque ya tenemos alguna película argentina confirmada y sé que nos están llegando obras muy interesantes. Pero creo que sí que podría tenerlo probablemente en la próxima y en las siguientes, de no revertirse la situación. Es una lástima. No lo puedo creer, sinceramente. Siempre he tenido una cierta envidia del cine argentino. Sobre todo hace unos años, en los cuales el cine independiente, de autor, el más arriesgado en España, lo constituía un pequeño grupo de directores y directoras. ¡Casi que eran francotiradores!
Ahora ya ha crecido más, pero en aquella época yo veía un cine que se hacía en Argentina que me parecía increíble. Veíamos películas como las mencionadas de Lisandro Alonso, Los rubios, de Albertina Carri o La ciénaga, de Lucrecia Martel. Era un cine que me parecía increíble por el alcance que tenía y la capacidad de generar ficciones con muy poco presupuesto y con increíbles interpretaciones.
El cine argentino es un cine de muchísimo valor y casi todas las películas que veíamos tenían financiación del INCAA. Eso es algo que tampoco era habitual de ver en España, porque ese cine más independiente español a veces no tenía la financiación ministerial. Algo que en los últimos años cambió, con las modificaciones hechas desde la directora del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), Beatriz Navas y continuadas ahora por Ignacio Camós Victoria. Ahora ves muchas más películas independientes y arriesgadas con el sello ministerial.
Con esto quiero decir que es una lástima porque con una inversión, que no creo que fuese muy grande, se estaban pudiendo financiar muchas películas en Argentina. A lo mejor luego no sean los grandes taquillazos blockbusters de cine hollywoodense, pero ayudan a las visibilización de Argentina fuera de las fronteras. Sirven para tener prestigio a nivel internacional. El cine argentino lo tiene. Y me preocupa mucho que se pueda perder. Amén de todos los talentos jóvenes que tiene cine argentino. Tenemos gente haciendo ese tipo de cine, que en Hollywood ya ha sido reconocido y luego toda esa gente joven que le sigue la estela. Y ahora esperamos que no vean truncada su carrera.
-Nosotros esperamos lo mismo. Por último, el festival de Gijón cumple 62 ediciones ininterrumpidas. ¿Cuál es el secreto de ese éxito?
Inicialmente es una labor que tiene nombre y apellido: Isaac del Rivero. Es la persona que fundó el festival en el año 62 y que fue su director hasta principios de los años 80. Fue un empeño suyo personal y era un esfuerzo en el cual había un grupo de personas, que era su equipo y que estaba alrededor, que también tenían mucho crédito. El tenía una gran energía para sacar adelante un festival dedicado a la infancia y a la juventud. Y consiguió la hazaña de programar películas del este de Europa. Con la idea de que eran películas infantiles, pudo burlar la censura en España. De esta forma, se pudieron ver películas procedentes en Checoslovaquia, Polonia y de países del otro lado del telón de acero, donde nunca llegaban películas. Para mí es una figura fundamental.
Luego hay un segundo cambio en el festival y es cuando se convierte en un Festival de Cine independiente y de autor a mediados de los 90, con la llegada a la dirección de José Luis Cienfuegos y a la programación de Fran Gayo, que es nuestro actual jefe de programación. Ahí el festival se convierte en lo que llaman el Sundance español y empiezan a pasar grandes cineastas del cine independiente estadounidense y del resto del mundo.
El Festival ha intentado mantenerse en un lugar en el que sea un sitio de descubrimiento y de apuesta por un cine joven. Esto siempre lo ha tenido. Hemos mantenido también nuestra sección para estudiantes -ahora se llama Enfants Terribles-, que es una de nuestras secciones con más público, con más de diez mil estudiantes que vienen todos los años a ver las películas. Esperemos que sigan creciendo porque antes de la pandemia eran todavía más.
Por otra parte es un festival muy conectado con la ciudad y con el tejido asociativo de Gijón. Ahora mismo tiene muchas proyecciones realizadas en colaboración con distintas asociaciones de la ciudad. Esto se ha potenciado también los últimos años y que ayuda a que al festival todo el mundo lo sienta como suyo. Son tesoros que hay que cuidar. Conseguir tener algo como el festival de Gijón, con tanto público -estamos cerca de las cincuenta mil entradas vendidas durante el festival-, es algo que hay que atesorar.
Es verdad que tiene la solidez de la empresa Divertia Gijón y de todo el personal que trabaja durante el año. Además de poder hacer toda la labor para preparar cada edición, que administrativamente es cada vez es más compleja, también tenemos un equipo de producción que sabe proyectar y que puede realizar muchas actividades durante el año. De hecho, cada vez realizamos más proyecciones durante el año para fidelizar al público. Es una suerte tener un equipo de gente que va a estar ahí siempre para sacar adelante el festival.
Julia Montesoro