Edgardo Borda, el último de los grandes directores de los años fundacionales de la televisión argentina, falleció el domingo 9 a los 94 años. Dedicó más de siete décadas a su trabajo detrás de las cámaras, desde donde produjo grandes éxitos y apuntaló grandes nombres del mundo artístico.
Hasta mayo de 2023 permaneció en actividad: su última participación televisiva fue como director de La jaula de la moda, en la señal Ciudad Magazine que él mismo fundó.
En 1951, cuando se inauguró la TV en argentina con LR3 Radio Belgrano TV -que luego sería Canal 7-, Borda era electricista, telefonista y operador de los equipos de radio de las ambulancias. Alguien le dio un consejo que cambió su vida y se fue a la televisión. Allí comenzó su carrera como técnico y switcher. Dirigió el primer noticioso y la primera televisación de un partido de fútbol.
Lo que hoy se presume un cambio de paradigma en las pantallas, con la irrupción de las plataformas, ya lo había hecho Borda hace más de 60 años: en 1960 dirigió un largometraje para televisión, Los acosados, protagonizado por Pablo Acciardi, Alfredo Alcón y Orestes Caviglia. Ese mismo año estuvo a cargo de dos miniseries, Ceremonia secreta (basado en el cuento de Marco Denevi) con Estela Molly, Nelly Panizza y Milagros de la Vega, de tres episodios y Topaze, con Narciso Ibáñez Menta y Pepe Cibrián, de diez episodios.
No era streaming sino una pantalla chica a la que se accedía sin pagar una membresía y sin restricciones. Tampoco había fastuosos presupuestos generados por una industria multinacional que despersonaliza e invisibiliza el trabajo argentino: era la naciente industria nacional con jóvenes talentos puestos al servicio de una nueva forma de comunicación y de entretenimiento.
En 1962 perteneció al equipo fundacional de Canal 9 y obtuvo un suceso inolvidable: el teleteatro El amor tiene cara de mujer, estrenado en 1964 y prolongado durante cuatro temporadas.
Fue director de numerosos programas cómicos y comedias, en años en que el humor formaba parte de la grilla televisiva y no hacía falta sobreactuar idoneidad moral ni antinomias fingidas en programas de panelistas de esquemas idénticos, que de tan ordinarios y patéticos son divertidos.
Entre ellos se destacaron Telecataplum (luego Hupumorpo), con un elenco coral de artistas uruguayos coformado entre otros por Ricardo Espalter, Enrique Almada, Andrés Redondo, Raymundo Soto, Julio Frade y Berugo Carámbula; Porcelandia, con Jorge Porcel; El Gran Marrone, con José Marrone y Tato por ciento, con Tato Bores.
También dirigió comedias seriadas costumbristas como Mis hijos y yo, Yo soy porteño o Gorosito y señora.
Entre tantas otras figuras inolvidables de la televisión, fue director de Mirtha Legrand en varias temporadas de sus almuerzos. Le tocó protagonizar un episodio que hoy sería hasta gracioso pero que cuatro décadas atrás significaba un escándalo. En los años 70 el actor español Alberto Closas protagonizó un comercial del vino Casa de Troya y fue invitado a la mesa de Almorzando con Mirtha Legrand. En algún momento, en forma coloquial, dijo al aire “culito”. A posteriori y reprimenda de los macarras de la moral mediante, Mirtha y Borda como responsable de la salida al aire, debieron disculparse por ese desliz absolutamente inocente, pero que el pensamiento medieval políticamente correcto de la época condenaba.
También protagonizó (y padeció) un suceso que se asemejaba a un gag pero tenía una profunda connotación de repudio a la dictadura militar, instalada desde el 24 de marzo de 1976. Alberto Olmedo, en el primer (y último) programa de esa temporada de El chupete, inició la emisión con un fundido a negro y una voz en off que decía que el actor “había desaparecido”. Pasados los primeros segundos de silencio, Olmedo salía al aire corriendo y argumentando que había llegado tarde. El interventor militar, en un alarde de inteligencia de los que no abundaban, entendió la broma como lo que realmente significaba: una alegoría a la tragedia que vivía la Argentina, en la que cotidianamente desaparecía gente. Olmedo y Borda fueron inmediatamente despedidos. El bufo, además, sufrió amenazas de muerte y debió salir de la escena pública por un tiempo.
Recién reaparecería en la pantalla chica dos años más tarde, en un olvidable programa infantil de libretos esquematizados.
En una entrevista al diario La Nación, Borda describió, evocando sus orígenes: “En esa época, pensaba que esas ´ventanitas´, porque no les decíamos pantalla, iban a cambiar el mundo, ya que la gente iba a comenzar a recibir información visual directa sobre lo que ocurría”. Era un visionario, en tiempos en que se estaba creando un arte nuevo.
En 2019, en la entrega de los Martín Fierro al Cable, se le dio un reconocimiento especial a su trayectoria. “En los últimos años me tuve que reinventar y adquirir conocimientos que no tenía. La televisión significa todo para mí”, expresó. En el mismo sentido pero en dirección opuesta, se podría decir que Borda significó todo para la televisión.
Norberto Chab