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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Agustín Carbonere estrena «El santo»: «Me interesaba contar la curva de alguien que sacrifica su talento para convertirse en un producto»

Agustín Carbonere es el director, productor y guionista de El santo, su primer largometraje, que cuenta la historia de un curandero barrial devenido en figura mesiánica pop. Está dividida en cinco episodios que describen la gloria y el ocaso del protagonista.

Está protagonizado por el uruguayo Roberto Suárez y en el elenco también aparecen Elisa Carricajo, Claudio Da Passano (fallecido en enero del año pasado), Benjamín Mateos y José Fogwill.

El santo se exhibe desde el jueves 28 en Cine Arte Cacodelphia.

-El punto de partida de El santo es el deseo, en tanto es un proyecto independiente, que se llevó adelante con recursos propios. ¿Qué te llevó a embarcarte en la propuesta?

Deseo es una excelente palabra porque esa es la motivación principal para hacer la película. Porque fue muy deseada y porque necesitaba hacerla, más allá de la historia que cuenta. Necesitaba expresarme en un medio como el largometraje. Fue un esfuerzo y obviamente un sacrificio. Necesitaba contar una historia, pero también producirla y filmar de esta manera. Estoy acostumbrado a dirigir comerciales, un mercado en el que la industria es gigante y tiene sus normas. Yo quería hacer algo más de autor. No solo en cuanto al estilo, sino también a la manera de producir, de crear artesanalmente.

-¿Cuál de los universos que aborda El santo (el curanderismo, el trayecto de gloria y ocaso, las creencias populares) querías resaltar?

La fe y esta idea del esoterismo es algo innato en mí, está todos los días. No era tanto el tema de la película: más aun, yo digo que esa es la locación de la película. Me quedo más -voy a parafrasearte-, con la idea de ascenso y ocaso. Y también en la manera en que uno se convierte en un producto: le pasa al protagonista y de alguna forma a todos. Todos los días nos estamos autopromocionando para volvernos una herramienta del mercado. Así, la sacralidad que uno tiene en la vida se va perdiendo. Siempre quise tener esta curva de personaje de ascenso y ocaso. A veces lo defino en inglés porque es más directo: rise and fall. Esa curva de alguien que sacrifica su talento y su integridad para convertirse en producto. Es lo que más me interesó.

-¿Qué te llevó a plantear la fe como “locación”?

Algo de lo que soy fanático es de la fe. Siempre me encantó la parte mística. Me interesa mucho el esoterismo y el curanderismo. Estudié e investigué mucho para la película, aunque ese sea el contexto y no el tema central. Tengo como una historia con el tema: cuando era chico me curé el asma con un curandero.

Si la fe es el contexto y no el eje, ¿de qué buscabas hablar?

Yo estudié con Mauricio Kartun. Y le saqué esta idea -me imagino que como todos sus alumnos- de que no empezás a escribir diciendo “quiero hacer un statement”, sino empezando a escribir. Tener una imagen generadora y lanzarse. En el camino me fui dando cuenta de que era una historia sobre la autoexplotación. Esta cosa de Byung-Chul Han, que se puso de moda, de autoexplotarse.

¿Pero sabés lo que me pasó? Terminé de ver el primer corte de la película y fue algo medio mágico: vi una especie de homenaje a mi papá. ¡Fue muy loco! No fue ni buscado ni pensado, para nada

Había algo de la relación con el niño -no en la parte trágica, sino en ese vínculo invisible- en el que él es su gran pilar y su último lugar ante la locura. La película termina hablando de eso.

Cuando mi familia la vio me preguntó si hice la película por él. Encontró los hilos. Yo terminé hablando del tema sin querer. Fue algo que se me escapó: lo escribí todo, lo vi, lo monté y después, al verlo, me di cuenta.

-Los vínculos tienen mucho que ver con la historia también.

Me sorprendió a mí mismo, tanto por la relación paterna como por hablar sobre la paternidad. Incorporar la idea del hijo como salvación y al mismo tiempo como conexión sagrada.

También hay un especial homenaje a Claudio Da Passano, con quien forjé un vínculo de amistad fiel que en algún momento se rompe. Hay como una exploración de esto. Hay como un pequeño estudio de vínculos.

El santo tiene un protagonista esencial, que es el uruguayo Roberto Suárez. ¿Cómo te acercaste a él?

Había otros actores posibles. De hecho, la empecé escribiendo con otro actor en la cabeza. Pero en plena pandemia me pasó algo muy loco. Como no podía salir, me quedaba viendo Cine.ar. Así enganché La luz incidente, de Ariel Rotter. Cuando vi la cara de Roberto me pregunté quién era este tipo. Conozco al 90% de los actores argentinos y a éste no lo tenía. Enseguida noté que es un actor espectacular. Por la cara, los gestos, los micromovimientos. Aparece una referencia: “Roberto Suárez, actor uruguayo”.

Como filmo mucho en Uruguay y tengo muchos amigos allí, mientras veía la película le escribí a uno y le pregunto si lo conocía. Increíblemente, me contesta que en ese mismo momento estaba filmando con él. Le pedí el teléfono y le escribí: “Roberto, soy de Argentina, me llamo Agustín y voy a dirigir mi primera película”. Me preguntó de qué se trataba, le conté y me devolvió: “Hagamoslá”. Así, en cuatro mensajes.

Después viajé a Uruguay -también en la pandemia, cuando allá se abrieron los rodajes-, lo conocí y nos hicimos amigos. No solo es un tipo muy talentoso; también es muy comprometido. Tira ideas todo el tiempo. Juntos fuimos a estudiar hipnosis e hicimos varias cosas más para enriquecer al personaje.

-Hay en ese personaje una intención muy visible de no abordar el tema del curanderismo de forma sarcástica. ¿Cómo te planteaste sortear ese lugar obvio?

Cuando nos juntamos con Eva Padró -quien es una gran amiga y tuve la suerte de que sea la productora-, dijimos de no tentarnos con mostrar algo bizarro. A veces es simple ese recurso y es muy efectivo, pero para burlarme de alguien prefería no hacer la película. Nos comprometimos mucho en no mirar desde arriba.

-Ni ponerse por encima de los personajes ni juzgarlos.

No, no me interesaba juzgar y menos en una película. Hacer la película de la manera que lo hicimos fue un esfuerzo titánico. Y no podía malograrlo para señalar. Fue uno de los propósitos de la película: no nos podemos burlar ni podemos poner nada bizarro.

A veces se hace referencia a la escena del huevo: “eso es una pavada”, comentan. Y no es así. Nosotros estudiamos mucho que se usa para diagnosticar. Descubrimos que se usa desde la Rusia chamánica de Siberia hasta Latinoamérica. Es el método de diagnóstico de los chamanes y los curanderos en México. No hicimos la película para mostrar y señalar que somos más vivos.

-Ganaste el premio al mejor director en la Competencia Internacional del BAFICI del año pasado. ¿Qué descubriste en ese momento de tu película tras ese reconocimiento?

Cuando vi la película en el BAFICI me di cuenta de que rompí un lazo, ese del que editaba y pensaba. Ahora la película tenía una vida propia. Es como un ser independiente, como tener una especie de destete.

El reconocimiento no lo esperaba. Me emocionó de gran manera. Fue de mucha sorpresa.

-La película tuvo un importante recorrido internacional. Se exhibió en países tan diversos como Serbia, Brasil, Rusia o China, entre otros. ¿Por dónde pasa la universalidad del tema (o de los temas) que trata?

Yo tenía miedo cuando fuimos a China, invitados por Marco Müller, quien nos dijo que le había interesado. Yo decía que no nos iban a entender nada: obviamente, un prejuicio. Una vez allí, descubrí que hay una cosa perenne en todos lados, que se entiende, que es el tema del ascenso y el ocaso. Es muy tangible en todas las culturas, que atraviesa a los Popstars o a los deportistas.

También me impresionó la respuesta en Serbia, que objetivamente tienen una cultura un poco más hermética que nosotros. Tuvimos la suerte de ganar el premio al público, que es algo que me sorprendió. Actualmente la siguen exhibiendo a sala llena. Sigo sorprendido, pero la película es interpretada muy bien en todos los lugares donde va.

Julia Montesoro

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