En los primeros días de agosto, Ariel Rotter terminó de rodar el drama (con toques de comedia romántica) Un pájaro azul, protagonizado por Julieta Zylberberg y Alfonso Tort, con producción de Tarea Fina (Juan Pablo Miller). Con solo tres películas en dos décadas (Solo por hoy en 2001, El otro en 2007 y La luz incidente en 2015), considerado uno de los realizadores esenciales del cine argentino, su obra tiene innegables marcas de estilo la reflexión sobre el paso del tiempo, la búsqueda de sí mismo, los diálogos breves y los silencios sugerentes. Un pájaro azul parece sobrevolar esa línea.
-¿Cómo definís Un pájaro azul?
Trata sobre la transformación interna de una persona en el tránsito a hacerse hombre. Una pareja busca un embarazo que se le hace esquivo y en ese universo sucede un proceso de transformación de este hombre, que de algún modo deja su lugar de hijo para intentar asumirse como padre.
-¿Esa misma transformación interna del personaje se puede asociar a las que tuvo el proyecto?
Sí. El guion tuvo muchos cambios. Lo había escrito cuando buscábamos ser padres con mi pareja. Reflejaba ese tránsito tan difícil de quienes atraviesan ese momento y lo que sucede a medida que transcurren los años de búsqueda. El proceso lo abandoné cuando nos convertimos en padres. Después hice La luz incidente. Entonces Juampa Miller, productor y compañero de aventuras, me dijo: “¿voy a esperar siete u ocho años más para otra película tuya?”. Ahí me di cuenta de que tenía este guion, y que cada vez que lo leía me gustaba mucho. Conociendo mi eutoexigencia, me dijo: “Si vos creés que está más o menos bien debe ser buenísimo”. (Risas). Lo presentamos a concursos, ganamos algunos fondos y cuando nos propusimos hacerla, tres meses antes de empezar el rodaje, decidí reescribirla. La transformé en una deformidad más cercana a lo que me estaba pasando (Risas).
-Los proyectos sufren transformaciones. ¿Vos también las sufrís?
Cuando este proyecto se corrió de su traza original lo sufrí. Pero con el tiempo me fui amigando con el azar de hacer las películas sin tener total dominio de lo que cuentan originalmente. Los procesos demoran unos seis años de su creación al estreno: inevitablemente te tenés que abrir al devenir de las cosas.
-Hay un estilo Rotter que se caracteriza por la austeridad en la puesta en escena, en el marco intimista, en la observación de los personajes. ¿Un pájaro azul respeta esas formas o buscaste una ruptura con esa línea?
Soy maleable, dentro de las limitaciones que tiene la producción. Pero la respuesta es que la película suscribe a esa descripción: es austera, intimista, intenta comprender los procesos internos de una persona. Mal que me pese, ese universo de interés -que es el que me pasa a mí-, termina forjando un estilo.
Alguna vez hablando con el director de fotografía Guillermo Nieto sobre cómo filmar los planos y contraplanos en una escena de dialogo, le decía que no puedo tolerar que esté el personaje solo, sin la referencia del otro. Como si fuese una limitación mia, necesito encuadrar con la referencia. Y me contestó: “No te preocupes, que las limitaciones van a terminar formando tu estilo”. Uno vuelve a visitar los lugares donde se siente cómodo. Esta película me propuse convertirla en un drama tremendo, pero de a poco se va convirtiendo en una especie de declaración de amor. Como si hubiera una característica que no puedo evitar.
-Una de los rasgos distintivos de tu estilo son los castings no tradicionales. ¿Cómo fue esta experiencia?
No hago castings tradicionales. Nunca. Es una situación que me resulta incómoda y me parece incómoda para el actor. Me manejo con intuiciones. Siempre tengo una charla con la persona y saco mis conclusiones.
En este caso, la película fue como un regalo que me hice por la posibilidad de trabajar con un montón de actores con quienes siempre quise trabajar. Me animé a llamarlos para roles pequeños, aun sin conocerlos, pidiéndoles disculpas de antemano.
-¿Qué te convenció de Julieta Zylberberg y de Alfonso Tort? ¿Cómo fue el trabajo con ellos?
A diferencia de La luz incidente, esta película está contada desde el punto de vista del hombre. Hay algo de la sensibilidad del género que siempre me interpela. Quise que lo contara Alfonso Tort.
Un viejo anhelo mío era trabajar con Julieta. No nos conocíamos, pero era amiga de amigos, había una sensación de afinidad. Cuando nos encontramos a charlar vi a alguien muy joven en sus modos, muy ondera. Pensé: “yo escribí esto para una mujer de 40 años que no puede tener hijos, cómo le digo que no hablo así”. Me empecé a preocupar. Me vio la cara de preocupación y me dijo: “¿vos querés que actúe, no?”. Hicimos un ensayo y cambió totalmente.
Con Tort fue pura intuición. El desafío era construir un protagonista con el cual no te identificás: sus actos no son del todo nobles. Ella sufre mucho y él está en otra. A lo largo del proceso lo vas queriendo. Su trabajo fue fantástico.
Julia Montesoro