Virna Molina estrenó el jueves 5 el documental Retratos del futuro, su primera película sin la codirección de Ernesto Ardito, cuyo estreno mundial se realizó en el International Documentary Film Amsterdam.
Se trata de un viaje sobre el impacto personal y colectivo de la pandemia de Covid que azotó a la humanidad en los últimos dos años. En el vértigo de sus imágenes se pierden los límites entre realidad y ficción. Entre espectadores y protagonistas. Entre la sala y la pantalla.
Retratos del futuro se exhibe en el Centro Cultural San Martín el viernes 15, domingo 15, viernes 20, domingo 22, sábado 28 y domingo 29 de mayo.
-¿Qué película era Retratos del futuro y de qué manera fue tomando nuevas formas hasta convertirse en lo que es?
Arrancó como una propuesta experimental de contar una forma distinta del futuro. Un futuro construido colectivamente, algo que de alguna manera se había cristalizado con la lucha de los trabajadores y trabajadoras del subte durante tantos años. Habíamos seguido esa lucha con Ernesto (Ardito) durante el rodaje de Corazón de fábrica, filmando distintas situaciones, y también los habíamos acompañado en otras instancias porque estábamos convencidos de que era una lucha alucinante en términos sociales, políticos y a muchos niveles.
Mi idea era esa historia como paradigma de un futuro distinto, a partir de lo que es la utopía y la distopía, y de este statu quo que plantea que el futuro va a ser terrible y desesperante y que no hay forma de transformarlo. Empecé a filmar trabajadores del subte y cada vez me metí más en la historia y en el trabajo de las compañeras de esa actividad. En ese proceso, que cada vez me fue absorbiendo más y se transformó en una película, ocurrió la pandemia. A partir del aislamento la realidad se dio vuelta y aparecieron los cuestionamientos frente a lo que estaba filmando. Con los fragmentos que ya tenía y lo que estábamos viviendo surgió la versión definitiva.
-La realidad de la pandemia comenzó a manifestarse y a influenciar en las conductas. ¿Cómo influyó en vos y a su vez, en esta nueva versión de Retratos del futuro?
La pandemia fue como una ventana bisagra al futuro. Hubo un mensaje muy potente de que si nosotros no transformamos el mundo que tenemos, vamos camino a la destrucción del planeta. Por el gran desequilibrio social y porque además le sacamos cada vez más cosas a la vida material, para supuestamente poder hacer más en este mundo virtual.
Frente a ese escenario sentí que tenía que romper con lo que estaba contando y con la forma. Me permití jugar con algo experimental, usando una herramienta que adoro que es el montaje. Dejé que las máquinas me fueran guiando en este proceso de juego audiovisual y poético, una definición que me transfirió una trabajadora del subte). Permití que su lucha se mezclara con esa poesía, con lo humanístico.
-¿Cómo fue el proceso de asumir la dirección sola, después de una etapa de trabajo conjunto con Ernesto Ardito? ¿Qué te impulsó a decir “esta película es mía”?
Fue traumático porque soy un ser muy colectivo: me encanta compartir con otres el trabajo creativo. Particularmente con Ernesto, con quien somos como el monstruo de dos cabezas. Siempre me pareció alucinante esa idea de la no definición de límites. Pero este momento de soledad, de vacío, me obligó a ir para adentro: hice un racconto de qué camino hasta llegar hasta acá, quién soy, desde dónde cuento, cómo me paro como cineasta, hacia dónde miro. La peli plantea eso: una forma de transformar lo personal en político. En una situación de aislamiento la única forma de hacer una película política era trabajándolo desde una cuestión muy personal, porque lo que nos pasó en la pandemia es muy fuerte. Nos da muchas herramientas para reflexionar sobre una realidad de la que a veces, en el trajín de vivirla alocadamente, no tomamos distancia. Y siento, en ese costado más marxista que tengo, que la planificación es la base de todo. El poder es el que planifica, mientras en el espacio de la resistencia nos debemos más la planificación. La pandemia nos dio tiempo para pensar. El mundo se detuvo, pero quienes tuvimos algunas reservas para aguantar, tuvimos el privilegio de abocarnos a pensar. La peli va por ese lado. Después, en el hacer uno encontró cosas alucinantes, como esa cosa de no pensar, no hablar y avanzar instintivamente teniendo la certeza de que va a encontrar algo. Me gustó explorar en esa dinámica de trabajo.
-En esa dinámica de trabajo, ¿surgió la posibilidad de romper el molde del documental clásico?
Siento que me usé como personaje de ficción. La peli misma lo dice. Utilicé herramientas de la ficción para ahondar en lo documental, sobre todo en una cuestión más existencial de la vida. Jamás pondría un protagonista de mis documentales en el lugar en que me pongo. Es algo que me perturba todo el tiempo: por eso me volqué hacia la ficción, hasta donde uno tiene el derecho a exponer a otra persona. En ese sentido la ficción te protege. Además quería contar cosas generacionales que nos pasaron. Dije ‘pongo mi vida acá’ porque es una cuestión generacional, es una lucha que vivimos todes.
-¿Los trabajadores del cine tienen relación con los del subte?
El cine que hacemos nosotros no se hace solamente por conseguir dinero: es un cine por el que peleamos desde el principio. Así surgieron la vía digital y el espacio que tiene hoy el documental en el INCAA. El hecho de que hayamos sacado a (Luis) Puenzo del INCAA ha sido en gran medida por la lucha de los documentalistas y de la generación que nace a partir de la vía digital. Que se permite romper el statu quo porque quiere defender el cine nacional como una pertenencia colectiva. No le importan los personalismos ni perder cosas personales en esta pelea. Es mejor no pelearse con nadie en el ambiente del cine, es el código que yo aprendí desde el inicio, cuando entré. ¡Y los documentalistas siempre pateamos el tablero y nos peleamos con todo el mundo! (Risas). Porque sentimos que hay cosas que son injustas y hay que ponerlas sobre la mesa, con la idea de construir dialogo.
La película busca eso. A partir de este collage, esa cosa alocada que nos propone la virtualidad, esa asociación de ideas que nos la propone las redes y las formas de construir la realidad. La idea es que hablemos sobre lo que nos pasó, lo que nos están atravesando y vayamos hasta el fondo.
–Retratos del futuro se estrenó mundialmente en el Festival de Amsterdam. ¿Qué devolución recibiste?
Tuve mucho miedo. Quizás porque soy mujer (risas), porque tardé 20 años en hacer mi película en solitario, porque recibí patadas muy fuertes de la crítica (probablemente Ernesto no las hubiera recibido). Cuando vi la reacción del público me sentí feliz de haberla hecha. Hubo gente muy conmovida. No lo esperaba, porque la película tiene muchos localismos y no sabía si se iban a entender. Y lo que me conmovió fue que el impacto más grande lo tuve del público femenino.
Julia Montesoro