Pablo Agüero presentó Akelarre en el Festival de San Sebastián. El cineasta mendocino echa por tierra el mito de las brujas en un drama histórico que transcurre en el País Vasco en 1609 y que busca proponer una lectura feminista y libre de clichés de lo que fueron las cazas de brujas. Filmada en el País Vasco y con un reparto encabezado por Amaia Aberasturi y Alex Brendemhül, es la única coproducción con España en la competición de este año.
-¿Cómo acaba alguien de Mendoza dirigiendo una película sobre brujas, mitad en euskera, mitad en español?
Tuve una gran revelación descubriendo un libro de un investigador francés del siglo XIX, que presentaba la figura de la bruja como una mujer rebelde, perseguida. Esa lectura me marcó mucho, por su contenido profundamente revolucionario. Y también por algo personal: yo crecí en la Patagonia, no en Mendoza. Crecí en el bosque. Y esa lucha por la supervivencia, en condiciones sociales difíciles, esa confrontación permanente con la naturaleza me hablaba personalmente también. A través de esa lectura del libro que hacía un abanico de todo lo que fuera caza de brujas en toda Europa (porque lo mismo sucedió en todas las regiones de Europa, así como en América) fui llegando a la historia que es la más representativa y singular: la del pueblo vasco. Por diferentes razones: porque fue el pueblo que más resistió, porque otros –como los bretones o los cátaros- desaparecieron o perdieron su idioma. Y además porque jueces de distintas regiones escribieron diarios de sus juicios, que tenían un nivel de delirio casi poético, como el que escribió una verdadera obra delirante de la caza de brujas, Pierre de Lancre (juez francés, autor de Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios), que le da una dimensión más metafísica incluso a la caza de brujas y una dimensión política, que era lo que me interesaba. Así fui llegando al País Vasco, y durante los diez años que me llevó el desarrollo de este proyecto empecé a viajar aquí y a nutrirme cada vez más de la región, a hablar con la gente, a hacer la investigación local. Me fui vasquizando.
De Lancre recorrió el País Vasco en 1609 interrogando a cientos de personas y condenando a decenas de mujeres a la hoguera por supuestos actos de brujería. Eran mujeres jóvenes, de entre 15 y 24 años, que si por algo asustaban era por la rebeldía característica de la edad y la libido que generaban en los hombres, según admite el propio juez en su relato y defiende Agüero en el filme. “Es la belleza y libertad de esas mujeres lo que les perturba, lo interesante es que este juez lo admite mientras que otros lo niegan, buscan subterfugios porque no quieren admitir que el demonio en realidad está en ellos”, especifica.
En este largometraje, el realizador buscó nuevas formas para romper con los estereotipos: “Me puse a leer y a mirar todo lo que se había hecho sobre la caza de brujas y llegué a tomar referencias de lo que no había que hacer. Porque llegué a la conclusión de que la idea que tenemos de esa época es un cliché que nos vamos copiando unos a otros. No teniendo documentos fidedignos del siglo XVII –la imagen que tenemos sobre qué caras tenía la gente, cómo caminaban- hay una cantidad de representaciones muy acartonadas, muy rígidas de las supuestas reconstituciones históricas, que en realidad son clichés que se fueron formando de una película a otra y que en cierto modo nos copiamos. Mi primer objetivo era romper con eso y darle una actualidad a la época, o una atemporalidad”.
Durante la presentación de Akelarre, Agüero contó que le propusieron reorientar la historia al punto de vista del juez y al género de fantasía: “ir hacia el cine fantástico era lo más fácil pero era seguir una vez más el discurso de los inquisidores y no podía caer en eso, aunque pudiera tener más éxito comercial. Mi convicción íntima e ideológica más profunda es ponerme al lado de ellas”.
Lo peor, en su opinión, es que el punto de vista del inquisidor sigue prevaleciendo en la actualidad. “He visto todas las películas sobre brujas y reproducen el lenguaje e ideas de los inquisidores. Hoy ya no creemos que hubiera demonios, pero sí persiste la idea de mujeres locas que hacían pócimas. Y no eran mujeres locas: les hacían confesar eso para estigmatizarlas”, describió.
Agüero incide en la trascendencia política, económica y social que ha tenido históricamente la represión de la libertad individual y sexual de la mujer “por tratarse de algo nocivo para todo un sistema de poder patriarcal. Si la mujer no obedece a su marido y a su padre, se derrumba el sistema de poder. La mujer ha estado siempre en lo más bajo de la pirámide, en toda nuestra cultura cristiana se le acusa del origen del mal, es la culpable de la expulsión del paraíso, está maldita”.