Desde el jueves 21 de mayo está disponible en CineAR TV la coproducción argentino-brasileña Miragem, de Eryk Rocha. El protagonista excluyente es Fabricio Boliveira, encarnando a Paulo, un taxista fantasmagórico que recorre una Río de Janeiro nocturna desangelada. Paulo es uno de los tantos personajes anónimos de la gran ciudad. Un extranjero en su propio lugar, un desarraigado que mira con ojos inocentes un mundo hostil y ajeno.
Eryk Rocha buscó de esa manera alegórica simbolizar su estado de ánimo con respecto al proceso político que vive Brasil en los últimos años. Logró un registro impactante de seres solos, imposibilitados de encontrar su propia felicidad, en un trazo que pertenece menos al registro antropológico que a la crisis social.
Eryk Rocha dialogó con GPS audiovisual sobre Miragem.
-¿Cuál fue la génesis de la película? ¿Cómo y por qué sentiste la necesidad de hacerla?
Nace sobre todo por la necesidad de contar la historia de un trabajador brasileño, un hombre común: un taxista que trabaja en la noche de la ciudad, en contacto directo con la sociedad. El taxista es un narrador de nuestro tiempo y lo que sucede en su taxi es la síntesis de un cierto tiempo de la sociedad. Quería hablar del Brasil contemporáneo, de la ciudad de Río. Me interesaba entender la subjetividad de ese hombre: sus dramas, las presiones que tiene en el día a día, su dinámica de trabajo, su relación con la ciudad. Cuáles son sus angustias. Y también sus afectos y sus deseos. Paulo representa a millones de trabajadores brasileños y creo que latinoamericanos.
-¿Tenías interés de reflejar la ciudad a partir de la mirada de un hombre?
La ciudad es coprotagonista de la película. Hay un embate permanente entre el hombre y la ciudad. Esa ciudad que representa el monstruo, el capitalismo, el caos, la violencia, el laberinto. Mientras, el hombre vive una permanente interacción con esa ciudad, para tratar de sobrevivir y seguir adelante.
-¿Por qué un taxista?
El taxista está en permanente movimiento, es como un narrador de nuestro tiempo. A través suyo se va formando el testimonio de un tiempo presente de un país.
-¿En qué circunstancias tomaste la decisión de abordar una ficción, teniendo herramientas para armar la película como un documental?
Está filmada con un espíritu muy documental, con sus propios métodos de rodaje. Lo que nos interesaba es que aún siendo una ficción, trabajada con actores profesionales, fuese una película porosa, muy abierta. Que pudiéramos reflejar la realidad de la ciudad. De esa ciudad que pulsa, que está en mutación. Esta opción surgió mucho más clara y radical después del golpe de estado de Brasil, del 16, cuando derrocaron a la presidenta Dilma. En ese momento, Brasil es lanzado para un abismo, y toda la sociedad se quedó más politizada de alguna forma, más polarizada. Todos quienes hicimos la película –filmada a finales del 17- sufrimos mucho el impacto de ese golpe. Por eso era importante que tuviera la pulsación de esa realidad colapsada, en convulsión de Río. Era importante que esa atmósfera estuviera presente. Quisimos romper esa frontera del documental con la ficción, tratando de descubrir un lenguaje que pudiera traducir esa energía de un país en tránsito.
-Paulo es el personaje excluyente de la película. ¿Cómo fue el casting? ¿Qué te atrajo de Fabricio Boliveira?
El casting fue muy interesante y creativo. Yo mismo iba filmando a los posibles Paulos, en el auto con ellos manejando por la ciudad, de una forma muy documental, con algunos textos previos que ya estaban ensayados y otros momentos improvisados. Y con mucha interacción con la ciudad, porque quería tener ese reflejo de los actores. Esa experiencia no solo fue muy importante para descubrir quién iba a interpretar a Paulo, sino para experimentar muchas cosas de cámara y de dinámica de rodaje. Y para entender cómo se iba a dar esa interacción entre el documental y la ficción.
Cuando hicimos el casting con Fabricio, me quedó muy claro desde el primer momento en que agarré la cámara que ahí estaba Paulo. Sus ojos dijeron eso de una forma muy potente. Nuestro encuentro fue fundamental para definir el camino de Miragem como película, como dramaturgia. Para entender la complejidad de la película.
-Se percibe en la película un importante registro documental previo, especialmente de la noche. ¿Cuáles fueron los riesgos y los obstáculos para trabajar esencialmente en escenas nocturnas?
Tuvimos un equipo de personas y de cámara muy chico, justamente para tratar de imprimir un método de rodaje documental, y también para imprimir esa visceralidad, ese frescor de la puesta en escena. También porque se trataba de un proyecto de bajo presupuesto, sin grandes elementos de producción. Por otro lado, esa estrategia de filmar con un método documental tiene que ver con la protección, para tratar de disminuir los riesgos que significa filmar de noche en la ciudad de Río, sobre todo en ciertas regiones en la periferia y en el centro. Aun así, siempre estuvimos en el límite. Filmando con mucho riesgo. En la película está presente esa atmósfera de tensión, como de que en cualquier momento podía pasar algo. Está muy cargada de riesgo, de tensión, de caos. Y de soledad. Filmando en las calles vacías, con Paulo al lado, tenía esa sensación de soledad, de que el cine y la vida se cruzan de una forma muy potente.
-¿Hubo parte de esos escenarios o de esos registros que te modificaron el plan inicial? ¿O por el contrario, seguiste lo que el guion indicaba?
Tuvimos un guion que fue fruto de casi diez años de trabajo. Naturalmente, se fue transformando a lo largo del tiempo, muy influenciado por el proceso político de Brasil. El golpe del 16 influenció el guion y muchas opciones estéticas. Hubo una base dramatúrgica muy sólida, pero siempre estuvo abierta a lo que pasaba en la calle. Un ejemplo fue la resolución de la salida del Maracaná. Era muy interesante incorporar esa escena. Es un ejemplo de una escena que no existía en el guion.
-¿Cómo fue la decisión de la escena final? ¿Pensabas en esa escena como el único final? ¿O por las características de la narración, había otros finales posibles?
No sabíamos que ese plano donde están Mateo y Paulo jugando en el coche sería el último: esa imagen de las manos que amenazan tocarse pero se separan lo descubrimos en el rodaje. Pero el final del guion era ése. La secuencia y la atmósfera del final estaba muy presente: esa cierta ambigüedad en la que no se sabe si realmente está pasando o es una proyección de Paulo. En ese pasaje cuando deja la mujer extraña en esa floresta sin salida y hay un zoom sobre sus ojos, esa calle sin salida es Brasil hoy. Más que nunca es necesaria y urgente la imaginación, para que podamos salir de esa calle sin salida donde estamos metido como país.
Norberto Chab