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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Gustavo Garzón estrena «Down para arriba»: «La película me ayudó a conocer más a mis hijos»

El jueves 14 se estrena en el cine Gaumont y otras salas del país Down para arriba, el documental dirigido por Gustavo Garzón con la participación de la Compañía Teatral Sin Drama de Down –dirigida por Juan Laso-, Belén Cervantes López y María Fux.

Juan Laso tiene un grupo teatral integrado por jóvenes con síndrome de Down. Hasta allí llega Gustavo Garzón, junto a sus hijos Juan y Mariana. En ese ámbito encuentra alumnos que juegan a actuar. La compañía es un espacio lúdico, espontáneo y creativo. El primer impulso es filmar la película de la obra que Juan Laso quiere presentar para el final del curso. El proyecto mutará en otro, muy parecido: será la película de la película, la trastienda de un grupo de artistas vocacionales que al comprender y afrontar sus limitaciones le abren la puerta al espectador a una nueva percepción sobre la discapacidad.

Gustavo Garzón fue entrevistado por GPS audiovisual ante el estreno de Down para arriba.

-¿Qué estaba primero: el proyecto de una película o la aparición de Juan Laso? ¿Había película sin Juan Laso?

Yo no sabía que iba a hacer un documental: solo estaba buscando un profesor de teatro para mis hijos. Y creía haberlo encontrado. Pero la aparición de Juan Laso fue determinante: sin él no había película. Todo surgió a partir de mi curiosidad por conocer cuál era el secreto de Juan para conseguir la producción que había conseguido con esos actores con síndrome de Down, para su película Sin drama de Down. Fue la manera que tuve de conocerlo. Un amigo me había acercado su película, hecha con los mismos actores que están en el documental. Me acerqué a él pensando en que tanto él como los chicos me aportarían algo muy interesante. Y sin haber visto una clase antes, comencé a filmar.

-¿Cuál fue el propósito de la película? ¿En qué momento apareció la idea?

Quedé maravillado por la película de Juan y le pregunte con qué recursos la había hecho. Su respuesta fue que la hizo a pulmón, sin ningún apoyo. Ahí se me ocurrió decirle de hacer una película con el apoyo del Incaa, y que yo me iba a ocupar de la producción. Que le iba a conseguir el financiamiento para filmar en mejores condiciones, donde puedan cobrar los actores y también él. Pero para los concursos del Incaa había que presentar un guion. Y el problema –que a la vez es lo maravilloso- es que ellos trabajan sin guión. Para llegar al apoyo, había que llevar a los actores a una dinámica de trabajo que ellos no tenían, con la que yo no estaba de acuerdo. Me parecía mucho mejor que siguieran improvisando. Ellos no tienen texto: en ninguna parte del documental  hay un texto estudiado de memoria. Es todo improvisado, y yo creía que no tenían que perder eso. Pero, ¿cómo se escribe un guión de una improvisación, que no sé de qué se va a tratar? Era una tarea titánica, imposible, que requería inventar una mentira. No me interesó. Cuando desistimos de la idea de presentar el proyecto al Incaa, Juan optó por hacer un corto. Y se me ocurrió hacer un documental que documentara el proceso de construcción de ese cortometraje. Esa era la guía argumental: registrar cómo Juan logra desde cero la película que iba a filmar a fin de año.

-¿Cómo fue el proceso hasta llegar a su concreción?

Mi hija escribió el guión, aunque suene raro escribir el guión de un documental. El Incaa le dio un subsidio: si bien nos dieron un dinero muy acotado, no me pareció un problema porque no necesitaba mucho. Fue un proceso simple: todos cobramos lo que teníamos que cobrar.

¿Cuál era el eje argumental del proyecto y qué cosas se fueron modificando con el correr del rodaje, y luego en el montaje?

No modifiqué ni manipulé nada. Todo es real: nada está preparado para el documental. Solo había dos cámaras y un equipo básico siguiendo a los actores y al director. Debíamos hacer un seguimiento de las clases de este profesor de teatro que desde mi punto de vista, debía ser contada en off. Siempre pensé en una voz que fuera guiando. No sabía que me iba a introducir yo: eso lo decidí al final.

Pero el montaje fue un gran problema: tenía filmadas veinte horas y debía quedarme con una. Y no tenía la más remota idea de cómo hacerlo. Estaba perdido, confundido. Las posibilidades que presentaba el material eran ilimitadas. Entonces le llevé las veinte horas de rodaje a un montajista. Y le dije: “este es el material; miralo y decime qué se te ocurre”.

-¿Y qué se le ocurrió?

Me hizo una propuesta que no entendí, que no me gustó. Después de unas jornadas un poco tensas, terminó diciéndome que como yo no sabía lo que quería, él no podía trabajar. Entonces me encerré en mi casa a mirar las 20 horas de la película: me interné unos cuantos días con esa tarea, pedí ayuda, pedí consejos. Logré una idea de película. La llevé nuevamente: le di escena por escena y le pedí un primer armado. Una semana después, volví y había cambiado cosas: no era lo que yo le pedí. “¿Tengo que hacer lo que vos me decís, únicamente?”, me dijo. “Sí, yo soy el director. Además me dijiste que como no sabía, no podías hacer nada. Y ahora que sé, vos no lo hacés”, le contesté. Entonces cambié de editor. Fui con otro, (Tetsuo) Lumière. Para ese entonces, yo también tenía más claro lo que quería.

-¿Cómo fue el vínculo del grupo con la cámara?

Extraordinario, porque para ellos directamente no existía. No les generaba nada. Todos nosotros, ante una cámara, modificamos algo de nuestra conducta. Aun los que trabajamos mucho con una cámara enfrente. Hablo por mí y por muchos. Ellos son los mismos. La incorporan como una amiga y no cambian nada.

-¿Cómo fue el proceso de dirigir a tus propios hijos? ¿De dejar de filmar y prolongar la actividad con ellos? ¿Te sentiste más director o padre?

No los dirigí yo sino Juan Laso. No quise intervenir. Estaba con ellos, los alentaba. Pero no más que eso. Vivo con ellos: no hubo gran diferencia entre filmar y vivir. Es muy natural que estemos mucho tiempo juntos. Nunca dejé de sentirme director y padre. Cuando estás frente a tus hijos siempre se es padre. Y cuando estas con una cámara siempre sos director.

-La película termina cuando los chicos se sienten realizados por la concreción de un cortometraje. ¿Ese corto estaba planificado en el taller de Juan Laso o era una necesidad del guión? ¿Cómo surgió la idea del corto?

El corto era la idea que tenia Juan para el año, antes de que yo le fuera con este delirio. Lo tenía planificado para el taller. El documental no incidió en nada. Juan hizo todo: yo nada más traté de poner buena onda y filmar el documental.

Down para arriba se exhibió en distintos lugares del país, y también en España. ¿Qué te devolvió el público que no esperabas?

La gente se ríe, se emociona mucho y me agradece. Nada de lo que te digo es mentira ni exagerado. En Valladolid –donde tuve el honor de estar seleccionado, ya estar ahí fue un premio- hubo tres funciones cálidas. Con poco público -nadie sabe quién soy-, pero muy agradecido, emocionado.

La última experiencia que tuve, en Chivilcoy -donde se juntaron la secretaría de Cultura local y unas organizaciones relacionadas con la discapacidad intelectual-, fui con mis hijos que presentaron la película. Hubo dos funciones repletas de gente, con una recepción muy emocionante.

Lo que más me gusta de lo que pasa es que los profesionales de la actividad -docentes, psicólogos, fonoaudiólogos- le encuentran valor a la película. La película puede emocionar por sí misma, te parte el corazón, te hace reír y llorar. Yo le puse música y la organicé, pero la película son ellos.

-¿Qué observaciones en común hicieron?

Me sorprende que se rían tanto. Los chicos los hacen reír actuando. Como Olmedo. No se ríen porque son discapacitados o de lástima: se ríen de verdad. Es la cosa maravillosa que consiguió Juan con los pibes.

Mi temor era que pareciera un golpe bajo, o que fuera demagógico, o que usara a mis hijos con algunos fines personales. Y como no había nada de eso, intenté ser muy discreto. No fui a buscar la emoción. Pero salió sola y sin golpes bajos. Soy muy pudoroso, me da cierto pudor exhibir mi vida tan íntima delante de la gente. Desde ese pudor no quise hacer algo lacrimógeno o didáctico. Es un cacho de vida de ellos.

-¿Qué aprendiste de la película que no sabías de vos?

Aprendí que estoy enamorado de las personas con síndrome de Down. Lo aprendí porque es un vínculo entrañable, me siento a gusto con ellos y ellos conmigo. Es muy importante descubrirlo y aprender a disfrutarlo para siempre. Creo que ahora lo disfruto más.

Y también aprendí -en la película se me reveló- que estas personas son concientes de que tienen síndrome de Down, y que hablan del tema, y que saben que son diferentes. Se ve que sus padres les han hablado. Yo nunca había hablado con mis hijos de eso. En realidad, nunca lo hablé todavía. Pero hablamos del tema en voz alta. No tenemos tapujos en hablar de discapacidad, del síndrome de Down. Ellos lo saben aunque yo no se los diga. Pero me llamó la atención la manera en que lo expresan, el grado de conciencia, que está en la película. Yo los conocía actuando, pero no el pensamiento de ellos, su flexibilidad. La película me ayudó para conocer más a mis hijos.

Norberto Chab

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