spot_img
spot_img

Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Fernando Salem, en GPS audiovisual Radio: «Un cineasta debe ser un artista popular»

El 9 de enero se estrenó La muerte no existe y el amor tampoco, segunda película de Fernando Salem (su ópera prima es Cómo funcionan casi todas las cosas), que con una distribución mínima se constituyó en un suceso de público. Tanto en el Malba como en el Gaumont, el cartel de “No hay más localidades” enfatiza el gran momento de una película que alcanzó los ocho mil espectadores sin más recursos que el boca a boca y el acompañamiento continuo del realizador en casi todas las funciones.

La muerte no existe y el amor tampoco es un drama que se articula a partir de la mirada femenina (el rol protagónico está a cargo de Antonella Saldicco, acompañada por la inquietante presencia muda de Justina Bustos) abriendo caminos sobre temas profundos como los dos que propone el mismo título desde la negación misma.

Fernando Salem estuvo en GPS audiovisual radio (miércoles a las 19 por www.radiotrendtopic.com , conducido por Julia Montesoro con la participación de Rolando Gallego) para responder acerca de qué motiva a un director como él, a llevar de la mano su obra por todos los caminos posibles, buscando nuevas lecturas e interpretaciones en interlocutores desconocidos.

La muerte no existe y el amor tampoco es una película independiente, con actores que no pertenecen al mainstream y un circuito de exhibición acotado. ¿Cómo se explica entonces el fenómeno de público?

Es la pregunta que me hago todo el tiempo. Pero mientras me la hago, trato de estar en todos lados. Todo el equipo de trabajo le pone mucho el cuerpo. Creo que hay algo del oficio del director o directora de cine que no termina en la posproducción. Y en una película independiente más: tenemos que poner el cuerpo de la misma forma que escribimos el guion, hicimos la preproducción, el rodaje y la posproducción. De la misma forma tenemos que estar en la exhibición. Si no, es como haber hecho un disco en estudios y no salir de gira nunca o haber hecho una torta cuando no era el día del cumpleaños. Tenemos que ver a la gente a la cara, estar en esa instancia. También es un aprendizaje para el próximo proyecto.

-¿Qué valores le encontrás a tu película que la hacen diferente?

Es una película sincera, honesta, que habla de temas importantes, universales, como el amor y la muerte. Está hecha en un lugar especial, único. Aunque puede o no gustarle a todo el mundo, les llega a la gente.

-Estuvimos en una función en el Gaumont a sala llena. Al terminar, la gente se quedó comentando distintas cuestiones, que iban desde la locación hasta la protagonista. ¿Cómo articulaste los diferentes elementos para lograr ese estado de conmoción colectiva?

La película está basada en Agosto, la novela de Romina Paula. Cuenta la historia de Emilia, una chica que se fue de Santa Cruz cuando era joven y que vive en Buenos Aires. Es psiquiatra, está de novia y aparentemente tiene todo lo que buscaba. Hasta que un día la visita el papá de la mejor amiga de su adolescencia que se suicidó, diciéndole que van a tirar las cenizas. Emilia tiene que regresar al pueblo, pone en pausa su vida en Buenos Aires. En ese regreso revive el duelo que no vivió -el de la muerte de su amiga-, y se reencuentra con su gran amor, que acaba de ser papá.

De alguna forma se asoma a ver cuál era su vida posible, comparada con la que está viviendo. Si bien “la vuelta al pago” es casi un género, está tratado de una forma bastante particular, por la presencia de un personaje muy particular, que hace que el duelo sea vivido de una manera muy profunda.

¿Por qué interesa? Porque deja cuestiones abiertas que permite que los espectadores completen la historia con sus propias personas que ya no están, con sus propios amores que no fueron. Hace que cada uno pueda revivirlo.

-Todos tenemos silencios o cosas no dichas. ¿Las devoluciones van por ahí?

Confío en la gente cuando vienen con los ojos húmedos y me dicen que se sintieron tocados, que les llegó, y sin golpes bajos.

-Al mismo tiempo, un director varón aborda a una protagonista femenina con una mirada perceptiva y sensible sobre el universo femenino. ¿Cómo lo lograste?

En la película anterior (N.R.: Cómo funcionan casi todas las cosas) también la protagonista fue una mujer. ¡Y en mi corto de tesis son trillizas! En verdad, lo abordé con mucho temor, porque por mi lugar de varón hay cosas que no puedo entender por no haberlas vivido, y no son posibles de narrar. Me apoyé mucho en las actrices: Antonella Saldicco, Justina Bustos, Susana Pampín. También de Georgina Pretto, la directora de fotografía. Porque no cuento la historia de lo que sé, sino de lo que quiero entender. El brazo del director no llega tan lejos: llega a través de la gente que lo rodea.

-¿Trabajar sobre el alma femenina interpela también tu masculinidad?

Sí, claro. Me pregunto acerca de lo femenino y me doy cuenta de que nosotros, los varones, también somos víctimas del patriarcado, en términos de que nos es vedado ciertas cuestiones femeninas que tienen que ver con el sentir, con lo profundo, que en general se asocian a cuestiones de mujeres. Esta cuestión más sensible y profunda la admiro mucho en la psicología femenina. Los hombres tendríamos que sacarnos de encima ciertas inhibiciones que tenemos en torno a los sentimientos. Creo que hay algo de deconstrucción que me toca como generación bisagra. Yo provengo del mandato tradicional: papá, mamá, los hijos. Hoy existen muchos modelos de familia, y de alguna manera condiciona cuántos modelos de amor hay. La película habla de eso. Existe el amor romántico: el departamentito, la parejita, la construcción. Pero la película habla de cuántas formas somos capaces de amar.

-También tuviste un trabajo previo importante con Romina Paula. Cuando la vio, ¿qué vio?

La vio por primera vez a los diez días del estreno y me pidió perdón por ser tan abandónica (risas). Ella también es directora, tiene sus proyectos y sus tiempos. La vio cuando la quiso ver. Me dio un abrazo y me dijo que le encantó, y que lo que más le gustó es que la película funcionaba como díptico de la novela, porque son dos cosas diferentes. Me alivió que me haya dicho “la entendiste, viste algo de la novela y es que es muy profunda, y por otro lado la hiciste propia”. De hecho tiene un final diferente.

-¿Cómo llegaste al desdoblamiento de la obra literaria?

Llegué a Romina a través de Pilar Gamboa y Esteban Bigliardi. La primera vez que me reuní con ella ni estaba embarazada. ¡Y su hijo actuó en la película (el nene rubio que aparece en una escena) y tiene cinco años! Aquella vez me preguntó por qué hacer otra película si todavía no había terminado la primera. Luego, se tomó el tiempo para ver Cómo funcionan casi todas las cosas. Cuando pensé en Agosto, tenía la ilusión de trabajar con ella y con el coguionista, Esteban Garelli. Me dijo: “yo me dedico a escribir novelas, el trabajo ya lo hice. No quiero volver sobre el material. Me parece que lo mejor es que tengas tu propia perspectiva de lo que escribí: siempre va a ser tu versión”. Fue muy sabia. Yo iba con libros y le contaba lo que había pensado y ella me escuchaba y me daba muy buenas devoluciones. Incluso con decisiones complicadas, como cambiar el titulo de la obra o incorporar el personaje de Justina Bustos. Ella me condujo de una forma bastante zen. Me dirigió, diría, en términos de la adaptación. Admiro su capacidad de conducirme.

-¿Lo tomaste como un compromiso para no equivocarte?

Para nada: me lo hizo todo muy fácil. Yo le llevaba libros todo el tiempo, hasta que un día me dijo “siempre venís con libros, no hace falta que me convenzas de nada”. Fue muy generosa y desprendida. Me la imaginé, siendo directora, escritora y actriz, mucho más retentiva con su material. Pero por otro lado entiende a un artista, y entiende que puede tener una perspectiva diferente.

-Tradicionalmente, el director acompaña su película hasta el estreno. Vos estás dando un paso más allá. ¿Qué te motiva a hacerlo?

Hay varios maestros del cine norteamericano que hacen este tipo de militancia. No puedo concebir estar en mi casa si la película se está dando en un cine. Es como dejar un hijo en un shopping.

-“Cuando la película se estrena ya es del público”, se suele decir. Vos proponés todo lo contrario.

Uno está acostumbrado a pitchearle la película a un productor, pero ¡andá a pitcheale al pibito y la pibita que llegaron de Lanús en bondi para ver una de James Bond o de superhéroes en un shopping! Ahí es donde trato de cambiarles la cabeza. Pero encuentro una dimensión que no me es ajena. Cuando me siento a pensar en un proyecto también pienso en que un cine es una pantalla grande y un montón de butacas que hay que llenar. Y que una película es algo hecho para gente que paga una entrada y quiere vivir en esos 90 minutos algo mejor de lo que podría vivir afuera. Por supuesto que es un proyecto cultural y artístico. Pero también es comercial: no podés dejar de pensar que tu público deja a sus hijos al cuidado de alguien, paga el estacionamiento o se toma el colectivo, deja de visitar al papá o a la mamá, abandona un montón de planes posibles, ¡deja Netflix! para ver cine. Y la experiencia de ver cine tiene que ser mejor que todo lo demás. Y si quiero hacer una obra de arte para un museo, después no me puedo quejar y pedir a la gente por favor que vaya la primera semana.

Yo elegí este camino. Si tengo que convencer al público contándoles cómo es la película o quién hizo la música, lo hago. No puedo estar en mi casa tirado en el sillón con el aire a 24 esperando que la gente vaya a ver mi cine pensando que está buenísimo lo que hice. Tengo que estar. Con el proyectorista, con el boletero, llevando a la actriz. Tiene que ver con algo relacionado a ser menos un artista y más un trabajador.

-¿Qué te llama la atención de estos días de exhibiciones en que acompañás la película?

Me encantan las reacciones de la gente. Uno me dice “me spoileaste una parte, no digas tal cosa”. OK, te lo tomo. Otro me deja una tarjeta y me dice que tiene un documental. Dale. Días pasados, levantó la mano una persona en el Gaumont y me dice “yo interpreté tal cosa”, recontrasofisticada. “¿Qué sos, psicóloga lacaniana?”, pregunté, intrigado. “No, soy decoradora de interiores y entendí esto”. Le contesté: “Te pido prestado esto y la próxima voy a decir que se me ocurrió a mí para parecer más inteligente de lo que soy” (risas).

-¿Hacés películas pensando en la gente?

Me gusta el cine de Leonardo Favio. No hago algo parecido, pero me parece que un artista tiene que ser un artista popular. Y más si trabajás con fondos públicos. A mí no me tenés que pagar el capricho o la terapia: yo tengo que pensar en el cine. Y la terapia me la garparé yo. Tengo que pensar en el público. Así sea algo autorreferencial, no puedo dejar afuera a la gente. No me interesa ser críptico y sofisticado para que lo entienda un grupo de eruditos. No puedo ponerme a decir “vengan a ver mi cine”. ¿Quién sos, flaco? Hay que acercar al cine a la gente de a pie, no solo a los snob.

Julia Montesoro

Related Articles

GPS Audiovisual Radio

NOVEDADES