César Troncoso redondeó un año de un gran reconocimiento a su trayectoria de más de tres décadas al ganar el Martín Fierro al Mejor Actor de Reparto en Series por su rol del Tano Favalli en El Eternauta, la obra esencial de Héctor Oesterheld llevada al streaming de la mano de Bruno Stagnaro como director.
Troncoso conformó una tríada de actores que acompañaron el protagonismo excluyente de Ricardo Darín (encarnando a Juan Salvo) junto a Ariel Staltari y Marcelo Subiotto. Y quedó instalado en el imaginario colectivo por su participación y por haber acuñado frases como «Lo viejo funciona, Juan».
-¿Intuías que podías ganar el Martín Fierro?
Por los comentarios que había recibido pensaba que sí, que podía ganarlo. Pero también veía que alrededor tenía una tribu de actores de primera línea, ¿no? Cualquiera de ellos: estaban el Puma (Goity), Juan Minujín, Marco Antonio Caponi, Benjamín Vicuña, mis compañeros Ariel Staltari y Marcelo Subiotto. No resultaba sencillo creérsela, porque la solvencia y la calidad y el talento de los compañeros era muy alto. De todas formas, por la repercusión que tuvo la serie y la que sentí que tuvo mi personaje, pensaba que sí, que podía ser. Estaba convencido de que mi trabajo estaba correcto, que estaba adecuado.
-¿Hay un antes y un después de El Eternauta?
Hay mojones en las carreras. Tuve una etapa de trabajo continua en Brasil a partir de El baño del Papa, la película de César Charlone y Enrique Fernández Charlone. Me fui a trabajar allí y hasta hice una novela en TV Globo. El Eternauta es un nuevo mojón muy fuerte, sobre todo en nuestros países de la región. La figura de Ricardo Darín es recontra conocida en América Latina entera y en España, y probablemente a nivel internacional. Creo que eso sí marcó una diferencia: trabajar con Darín. Yo venía diciendo que laburaba en El Eternauta trabajando con Darín, «yo trabajo con él». Pero no sé si alguien imaginó que Favalli iba a andar tan pegado al personaje de Juan Salvo. Cuando empezaron a ver ersa cercanía cambió la percepción. «Uy, si trabaja con Darín, este tipo triunfó», se transformó en algo mucho más claro para mucha gente. Tal vez eso pueda significar el fin de un momento y el comienzo de otro. Y a la vez traiga ofertas de otro tipo, con otro peso. En todo caso, lo que más me interesa es primero estar haciendo El Eternauta, que es divino y después, mantener la continuidad de trabajo. Si hay trabajo -algún tipo de trabajo, no me doy cuenta cuál puede ser-, ¡vamo’ arriba! Bárbaro. El solo hecho de tener esta posibilidad de trabajar en diferentes países ya es muy gratificante.
-¿En qué crees que El Eternauta se diferencia de otras historias de supervivencia?
En el color local. Lo que más me interesa de El Eternauta es que empieza con una ola de calor, un corte de luz y una calle tomada por gente que se está quejando por enésima vez de que hay un apagón. Hablamos en nuestro idioma, no está doblada y el español es el español coloquial de cualquier barrio de Buenos Aires o de Montevideo, donde vivo. Ya no es patrimonio de otros cines: las invasiones extraterrestres empiezan a elegir otras localidades del planeta para venir a fastidiar y eso me parece bárbaro. Eso es justamente lo que la serie resalta y la hace diferente: le aporta una mirada distinta al género de la ciencia ficción y a las invasiones extraterrestres. Las lleva a nuestra identidad.
-En un momento de contenidos globalizados por las plataformas, El Eternauta busca preservar el espíritu local.
Ese es el problema que tiene el habernos globalizado. Por un lado, nuestros productos acceden a todo el planeta y a su vez recibimos producciones de lugares que antes eran impensables. Pero también es cierto que terminás lavando contenidos para que sean aplicables a los diferentes países del mundo. Y eso es un poco fulero. Por eso está bueno que en nuestra serie se hable en argentino. Y un poco en uruguayo, cada vez que meto la cuchara yo, ¿no? (Risas).
-Un aspecto destacable de El Eternauta fue el trabajo actoral, ya que debían enfrentar o dialogar con pantallas que reemplazaban a personas o escenografías. ¿Qué desafío implicaba?
Lo percibo más como favorable que como desafiante. Nos quitó del medio algunas cosas que antes eran inevitables y que podían inducir a error. Antes aparecía la pantalla verde del croma y decían: «Y en el puntito rojo que estamos poniendo ahora aquí, vas a ver a una persona caer al piso y morir». Y la veías vos y los que estaban contigo en la escena. Entonces, me imagino que las miradas no iban todas al puntito, exactamente al mismo lugar. Ahora, eso en las pantallas LED antecede la construcción de esa muerte. Entonces, cuando el tipo cae al piso, todos estamos efectivamente viendo caer a una persona al piso, lo cual te facilita la vida hasta para reaccionar, para construir emociones. Yo todo lo que siento con las pantallas LED es que vinieron para facilitar la tarea del actor. Imagino que en la parte de posproducción también suman.
-Si tuvieras que elegir, ¿cine o series?
Pero no tengo que elegir, Julia: son cosas distintas, complementarias. Ambas son un espacio del audiovisual, obviamente. En ambas, el compromiso y el modo de realizarlas es aproximadamente el mismo. Se utilizan las mismas herramientas y tenés que aprender las cosas de la misma forma. La diferencia es que van a lugares diferentes. Una serie se maratonea: vos te clavás un fin de semana que estás medio cansado, te desparramás en un sillón y te clavás ocho capítulos. Las series permiten pausas, podés levantarte, estás en el living de tu casa. Te permiten desarrollar ideas de otra manera, con otra calma. Y como todo lo que entra por la televisión, estás muy próximo a tu espectador.
Una película la ves en las salas oscuras, en el silencio casi religioso. Para contar en profundidad algunas historias es más interesante por la concentración que genera.
Los dos formatos son muy interesantes para un actor. La gran diferencia es la suspensión de tu vida personal: para hacer El Eternauta estuve siete meses viviendo en Buenos Aires. Una película implica unas cinco semanas de rodaje.
-Siete meses en Buenos Aires que tuvieron un Martín Fierro como reconocimiento.
Es un lujo trabajar en Argentina, porque estoy en una de las plazas audiovisuales más interesantes que hay en toda América Latina. Así que si tengo suerte y ustedes lo soportan, pienso seguir trabajando por allá. ¡Voy a volver!
Julia Montesoro


