La buena letra, con guion y dirección de Celia Rico y protagonizada por Loreto Mauleón, tuvo su estreno argentino en el Festival MASS, que se presenta en Buenos Aires entre el viernes 28 y el domingo 30, organizado por los Festivales de San Sebastián y Málaga y la productora Orca Films.
Se trata de un drama familiar situado en un pueblo valenciano, durante la posguerra. Ana trata de salir adelante con su familia; la guerra civil ha abierto una profunda herida en todos ellos, especialmente en su cuñado, Antonio. Ana intenta curar esa herida a base de guisos, secretos y silencios. Pero cuando Isabel, recién casada con Antonio, llega a la familia, las atenciones y cuidados de Ana valdrán de poco o nada: el sacrificio no siempre tiene su recompensa.
Celia Rico obtuvo una Mención Especial del Jurado a la dirección en la última edición del Festival de Málaga.

-Celia, la historia tiene como punto de partida la novela homónima de Rafael Chirbes, editada hace más de 30 años. ¿Qué preguntas te hiciste al bucear en esta obra y decidir trasladarla al cine?
Celia Rico: Una de las primeras preguntas que me hice fue: ¿Por qué no hemos preguntado a esa generación que ya no está con nosotros cómo se sintieron en aquellos años? No solo en la guerra: también en la posguerra, una vez que llegó esa supuesta paz, aunque fue una prolongación del conflicto, en tanto se pasó hambre y se pasó tanto miedo. Fue una de las primeras cosas que pensé. La novela me dejó muy triste. Y me hice muchas preguntas acerca de cómo poder adaptar esta novela, porque es muy complicada de adaptar y había que elegir qué contar de todo eso. Y me hice también preguntas más grandes, como más filosóficas, ¿no? Si el sacrificio vale para algo, si ha merecido la pena, si el silencio nos salva, si nos toca a nosotros como generación más joven hablar de todo lo que no hablaron quizás nuestros padres que les costó, como preguntar a sus padres porque había mucho dolor. Luego me hice preguntas muy chiquititas que me sirvieron para la adaptación de situaciones que pasaron, como qué se comía cuando no había casi alimentos y había cartillas de racionamiento.
Y hubo otra pregunta que me costó mucho resolver porque es algo que no se ha contado y que no está en los libros de historia: ¿Qué hacía una madre de familia para alimentar a los suyos? Y esa pregunta fue crucial para encontrar pequeños detalles que luego pudieran contar la historia de Ana, porque la protagonista era una ama de casa.
Ahí fui indagando, por ejemplo, en cómo en la zona donde transcurre la película, en Valencia, que es una zona de naranjas, se inventaron hacer una tortilla de patatas sin huevos ni patatas, poniendo las cáscaras de naranja en remojo.
-De todos esos elementos que tenía la obra, ¿qué decidiste privilegiar?
Celia: Pues la novela está escrita en primera persona por Ana, la protagonista, que le escribe una carta a su hijo para contar la historia familiar. Entonces, la primera decisión que tomé fue intentar convertir la voz narrativa en mirada. Y eso pasaba por estar siempre en el punto de vista de Ana. Y que su posición -digamos, como de puesta en escena-, fuera siempre la de los ojos que lo ven todo y que saben lo que está pasando alrededor, tanto en el contexto histórico como en las relaciones entre los personajes. Y que su mirada fuera la mirada del espectador. Y luego, hacer que Ana fuera una mujer bondadosa, pero sobre todo una mujer inteligente y que sabe, que no es tonta. Que decide hacer gestos bondadosos porque quiere. Otras cosas no las pudo elegir, pero sí que decidió ser buena, a diferencia de otros personajes de la historia.
-Loreto, ¿cómo fue el acercamiento a Celia y al personaje?
Loreto Mauleón: Fue un acercamiento muy poquito a poco. Hay veces que en los proyectos recibes el guion con poco tiempo, muy pocos ensayos y te pones a hacer… Pero aquí tuvimos la posibilidad de que Celia y yo intercambiáramos todo tipo de información que tuviera que ver con la película o con el contexto o con nuestras abuelas. Nos íbamos mandando referencias, libros, películas, exposiciones, dibujos y de ahí fuimos construyendo poquito a poco el personaje. Algo que a mí me sirvió muchísimo fue aprender las tareas del hogar, como coser. En la cocina no tuve que poner mucho hincapié porque me gusta mucho, aunque sí tuve que imaginar lo mucho que hacían con lo poco que tenían. Pero después, por ejemplo, lo de coser me ayudó mucho a entrar en ese personaje, porque ella no para de trabajar. Y yo tenía que conseguir que eso fuera natural, que saliera de dentro. Estuve como tres meses aprendiendo a coser. Yo le decía a mi madre: «No tengo ni idea. Yo me pongo el dedal en el dedo que no corresponde y voy haciendo.» Pero por suerte la madre de Celia es costurera. Ella fue una de las que me enseñó.
Los ensayos llegaron primero las dos y después con el resto de los actores y las actrices. Esto me permitió ir interiorizando al personaje. Y fue precioso: no siempre tienes la suerte de hacerlo así.
-Celia, la película reivindica el lugar de las mujeres en este contexto histórico, ¿Cuáles fueron los desafíos y las complejidades que tuviste que afrontar, teniendo en cuenta que es una historia sobre mujeres, narrada por una mujer, siendo vos misma directora mujer?
Celia: Esto fue una diferencia fundamental con respecto a la novela, que está escrita por un hombre. Me ha pasado como espectadora que a veces he visto personajes femeninos con los que no me he sentido identificada. Y es algo que me preocupa mucho, en general, en todas mis películas. Y cuando hago personajes masculinos todavía más, por no repetir lo que me había pasado cuando personajes femeninos eran escritos o dirigidos por hombres. Eso implica un gran desafío: intentar que todas las personas que vean la película vean algo en esos personajes, que se puedan sentir identificados o que reconozcan a alguien ahí. Esto tiene que ver también con el trabajo más humano que tiene la parte actoral, que es la que le da la vida.
La historia se puede contar desde muchos lugares, pero siempre se nos ha contado desde la parte más épica de los hombres, ¿no? Que lucharon en la guerra, que perdieron el trabajo, que fueron señalados, encarcelados, asesinados, que sufrieron tanto dolor. Pero se nos había contado menos la que se supone que son esas historias minúsculas que no son tan épicas, pero que sí lo son. Y eso es lo que hemos intentado con la película: que haya también una épica en la vida de esas mujeres. Y eso creo que era algo interesante y algo un poco distinto de lo que se había hecho en el cine de posguerra en el país, que era poner el foco en las mujeres. No solo de la mujer que se queda en casa, la que impuso el franquismo del «ángel del hogar», sino aquella también que intenta salirse un poco del rol, que quiere hacerlo distinto y que tampoco pudo. Esto lo representa el otro personaje femenino de Ana Rujas. El desafío aquí era que ese otro personaje que no cumple con lo que la sociedad o la dictadura imponía en ese momento, que no se malinterpretara como ocurrió en otros relatos —como la femme fatale— sino que fuera también humana y que comprendiéramos que lo tuvo tan difícil, que no había opción. Que la mujer que se quedaba haciendo lo que tocaba no pudo cumplir sus deseos, y la que quiso cumplir sus deseos, nadie la entendió.
-¿Cómo te metiste en la piel de este personaje tan alejado de tu época, pero al mismo tiempo tan representativo de ciertas cuestiones contemporáneas como estas que venimos hablando?
Loreto: Este libro me hizo reflexionar mucho porque creo que seguimos teniendo mucho de ellas. Se nos ha inculcado complacer, poner por delante el deseo de otros. Y nos encontramos analizando estas situaciones, analizándonos a nosotras mismas, intentando romper esos esquemas. No quiero comparar ni mucho menos nuestra situación con la de nuestras abuelas, pero es algo que se ha ido arrastrando, que nos sigue tocando y que seguimos trabajando. A mí me ha parecido que, además de ser un trabajo de aproximación a ellas, al contar esta historia y al honrarlas, me ha servido mucho para cuestionarme a mí misma y para intentar tomar decisiones a partir de ahora.
Celia: Sí. Coger ese poder que no le dieron.
Loreto: Coger el poder. Eso que no pudieron tener ellas. Todavía nos queda mucho trabajo, pero ahí estamos intentando romper.
-La buena letra tuvo su estreno mundial en el festival de Málaga, ¿Cómo fue la sensación de ver la película por primera vez en pantalla grande?
Loreto: Nos sorprendió. Íbamos un poco sin saber: los estrenos siempre son una nube, ¿no? Estás como en lo tuyo. Por otro lado, te da miedo mirar las críticas, como que no quieres saber nada. Es una mezcla de sentimientos, y la tensión que tienes antes de estrenar no te deja ver. Pero primero hubo un estreno para periodistas, y al día siguiente tuvimos todas las entrevistas antes de mostrárselo al público general. Y ahí sentimos mucho cariño de los periodistas. Esto nos dio a nosotras un poco de relajo. Después, al mostrarlo a la gente, fue precioso. Terminamos todos llorando.
Celia: La generación de mis padres ha acudido mucho en Málaga. Había mucho público de esa edad: es una historia que les tocaba muy de cerca. Hubo gente muy conmovida a muchos niveles. Y gente que no ha podido hablar con sus familiares porque había mucho dolor y ante el dolor hubo silencio. Recuerdo en algún pase que alguien me agradeció la película porque le ayudó a imaginar esos momentos de interior en la casa, esos momentos íntimos de soledad, de tristeza, de tener ganas de llorar o de coger fuerza o incluso de ponerse a bailar. Como que esos momentos los habían imaginado por sus propios familiares y eso había ayudado a rellenar ciertos huecos de lo que no sabían. La película pudo regalarle a alguien un poquito de ese pasado y que lo pueda ver y proyectar allí a sus familiares.
Loreto: También hay algo del perdón hacia ese silencio, ¿no? Muchas veces sientes que la gente se emociona porque no había entendido por qué no habían hablado de esto, por qué callaba tanto la abuela. Y de repente, aquí pueden perdonar un poquito y tener un poco de compasión hacia ese lugar que ocupaban. Muchas veces el silencio era la única salida para seguir adelante, y volver a hablar de ello no hacía más que revolver el dolor y volver a sacarlo. Decidieron callar. Entonces, ver ese perdón en la gente es muy bonito.
Julia Montesoro


