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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Julieta Zylberberg, protagonista de la serie «Yiya» y la obra teatral «Prima facie»: «Me interesa más una buena historia que el lucimiento del personaje»

Julieta Zylberberg protagoniza la obra teatral Prima Facie, monólogo que pone bajo la lupa la falta de perspectiva de género en la justicia, que se presenta en el Teatro Picadero los sábados. La actriz encarna a una abogada que defiende a abusadores sexuales, hasta que una circunstancia extrema la lleva a cambiar su perspectiva.

Simultáneamente, el jueves 13 se estrena en una plataforma de streaming la serie dramática Yiya. Zylberberg se transforma en Yiya Murano, la primera asesina en serie argentina condenada a cadena perpetua. Dirigida por Mariano Hueter y escrita por Marcos Carnevale, la producción explora tanto los hechos policiales como las contradicciones personales y sociales detrás de esta figura enigmática.

 –Prima Facie plantea el enigma de una abogada de abusadores que en un momento bisagra de la obra se convierte en víctima. ¿De qué manera se construye un personaje con esta complejidad? ¿Cuánto hay de vivencias o experiencias propias?

La obra es una maravilla de dramaturgia. Cuando la leí, me conmovió un montón. Además de que es muy generosa para un actor, para una actriz, porque es un monólogo y realmente pasa por todos los lugares que se te pueda ocurrir. Yo había recién parido a mi segundo hijo, había asumido este nuevo Gobierno y les pedí por favor que me esperaran para hacerla. Es un momento tan complejo, ¿no? Y donde se está metiendo el dedo tan en la llaga. Con todas las políticas de género totalmente desfinanciadas, como una provocación espantosa, permanente, y también un retorno de un discurso bien feo. Muy agresivo y violento. Así que me parece muy atinada la obra para hacer en este momento. No sobra ni un segundo. Todo eso es lo que me convocó.

Es una obra compleja, jamás la puedo hacer ni un minuto de taquito, así como relajada. Hay que estar en un presente absoluto en el escenario, muy conectada conmigo. Así que eso me mantiene bien entretenida.

-¿Qué va a buscar el público en Prima Facie?

Es llamativo que vienen un montón de abogados y abogadas, jueces, fiscales, que me han esperado a la salida del teatro. Muchos me dicen: «Ay, me conmovió muchísimo.» Y yo digo: «Wow”, porque son casos que en realidad ellos ven en la vida real todos los días, ¿no? ¿Por qué les conmueve tanto en una obra de teatro? Creo que hay algo propio de la profesión que le da al tema cierta frialdad, que es de lo que habla la obra, ¿no? Como el vacío judicial que queda, cómo se atan a las normas y a las reglas. Y en realidad están tratando con gente. Las víctimas están padeciendo en su relato, reviviendo su violación, su abuso y eso no es contemplado. Están más atentos a que caigan en una contradicción que a su padecimiento. Cosas para mí tremendas. Entonces decís: «Che, pero trabajan con personas, no están trabajando con una compu». ¿Cómo puede ser? Pero algo en la obra les toca una fibra porque salen absolutamente conmovidos. Seguramente tiene un rol social bien importante, por lo menos para los abogados y jueces que vienen a verla, porque les hace replantearse cosas.

-¿Cómo evaluás a un personaje de esas características?

El público me dice: «Ay, pero qué hija de puta”. Sí, por supuesto. Si yo, Julieta, veo una mina hablando y diciendo las cosas que dice mi personaje, digo: «¡Qué hija de puta!”.

Pero para hacerlo prefiero no juzgar. Esto que siempre decimos los actores, pero que es muy cierto: en el momento en el que vos juzgás, le quitás la afectividad a un personaje. Pero si lo mirás de afuera pensás que esta persona cree en eso. Tiene un origen, su familia trabajadora, se ha movido en un ámbito absolutamente machista, logró un lugar, es exitosa, le va bien, estudió y forma parte de un buffet de abogados bárbaro para lo que ella considera. Pero es un personaje que al comienzo de la obra dice un montón de cosas que yo considero polémicas y durísimas y decís: «¡Qué horror!».

Después al personaje la violan. Me pareció novedoso ese giro de la obra. Porque una persona no tiene que ser divina para ser violada ni tiene que ser una buena tipa. Allí hay un error conceptual. No importa la bondad o la maldad de alguien para ser víctima: es víctima lo mismo.

Prima facie se presenta en un contexto de desfinanciamiento tanto de las actividades artísticas y culturales como de la política de género. ¿Hay allí una necesidad emocional de sostener la obra?

Emocional y políticamente. Viene a ocupar un lugar en un momento que necesitamos de esos lugares, porque nos están intentando correr permanentemente. Sí, es especialmente necesaria. Yo amo a la obra. Me conecta desde un buen lugar con mi profesión. Siempre digo que no somos médicos, no operamos gente. Pero hay un rol importante en el arte que lo hace necesario.

-¿Qué te devuelve el público?

Siento que la obra es mucho más profunda de lo que narra. No tiene ningún golpe bajo ni es solemne. Incluso al comienzo tiene unas partes bien divertidas. Y nunca me pasó antes de que la gente se me acerque o me manden mensajes contándome experiencias personales. Gente que me dice: “Sentí que éramos hermanas anoche”. ¡Es un montón! “¡Fuimos amigas, fuimos amigos ayer en la noche!”. Se arma un lazo bien fuerte. Hay tanta deshumanización que nos consume y nos deprime que ir hacia la humanidad, hacia la conexión entre seres humanos que valgan la pena.

-En este contexto difícil para el campo audiovisual, en los últimos tiempos rodaste 27 noches, la película de Daniel Hendler que inauguró el Festival de San Sebastián; Adentro del ruido, de Martina Juncadella y una película infantil con Darío Barassi. ¿Qué tiene que tener un proyecto para que te entusiasme?

Siempre la historia que se cuenta me resulta casi más importante que el personaje. A veces decís: «Es un personaje que pasa por todos lados, hace de todo, le pasan mil cosas», pero si no te gusta la historia deja de entusiasmarme. Me gusta sentirme interpelada por la historia y, por supuesto, por un director. Me encanta trabajar con compañeros bárbaros. Me importa un montón el elenco con el que voy a compartir.

-En esta misma coyuntura también te pusiste en la piel de Yiya Murano. ¿Qué rasgos de su personalidad buscaste destacar para interpretarla desde la ficción? ¿Por dónde decidiste encarar este rol?

Tuve una entrada bien mandada, porque lo iba a hacer otra actriz que tuvo un problema y no pudo hacerlo. Me llamaron con muy poquito tiempo. Leí los libros y eran una genialidad: son cinco capítulos cortos, buenísimos, muy contundentes, entretenidísimos, oscuros, oscurísimos, pero también divertidos.

Cuando me junté con el director (Mariano Hueter) y le dije que me iba a poner a estudiar a Yiya me contestó que estuviera tranquila, porque lo que nosotros conocemos de ella son algunas entrevistas gráficas y muy poco más. Cuando vi ese material, me di cuenta de que era difícil de imitar. Aun sabiendo que era asesina, psicópata, amiga de militares -un personaje siniestro- no tenía muchos rasgos particulares destacables: era bien estática y hablaba en forma monocorde. Decía cualquier barbaridad sin que se le moviera un músculo de la cara. Pensé que un psicópata no tiene temor, no tiene escrúpulos. Y me agarré de eso.

-¿Cuáles son los rasgos de su personalidad que te sorprendieron?

No tiene afectividad. Eso me pareció muy potente. Y su vida social antes de asesinar a la primera de sus amigas: ella tenía sus amigos, su vida, su marido, su hijo, amantes. Se jactaba de haber tenido muchísimos amantes. Con esos elementos hice mi propia versión, la imaginé. Les pedí que me pongan más tetas, un peinado especial, los lentes característicos de ella. Con toda esa sopa armé una cínica. Con el encanto del mafioso, que cuando te habla decís: «¡Qué simpático que es!». Es obvio que me está cagando, pero qué gracia tiene.

-En este momento y en este contexto, ¿qué cosas valen la pena de la profesión?

Mantener la ilusión y la alegría es difícil… pero vale la pena. Es difícil porque todos tenemos que vivir de nuestro trabajo y a los actores se nos está complicando muchísimo, entre tantas otras profesiones y tantos otros trabajadores. Sobre todo cuando uno tiene familia, hijos que mantener. La actuación es una profesión que uno siempre romantiza. A mí me pasa que me cuesta separar mi trabajo de «no sabés lo bueno que está y no sabés quién está». Hay algo que te da alegría e ilusión, que quizás no pasa en todos los trabajos.

-Raúl Perrone suele decir que hay que mostrar las películas donde sea, reivindicando el rol social del artista.

Sí. Hay que crear los medios propios: hacer un taller, buscar dónde contar historias, presentar una obra en donde sea. Y generar un lazo con el público. No se trata solamente de subir al escenario para hacer la función: hay algo que queda dando vueltas, que te mantiene conectada con eso. Me hace feliz llegar a mi casa y decirle a Agus, mi novio: «Mirá el mensaje que me mandaron». Actuar no es meramente el hecho que ocurre en un instante sino lo que pasa en torno a eso.

Julia Montesoro

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