La cantante, violinista, actriz y estudiante de cine Wara Calpanchay protagoniza Ánimu, el nuevo trabajo de Miguel Kohan, que después de un periplo de más de un año por festivales se estrenó en Cine Arte Cacodelphia, donde continúa sus presentaciones los domingos 21 y 28 a las 19 hs.
Wara es una adolescente indígena atacameña de Jujuy que desanda un camino de contradicciones luego de mudarse de La Puna a Palpalá. La mudanza coincide con la muerte de su abuela paterna, referente cercana de sus orígenes, que la lleva a repensar sobre cómo sostener sus raíces. En la escuela secundaria de artes audiovisuales a donde asiste, la película «Nanuk el Esquimal» y la propuesta de un corto le sirve de excusa para investigar las innumerables preguntas que le dejó su abuela sin contestar.

–Ánimu te revela paralelamente en tus dos facetas artísticas: música y actriz. ¿Qué apareció antes, la música o la actuación?
La música. La actuación empezó después. Pero las dos llegaron como un juego. Así que las tomo como si fueran primas hermanas (Risas).
–¿En qué momento te planteaste que era lo que querías hacer?
A los 8 años tuve mi primera experiencia frente a cámaras. Y casualmente también entré a ese trabajo cantando. Creo que en ese momento me dije que quería trabajar de esto. Desde entonces, nunca paré. Desde muy pequeña me interesaron distintas ramas del arte. A medida que fui creciendo, traté de adquirir información sobre las mismas. No me imagino en otra actividad. Busco seguir desarrollándome.
-¿Qué te convenció de la propuesta de Miguel Kohan para protagonizar Ánimu?
Sabía que era un momento único y que ese instante iba a ser irrepetible. No todos los días alguien que proviene de una comunidad tiene la oportunidad de ser parte de un documental. También fue como una ofrenda. Fue una decisión difícil exponer un lado íntimo, pero también un momento de conciencia de recordar mi niñez. Crecí observando la falta de representación en medios como el cine, la tele, la música. Ya de niña quería ver más rostros andinos en esos espacios. Cuando se me abrió una puertecita, me dije que había que intentarlo.
Obviamente, uno siempre tiene inseguridades. Pero también la certeza desde muy niña que las cosas hay que hacerlas con amor y con conciencia. Me decidí a hacerlo cuando pensé: ¿A mi nieta le gustaría ver esto? Si la historia que estoy haciendo la hubiera grabado mi abuela, ¿me hubiera gustado verla? A las dos cosas respondí que sí. Allí me dije «listo, vamos a hacerlo».
-Mencionás a tu abuela y se advierte en Ánimu que en tu propio camino buscás los rastros de lo que dejó ella.
Sí. La encontré y la sigo encontrando. Ella estuvo el estreno de aquel primer corto en el que trabajé, a los 8 años. Fue una mujer que me enseñó cosas, como a valorar la comida, como un arrocito con charqui. Y cuando yo le decía que soñaba con ir y cantar en Cosquín o Lollapalooza, pensaba siempre en grande: «Yo ya fui a Cosquín.» Y yo quedarme con los ojos bien abiertos: «¿Cómo que vos fuiste a Cosquín, abuela?» Y me contestaba: «Sí, a vender mis tejidos.»
Cuando me planteé seguir en el camino del arte me dije que si esta viejita pastora, hermosa, que trabajó con un arte como los tejidos, tuvo la capacidad de viajar en los momentos donde era mucho más difícil y conocer otros lugares, ¿cómo no iba a poder yo? Mi forma de tejer es a través del arte, que me permite poder conectarme con otra gente. Aprendí de ella el valor del trabajo; en este caso, del trabajo artístico.
-¿Cuál es el propósito del arte?
Siempre me gustó hacer arte, jugar con él, experimentar. Pero a la vez con un mensaje que jamás cambió: cualquier pequeña cosita que podía construir debía tener un sentido. Del cuidado de la Pachamama, de las cuestiones sociales, en contra del racismo hacia los niños y las comunidades originarias. Porque lo padecí, como mi papá y mis abuelos.
Uno cree que poner a Wara Calpanchay en la pantalla del cine es representar a la gente andina, y si bien yo también lo veo así, creo que en realidad sigo siendo un mini granito de la gran cantidad de artistas andinos que existen. A mí me encanta invitar también a la gente que comienza a conocer esta historia, y contarles que en mi comunidad de Susques tenemos bailarines, sicureros, cumbieros, actores, ¡un montonazo! E invitarlos a que conozcan nuestras tierras, la Puna y la yunga jujeña, para conocernos entre artistas.
-El hecho de que también tuvieras formación en cine, ¿influyó en tu forma de plantarte en la película?
Algunas cosas las fuimos descubriendo con Miguel en el camino. Lo que me pasa en los rodajes, sobre todo cuando vamos a grabar a locaciones específicas, es que me permiten descubrir cosas nuevas de mi cultura, de mi familia. Tenía la mente dividida: quería aprender más de esa cultura y también sentía curiosidad de saber cómo se trabaja un plano o cómo se hace el sonido. Después de la pre, del rodaje y de la post, mi curiosidad me llevaba a seguir aprendiendo.
-¿Qué pasó cuando te viste en la película? Este es el resultado, ya está, no se va a modificar. ¿Cómo te ves?
La primera vez que lo viví fue en Buenos Aires y lloré. Hubo planos que ni siquiera pude ver porque estaba emocionada, llorando. Un amigo, un changuito jovencito, me explicó que las lágrimas calman el fuego que tenemos en nuestros corazones. En ese momento era un fuego de dolor, de miedo por lo nuevo que estaba aprendiendo. Lloré toda la peli. Ya en las siguientes veces tuve una experiencia cada vez distinta. Ahora me pongo a pensar y le digo a Miguel: «Este plano es re Miguel Kohan porque ya lo vi en otra peli”. Ya tengo la mirada crítica (Risas).
-¿Te entusiasma el cine como espectadora?
Soy una de las tantas personas que en mis niñeces no he visto muchas pelis en el cine. No era fácil acceder a una sala. Ahora estoy en el momento de decir: «También quiero verlo en un celular, en una compu». Es igual de importante que verlo en una pantalla grande. La experiencia y la necesidad de ver arte no importa tanto si es en una pantalla gigante o en un cosito chiquitito con la pantalla rota, como por ahí alguna vez está mi celular (Risas).
-¿Qué descubriste de Ánimu al verla en familia?
La vi en Jujuy. Fue un desafío muy grande porque me pasa que cuando canto, puedo cantar en cualquier lado. Pero cuando canto para mi familia ¡ahí me da miedito! Tenía la intriga de ver cómo nos íbamos a sentir todos. Porque este docu, que se hizo también atravesando momentos de pedir permiso en mi propia comunidad para poder filmar, también implicaba el duelo que estoy atravesando yo y en conjunto, con toda mi familia. Y para ellos también fue muy emocionante.
En estos últimos meses también pudieron ver el documental más familiares y gente de mi comunidad. Me sentí muy tranquila porque lo recibieron bien. Ahora, el próximo objetivo, es llenar la sala en Susques (Risas).
Julia Montesoro


