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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Luis Sartor, de producir cine a protagonizar «Animal, o la salida humana» en teatro: «Perdí el deseo por hacer películas y nunca quise volver»

Luis Sartor es un nombre ampliamente reconocido en la industria del cine, como productor de alrededor de 50 películas desde hace más de tres décadas. Dos años atrás dio vuelta la llave, cerró la puerta y decidió no volver a producir. Al mismo tiempo retomó otra de sus facetas que había abandonado durante un largo tiempo: la de actor.

Protagoniza en teatro el unipersonal Animal, o la salida humana, una adaptación libre del cuento Informe para una academia, de Franz Kafka, dirigida por Víctor Laplace, que se presenta los sábados y los dos primeros de junio a las 18 hs., en Nün Teatro, Juan Ramírez de Velasco 419.

-¿Cuál es el origen de Animal o la salida humana y de qué se trata?

Parte del cuento Informe para una Academia, que Franz Kafka escribió en 1917, que cuenta la historia de un simio que es capturado y entregado a una Academia de Ciencias y Artes para ser humanizado.

La obra se ubica en el instante de la transformación del personaje (llamado Pedro el Rojo) en que está mitad simio mitad hombre y ya no puede volver atrás, porque para ser humanizado necesitó un lavado de cerebro importante. En ese proceso, todavía no está considerado un ser humano y debe exponer ante el espectador -que viene a ser los miembros de la Academia- sus vivencias, su aprendizaje. Juega todas sus cartas con humor, ternura e ironía para ser considerado un hombre. Y no pretende la libertad sino una salida. La obra plantea ese interrogante: ¿la libertad o la salida? No es lo mismo ni es igual.

La obra expone ese proceso de cautiverio. Tiene que ver con la alegoría de la caverna de Platón. ¿La realidad es lo que se ve en esas sombras o es lo está afuera? ¿Si salgo de esta jaula me meto en otra?

-¿Qué te entusiasmó de la posibilidad de protagonizar esta obra, que además ser un unipersonal -ese es otro desafío- tiene una notable transformación física?

Cuando me dijeron “ya está, estás jubilado” me invadió una tristeza absoluta. Pensé en mí mismo en pantuflas y el pijama puesto mirando televisión a la mañana y desesperado por salir a la tarde. No lo dudé y salí de ese lugar. Me propuse volver a estudiar teatro. El año pasado retomé con Lizardo Laphitz, a quien conocía desde 1981, cuando yo estudiaba con Agustín (Alezzo). El había sido su compañero en la enseñanza.

Me propuso hacer el monólogo Sobre el daño que causa el tabaco, de Chéjov, para presentarla con un grupo de actores. Pensé que era imposible memorizar cuatro páginas. ¡Hacía más de 40 años que no hacía teatro! Pero pude hacerlo. Con cuatro obras cortas de Chejov, Pirandello y Girondo armamos entre seis actores el espectáculo El deseo de vivir – No sabemos de qué está hecho.

Pero me fui dos meses de la Argentina. Cuando volví el monólogo ya no estaba. Me quedó la sensación de decirme que me fui y dejé colgado a cinco personas que tenían ganas. No me sentí cómodo. Entonces me propuse hacer teatro por placer, sin comprometer a nadie más. Salí a buscar una obra y apareció Informe sobre una Academia. La última adaptación que había leído era de (Alejandro) Jodorowsky, de 1994, El gorila. Pero en treinta años el mundo cambió. Entonces convoqué a Matías Bertilotti para adaptar el texto. Y hablé con Víctor (Laplace), con quien tengo una amistad muy grande y trabajamos mucho tiempo juntos. Le dije que le daba la oportunidad de arruinar 60 años de su carrera para dirigirme (Risas).

-¿Cómo atravesaste el proceso de dejar de ser vos mismo para meterte en una creación para la escena?

Hubo un proceso de observación y caracterización. No quisimos máscaras ni caretas: busqué que la transformación fuese lo más orgánica posible. Hay una gran transformación corporal (que obviamente me llevó tener dolores de columna porque es una posición incómoda). Trabajé en lo vocal y me colocaron una prótesis dental especial, que me permite hablar sin que me modifique la mordida. También modificaron los orificios de la nariz. Para el movimiento de las manos, además de mirar películas, visité el Ecoparque y la reserva Jaaukanigás para observar el movimiento de los monos. Recuperé el deseo del proceso creativo.

-Mirando cuatro décadas hacia atrás, ¿qué te llevó a cambiar la actuación por la producción?

Con el cine llenaba mejor la heladera. La última vez que subí a un escenario como actor fue en 1982 con El largo adiós, de Tennessee Williams. Empecé a hacer cine y nunca más volví a la escena. En esa época, como siempre, como ahora, el laburo del actor era muy complicado. Un día me di cuenta que quería producir. Después puse la productora. Y quedó atrás el actor, aunque de alguna manera siempre estuve ligado a este mundo, como cuando fundamos con Mauricio Dayub el Chacarerean Teatre.

-Hace dos años, después de producir Caminemos Valentina (dirigida por Alberto Lecchi), manifestaste tu deseo de dejar la producción cinematográfica. ¿Te dieron ganas de volver?

No.

-¿Es una etapa superada?

Totalmente. Estoy absolutamente desligado. Aunque me siguen consultando. No tengo más la productora: me desligué hasta de los papeles. No, no, no, no (lo repite cuatro veces). ¡Perdí eso! Lo que recuperé con el teatro es ese proceso creativo de conversar. De qué manera, en qué lugar, cómo lo contamos, qué hacemos. Todo eso lo había perdido en el cine. Las últimas películas que hice las empezaba con entusiasmo y después no veía la hora de terminarla.

Julia Montesoro

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