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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Javier Torre, cineasta y autor de «La luz de un fósforo»: «En mi literatura hay algo genético y de mi deseo de ser escritor»

El pasado martes 6 se conmemoraron los 101 años del nacimiento de Leopoldo Torre Nilsson, director, productor y guionista esencial en la historia del cine argentino. Días antes, se lanzó en librerías La luz de un fósforo, la segunda novela de su hijo, el cineasta, productor, gestor cultural y escritor Javier Torre, que rápidamente se constituyó en uno de los grandes lanzamientos de la temporada.

La luz de un fosforo es una novela editada por Corregidor evocadora y auténtica, que captura la esencia de las hermosas historias del cine nacional ahora silenciadas y rinde homenaje al legado cinematográfico, transportándonos a un tiempo en que el cine era una ventana abierta a los sueños y realidades de la sociedad. 

Está a la venta en librerías y en la Feria del Libro, en el stand de Corregidor.

-A propósito del aniversario del nacimiento de tu padre, pensaba desde cuándo te volcaste a la literatura y si él leyó textos tuyos.

En mi familia siempre hubo contactos muy intensos con la literatura. Además del amor por la lectura, por la pasión por los personajes literarios y por las películas que tuvieron que ver con la literatura, también había un permanente fluir de escritores que estaban de visita en casa, a quienes se homenajeaban o se presentaban sus libros. Al punto que (Gabriel) García Márquez una vez estuvo en la casa de mi padre, en avenida Santa Fe, presentando 100 años de soledad.

Mi padre fue un entusiasta lector. Estaba permanentemente leyendo en castellano y también en inglés. De muy joven quería ser escritor. Decía que hubiera preferido ser eso y no director de cine. Esa pasión estaba en nuestra genética. Hasta en los almuerzos se hablaba de libros.

En lo que respecta a mí, fue un entusiasta lector de mi primera novela, Rubita. La escribí cuando era muy joven y me la elogió muchísimo. Después escribí otra, que nunca se publicó, y me dijo que no le había gustado. Era honesto en sus críticas.

-Literatura y cine eran los dos tópicos sobre los que tu padre cimentó su carrera.

Siempre fue un entusiasta promotor de la obra de otros autores, sean literarios o cinematográficos, más allá de ser un genial director. Fue el caso de Leonardo Favio, a quien le produjo la primera película, Crónica de un niño solo. Dicho sea de paso, no tuvo espectadores, ese concepto que hoy está tan de moda y que parece que fuera lo único importante. Creo que estuvo una sola semana en cartel: no tuvo espectadores y fue retirada… y hoy es considerado un clásico. A veces la veo como la película más valiosa del cine argentino.

-La decisión de dedicarte a la escritura, ¿tuvo que ver con esta influencia?

Con este ambiente, con su influencia y también con mis lecturas. Y después, con mi paso por la Facultad de Filosofía y Letras. Siempre fui muy buen lector y me atrapó la literatura europea -en especial la francesa- y además la argentina, de la que siempre he sido devoto. Hay algo genético y también del deseo mío de ser escritor.

Pero no fue una imposición o una sugerencia de mi padre. El nos daba libertad para hacer lo que quisiéramos. Nos hacían saber que había que trabajar y que el mundo del cine era un buen ambiente para establecerse: tener una empresa, viajar, realizarse, producir. Ese era nuestro mundo. El mismo que el de mi padre, que a su vez desde adolescente había trabajado en el cine con mi abuelo (Leopoldo) Torres Ríos, a quien evoco en La luz de un fósforo. Todo está entrelazado, siempre vinculado con las letras y con el cine, con enorme pasión, con respeto por lo que somos.

-¿Cuánto del vínculo entre padre e hijo y de su legado aparece en La luz de un fósforo?

Es difícil decirlo, porque todo está muy entramado: hay legado, curiosidad, herencia intelectual, pero también una búsqueda mía muy selectiva de hechos, que están en nuestra historia y que son poco conocidos. En La luz de un fósforo los traigo a la literatura, porque me fluyen en la memoria y porque a veces incluso sueño con esas cosas. Todas las conversaciones de mi historia están cifradas en el cine, en las historias de esos personajes tan inquietantes y maravillosos que eran los productores, los actores, las actrices, los colegas directores y los orígenes del cine argentino, con los cual yo estoy enraizado por sangre, por cultura y por educación.

Siempre tuve atracción por la historia del cine argentino, desde sus pioneros del cine mudo y hasta por las películas perdidas. Mi abuelo había sido protagonista de esa época y le atraía contar esas historias de amor, de viajes y de estrenos. Ese es el entramado que yo fui tratando de expresar.

-En este cruce constante entre tus influencias literarias y cinéfilas, ¿pensaste en la adaptación de La luz de un fósforo?

No, La luz de un fósforo es un libro impreso y nada más. Ni siquiera sé si es una novela, porque por momentos es como un libro de recuerdos, de viajes, crónicas de amor, aguafuertes o una pequeña historia del cine. No es una novela en el sentido formal: hay que adivinar lo que está sucediendo y las relaciones entre los personajes. Tiene un entramado literario bastante atípico, incluso te diría desprolijo, en relación a una novela tradicional. Pero es directamente algo literario. No tiene posibilidades de llevarse al cine.

Paralelamente, mucha gente me dice que La gloria, mi novela anterior, hubiera sido una excelente película. Hay algo de razonable: primero lo había pensado como un guion y después resultó tan complejo para llevarlo al cine -por las dificultades de producción-, que la escribí como novela.

-Una obra artística siempre se completa con el destinatario natural, que es el público. ¿Qué mensajes, repercusiones o devoluciones recibís?

En principio es muy grato que ver que el libro tiene buena repercusión, que la gente lo haya buscado y que prácticamente haya desaparecido en las librerías. Mucha gente me habla desde la emoción. Hace unos días, en una confitería, se me acercó una señora a decirme que había leído el libro y que estaba muy conmocionada. Un colega tuyo, a quien conozco hace muchos años, que tiene un corazón muy duro, se conmovió por el libro. Sentí que realmente había hecho algo muy difícil de hacer. La novela emociona, toca un punto de emoción en la gente que la hace llevadera y querible.

Además, se suma en un momento tan difícil del cine argentino. El lector percibe que alguien escribe algo con tanto amor, con tanto cuidado por esos personajes, con tanta veneración por esas películas, por esos actores, por esos directores, por esos críticos, por esa gente que transita la novela… A la gente le gusta mucho el respeto y el amor por el cine argentino, en un momento donde hay cero cine argentino.

Julia Montesoro

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