El jueves 12 de diciembre se estrena la coproducción argentino-italiana Hogar, de Maura Delpero, un drama sobre madres adolescentes solas, que buscan contención en un Hogar religioso, al cuidado de un grupo de monjas. El elenco está encabezado por Denise Carrizo, Agustina Malale, Lidiya Liberman, Marta Lubos y Livia Fernán.
Luciana, Lu (Agustina Malale), y Fátima, Fati (Denise Carrizo), son compañeras de habitación junto a sus hijos dentro del Hogar, un instituto religioso italiano para madres adolescentes en Buenos Aires. Son dos niñas repentinamente transformadas en madres. Sus días transcurren intentando construir su temprana maternidad, sobrellevando el encierro junto a sus hijos y adaptando sus necesidades adolescentes a lo que la doctrina religiosa de la institución les permite.
La llegada desde Italia de Sor Paola (Lidiya Liberman), única hermana joven del Hogar, alterará el equilibrio entre las amigas. La hermana debe tomar sus votos perpetuos y busca tímidamente su lugar en la institución, aunque pronto se descubrirá más atraída por las adolescentes y sus hijos que por las demás monjas.
El relato de Delpero omite juzgar a esas mujeres –adolescentes, además- que en su condición de embarazadas (o de madres) pasan abruptamente al mundo de la adultez, afrontando nuevas responsabilidades, sin perder la inocencia y sin salir de la perplejidad. Lo hace en forma ascética: los diálogos son escasos; las sombras predominan por sobre las luces; la música solo aparece en los coros sacros, a cuentagotas. También con misericordia: en cada una de esas jóvenes hay un sentimiento de aceptación resignada del destino que les toca sobrellevar.
Además del tópico de la madre adolescente, otros ejes temáticos complejizan la trama: las familias no convencionales (disfuncionales, para emplear un neologismo); la religión (con su carga de cuestionamientos, crisis y contradicciones); la represión del deseo amoroso; el encierro (como metáfora de las prisiones internas).
Maura Delpero dialogó con GPS audiovisual acerca de Hogar.
-Es una película que aborda grandes líneas temáticas no frecuentes en el cine: maternidad, religión, despojamiento del deseo amoroso. ¿Cuál de todos estos ejes (u otros) fueron los que rondaban tu cabeza, y de qué manera se constituyeron en una película?
La línea temática originaria fue la maternidad. Hacía mucho que necesitaba hacer una película sobre la maternidad, porque había cuestiones sobre mí que quería profundizar. La religión vino después, a partir de mi trabajo en un hogar religioso. Yo trabajé en tres hogares: dos laicos y uno religioso. Ahí se me desveló esta convivencia interesantísima, casi paradójica, entre la maternidad precoz de las chicas y la maternidad ausente de las monjas.
Al principio quise hacer una película sobre esta contradicción conmovedora de ese ser adolescente que todavía está creciendo, con la intensidad de la adolescencia y la de la maternidad, todo en el mismo cuerpo y en la misma alma. De por sí me parecía una contradicción muy fuerte. Cuando me encontré trabajando en un hogar religioso me di cuenta de que había una contradicción más fuerte aun, que era el encuentro entre estas mujeres. Y empecé a cuestionarme qué le pasa a estas monjas, a estas mujeres detrás del velo. Más allá de seguir una vocación, una elección, hay algo misterioso muy potente, que nosotros los laicos no podemos entender. Pero siguen siendo mujeres, y a algunas de ellas la maternidad les genera un conflicto interno muy fuerte.
En general, es una película cuya temática es el conflicto. En ese sentido, sentí muy cinematográfico el conflicto entre el deseo y la responsabilidad. Entre deseos supuestos, amores diferentes –en el caso de Lu, entre el amor maternal y el amor para un chico-. Obviamente es una película que habla de amor, de la dificultad de las relaciones en ciertas situaciones complejas de por sí.
-La película casi no tiene exteriores: los vínculos invariablemente están condicionados por un marco opresivo y aislado.
El contexto del encierro viene de trabajar, y de vivir y entender estos lugares, cuyas puertas realmente cerradas al mundo. Esto también es interesante cinematográficamente. En ese encierro, las emociones están adentro y se crea una tensión muy grande. Mujeres tan diferentes caminan bajo el mismo techo, en la misma situación de encierro.
-¿Cómo fue el proceso de búsqueda de la información necesaria sobre esas personalidades tan diferentes, opuestas, contradictorias?
Muy largo. El origen de la película es doble: por un lado es muy íntima, es muy mía. En el guion hay mucho de mí: de mi infancia y mi adolescencia, mi madre, mis preguntas y mis inquietudes. Pero a la vez cuenta una situación que existe, realmente, que es la realidad de los hogares. Con lo cual yo sentía que era dueña de toda la información, porque me conozco (ríe): me quedaba claro que necesitaba conocer muy de cerca lo que iba a contar que no es lo mío, porque no soy madre adolescente. (Esto viene de mi formación documental y de mi personalidad: cuando cuento algo, quiero saberlo todo, es una forma de respeto hacia lo que se cuenta). Con lo cual todo se hizo muy largo.
Hubo una primera parte de entrevistas a madres: a cualquier madre, adolescentes o no, y en diferentes países. Buscaba contactarme con estos sentimientos contradictorios que yo tenía con la maternidad, que van desde una gran atracción a los miedos. Me preguntaba si es algo que me pasa solamente a mí o es común. Y necesitaba saberlo. En las entrevistas, ellas empezaban contando en forma correcta. Pero a medida que avanzaba confesaban mucho más esos sentimientos contradictorios. Y sus dificultades por ser comprendidas en nuestras sociedades latinas, porque le tienen mucho miedo al juzgamiento porque no pueden ser la madre perfecta.
Después hice la búsqueda en los hogares: trabajé cuatro años en hogares de Capital. Cuando finalmente se logró financiar la película, empezó la búsqueda de locaciones.
-¿Cuál fue el factor determinante que lo convirtió en un guion y no en un documental?
Hubo dos factores determinantes. El primero tiene que ver con mi camino de directora: había algo que sentía muy orgánico, natural en mí, en ese pasaje del documental a la ficción. Venía haciendo documentales cada vez más narrativos, con más elementos de ficción. Y esta es una ficción con muchos elementos documentales. Sentía algo que me estaba llamando. Y entre estos llamados, también había un gran deseo de trabajar con actrices. Profesionales o no, eso no me cambia mucho: lo que me gusta es la relación director-actor. Esta película me lo confirmo.
El otro factor es que, si bien cuando comencé a trabajar en los hogares no estaba seguro de que iba a terminar en una ficción, terminé de convencerme ahí. A lo largo de los años, haciendo documentales desarrollé una especie de cosa interna que me dice cuándo una situación puede sostener la invasividad de una cámara o no. Y sentí que esta vez no. No quise invadir con mi cámara. Con lo cual entraba con una libretita y solo tomaba apuntes (obviamente, también apuntes visuales).
Terminada la investigación, empecé a escribir sobre estos dos personajes que empezaron a moverse y se delineó una historia de ficción. Sentí que era el camino.
–Hogar aborda el universo femenino en un plano íntimo y cercano: allí están reflejados dolores, miedos, carencias, soledades. Y mucha humanidad. ¿Cuáles fueron tus referentes y tus influencias para llegar a ese resultado?
No sé si hay influencias cinematográficas. La principal fue la vida. Realmente es una película muy íntima, viene mucho de la panza. Hay mucho de mi vida, de lo que fui observando alrededor mío a lo largo de los años. Y si hay mucha humanidad es porque soy muy humanista: observo mucho, me gusta escuchar. Una muy buena amiga mía cuando vio el guion me comentó que no era un guion sino un testamento.
-¿Te descubriste como una directora de género a partir de Hogar, o esa mirada estaba en vos desde antes?
Hay algo casi obvio en que sea una película femenina. Cuento algo que conozco bien: fui una mujer adolescente, trabajé mucho con adolescentes. Las mujeres son seres complejos y fascinantes. Pero no hubo una decisión racional: fue una necesidad mía, porque me cuestionaba la maternidad, este evento humano que siempre vi como algo mágico, increíble. Obviamente, si contás la maternidad, contás el mundo de las mujeres.
En mi vida sí tengo una mirada de género, que fui desarrollando a lo largo de los años. Viví mucho tiempo en Bologna, una de las primeras ciudades donde se habló de la cuestión. Obviamente me interesa, y hay mucho por profundizar. Pero no hubo una decisión racional de sentarme a escribir una película con mirada de género. Fue algo mas instintivo, íntimo. Casi diría obvio.
-¿Qué estaba antes en vos, el guion –que prescinde de personajes masculinos- o la necesidad tuya de contar una historia sin hombres?
Te diría que me descubrí a través del guion. Es interesante –mágica- la escritura cuando es tan íntima. Reveladora de cosas que tenés en el inconciente y que no estaban claras. Después de mucho tiempo de escritura, me di cuenta de que estaba hablando de mí, de mi familia, mis deseos, mis dudas, mis miedos. En un punto hay algo obvio: soy mujer, cuento algo que le ocurre a las mujeres. Tal como debe haber pasado a muchos hombres contando sus historias en un montón de películas sin mujeres. Y nadie se lo cuestiona. Estamos muy acostumbrados a ver muchas películas con muchos hombres y ni nos damos cuenta, simplemente porque la historia del cine es masculina. Es interesante que reflexionemos sobre esto y que haya más directoras mujeres, donde puedan mostrar universos femeninos, simplemente porque son mujeres. La película tiene una inspiración documental fuertísima, y el mundo que yo cuento no tiene hombres. Es así de simple. Si hay madres adolescentes es porque es muy difícil que se los padres adolescentes tomen la responsabilidad de la paternidad: se van. Porque son niños. A las mujeres no les queda otra. Y las monjas están ahí porque decidieron renunciar a lo masculino.
-Un mundo sin hombres pondría en tensión el equilibrio de los modelos tradicionales de familia y de sociedad…
En realidad, en la película hay hombres y ni nos damos cuenta. La religión es muy masculina: ¡hay Cristos por todos lados en el Hogar! Además, el lenguaje cinematográfico trabaja con lo que está en cuadro, pero también con lo que está fuera, el off. Y hay muchísimos hombres en el off: ¡todas esas panzas embarazadas se encontraron con hombres! Y también están los niños. Maikel, el hijo de Fati, es un personaje muy positivo, y además es un hombre muy progresista, con un discurso muy abierto sobre la familia modelo, que da espacio a todo tipo de amor. No hay que ser perfectos para amarse y tener una familia. Es lo que piensa él a partir de su historia. No había para nada necesidad de contar una historia sin hombres: tengo una relación hermosa con ellos, de muchos amigos, carezco de una mirada excluyente. Simplemente, en esta película iba a ser muy forzado poner hombres.
-¿La falta de hombres también puede verse como un cuestionamiento a la familia como institución arquetípica cristiana?
Se conecta con un poco lo que te decía del niño. Hay algo muy difícil en un hogar religioso, y es que se encuentran mujeres con mundos opuestos, con vivencias e ideologías diferentes. Así se hace difícil la comunicación. Más allá del esfuerzo que hacen las religiosas, les cuenta entender la realidad de las chicas. Y viceversa. Esto crea situaciones tragicómicas, como la anciana monja que dicta catequesis a estos chicos sin padres, diciendo que la familia modelo es con papá y mamá. Pedagógicamente es polémico, pero lo hace a partir de su fe, de su creencia, y desde sus buenas intenciones, con una mirada positiva. Como si fuese la abuela de estos niños. A mí me conmueve cómo los niños intentan buscarle la vuelta a las situaciones difíciles. Son ellos mismos los que entienden que hay un modelo arquetípico y perfecto, y que ellos no entran en ese modelo. Entonces tienen que inventarse algo para sobrevivir.
-Uno de los tantos elementos no convencionales de la película es la selección artística. Casi todo el elenco está confirmado por no profesionales. Y además están divididos en grupos: el de las monjas, el de las futuras madres, el de los niños. ¿Cómo fue el proceso de selección, de trabajo con cada uno de ellos, de integración?
El casting fue larguísimo. Muy diferente, según estos grupos que bien identificás. Con las monjas hubo un casting chiquito de profesionales: no había muchas actrices que pudieran ser monjas. Lidiya (Liberman) me convencía mucho desde todo punto de vista, porque hasta físicamente tenía algo de cierta distancia que lo que nosotros los laicos podemos percibir de las monjas.
El casting de las madres fue larguísimo. Quedamos en ver tanto no profesionales como jóvenes actrices, pero a lo largo del tiempo me di cuenta de que quería las chicas verdaderas. Había trabajado en hogares y tenía muy grabadas las caras. Necesitaba un nivel de verdad que no tenían las profesionales. Obviamente, elegir a una chica que nunca estuvo frente a una cámara fue mucho más difícil para la dirección actoral y el coaching, pero valía la pena. Con los niños hubo un casting de no profesionales más corto, por cuestiones de producción. Necesitábamos que fueran del mismo entorno de la locación para que pudiesen seguir yendo al jardín.
–Hogar pasó por distintos festivales, en distintos lugares del mundo. ¿Qué nuevas miradas te devolvieron las mujeres que no conocías sobre la película?
Más que nuevas miradas, me devolvieron miradas empáticas. El público conecta mucho, no es una película hermética. Tiene algo universal, conecta en distintos lugares del mundo. Siempre hay alguien que me abraza fuerte y me agradece. En un punto, es darle voz a situaciones imperfectas. En el cine siempre se prefiere contar lo lindo, lo idealizado, pero después la gente empatiza con lo que pasa en la vida de verdad. Hubo mucha mirada agradecida. Y también hubo cosas conmovedoras: un chico y una chica, cada uno por su lado y en situaciones distintas, me comentaron que cuando se terminó la película habían llamado a sus mamás para agradecerle por todo lo que habían hecho, y que gracias a la película se habían dado cuenta por primera vez del esfuerzo que significa ser madre.
Norberto Chab