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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Horacio Marassi protagoniza «Crónicas de una santa errante»: «Me sorprendió comprobar que el público celebra el humor absurdo»

Horacio Marassi es uno de los rostros más reconocibles del cine argentino, con más de treinta títulos en su haber a lo largo de cuatro décadas. Participó en proyectos tan disímiles como Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela), La Flor e Historias extraordinarias (Mariano Llinás), Plata quemada (Marcelo Piñeyro) o Bajo bandera y Papá es un ídolo (Juan José Jusid).

Sin embargo, el Norberto de Crónicas de una santa errante -la ópera prima de Tomás Gómez Bustillo que se presenta en salas- es un rol hecho a su medida, protagónico y consagratorio.

Coprotagonizada por Mónica Villa, Crónicas de una santa errante es una comedia dramática de fantasía que aborda el realismo mágico, con producción de Plenty Good y coproducción de Tomás Medero.

-¿Qué encontraste en Crónicas de una santa errante para encarar este rol protagónico?

Hubo un proceso previo de encuentros con el director y de algunos ensayos, algunos de los cuales fueron en forma individual y otros, posteriormente, con Mónica Villa, a quien la conocí allí.  

El planteo de la dirección fue mantener una expresividad mínima, baja. En base a eso se fue construyendo el personaje. Tampoco fueron muchos ensayos; tal vez tres o cuatro.

De a poco fui tomado por ese personaje. Ese tipo de actuación me gusta mucho porque me permite en ese momento estar haciendo o interpretando, ir trabajando la cabeza y pensando cosas. A veces hay actuaciones más exageradas, en las que uno pone otro tipo de condimentos para el afuera. No fue el caso: aquí se pensó en los momentos y los tiempos, para no caer en la maqueta.

-Con la película terminada y como espectador, ¿cómo definís Crónicas de una santa errante?

Se podría definir inicialmente como una comedia dramática. Yo la vi por primera vez en computadora, pero cuando fui a la avant première me sorprendió cómo la gente se reía en determinados momentos. Me llamó la atención cómo descubrió el humor. Un humor muy especial, absurdo. Al comienzo pensaba que la película tenía algunos tiempos lentos y que algunas cosas no iban a funcionar, pero es todo lo opuesto. Antes que nada, porque es una buena historia muy bien narrada.

La película nos introduce en el mundo de la fe y en los misterios de la muerte. ¿Hasta dónde se vinculan con vos esos tópicos?

Yo no estoy ni bautizado, así que mi fe va por ese lado (Risas). Mis padres no se habían casado por iglesia. Me crié en Castelar. Tenía 6 o 7 años cuando una vez, a la salida de una iglesia que había cerca de la estación, estaba un cura entregando unas crucecitas muy chiquititas, doradas. Yo le fui a pedir una, inocentemente. Y él me respondió que solo me la daría si entraba a la iglesia. Así que por ese lado…vengo medio mal.

Con respecto a la muerte, es un planteo que uno siempre se hace. Uno piensa estupideces hasta cuando ve la película. Pensando si tiene sentido que cuando uno se muere queda divagando por ahí. O si tendrá frío. La muerte es una gran incógnita. Ojalá sea un “plop” y que uno no sienta nada.

-¿Quién es este Norberto de la película?

Lo veo con cierta inocencia –o cierta ingenuidad-, así como también la tiene el personaje de Rita. Es posible que tenga una imagen fuerte, que se contrarresta con el personaje de la mujer. Incluso hay momentos de que se enoja, porque no puede tocar la guitarra o le recrimina a la mujer ciertas cosas, pero no estalla. Reacciona, parece que la va a matar, pero se va a trabajar y queda esa imagen tierna y de afecto entre los dos. Había que buscar esa ambigüedad. Mi cuerpo es un poco grande, pero tenía que surgir esa imagen de ternura.

-Entre los dos hay además una especie de complicidad para instalar la idea de la Santa Rita milagrosa.

Sí. El le hace pata con los vericuetos que hace con la imagen que han encontrado. La ayuda a trucharla, a modificarla. Incluso en la escena final, hay una especie de puteada cuando mete la imagen en el auto. Ella es la devota, Norberto no es tan de ir a la Iglesia ni nada por el estilo, pero la comprende totalmente.

-A lo largo de cuatro décadas de actuación trabajaste con directores como Eliseo Subiela, Eduardo Mignogna, Pablo Trapero, Benjamín Naishtat o Mariano Llinás. ¿Cómo fue el vínculo con Tomás Gómez Bustillo? ¿Qué características observaste en él?

Tomás es un tipo muy cálido, tremendamente cálido. Me llamó Iair Said para hacer un casting, todavía en pandemia. Me mandaron el texto y no me acuerdo si me lo dijo o tomé la decisión, pero hice el casting en el fondo de mi casa (porque hablaba de las sábanas, de la ropa colgada), en pleno día, sentado al sol… Por lo que me contó Iair, cuando Tomás lo vio dijo “es éste” (Risas). Quedé signado como la imagen de Santa Rita.

¿Qué es lo primero que te atrae cuando te llega una propuesta? ¿El director, la historia, el proyecto?

Y… a veces hay que pensar en lo económico. Aunque no siempre: he rechazado cosas también. Me gustan las historias y las producciones chicas. Donde también se pueda -como en Historias extraordinarias, de Mariano Llinás-, viajar por distintos lugares de la provincia de Buenos Aires. Hice muchas películas vinculadas a lo rural o al campo.

Me gusta el clima que se genera con pequeños grupos, incluso viajar con poca gente para la filmación. Tengo mucho más teatro que películas y me atrae mucho el vínculo grupal, que da sin conflictos.

En Crónicas, ese vínculo se generó con gente joven. Coincidentemente, estoy haciendo una obra de teatro que es El día más largo del mundo. Tengo que hacer de un rabino y los otros cuatro son pibes de 22 ó 23 años. Me tratan como si fuera uno más, no como “el viejo”… (Risas). Eso también es un punto esencial para encarar un nuevo trabajo. Porque me llena espiritualmente.

Julia Montesoro

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