Alfred Oliveri participa en la competencia oficial Cinema Cocina del Festival de Málaga con su documental Into the wine (La ruta del vino), largometraje de temática gastronómica que gira en torno a Mariana Torta, sommelier que se embarca en un viaje alucinante de 22 días que conecta ciudades europeas con los más importantes territorios productores de vino. Copa a copa, recorre los mejores restaurantes en busca del maridaje perfecto, así como el nacimiento de algunos de los mejores vinos del mundo de la mano de sus creadores.
Oliveri es un referente en su campo, que anteriormente obtuvo dos Biznagas de Plata en los años 2020 y 2023 por su largometraje Purity y su cortometraje Identidad.
-¿Qué es La ruta del vino?
La ruta del vino es el título que puso National Geographic, que lanzó la película en lineal, casi como una sorpresa para nosotros mismos. No sé si clasificarlo como un prestreno, o un estreno oficial comercial. Encontramos mensajes por todos lados de gente que estaba viendo en lineal La ruta del vino. El nombre original es Into the wine, que es como decir “entrando en el vino”.
Es una road movie que hicimos en 22 días, protagonizada por Mariana Torta, atravesando los territorios más importantes del vino en Europa. Empieza por París y termina en Madrid, pasando por Bourgogne, la Costa Azul, una visita por lo de Mauro Colagreco, una cata de vinos argentinos, Piamonte, Priorat, la Sierra de Gredos. Con una vinculación muy personal de Mariana con esos lugares, esa gente y fundamentalmente con el vino. Ella es un personaje muy particular: es una sommelier muy importante y sobre todo es muy apasionada.
Lo que me parece muy interesante –como reflexión que surge a posteriori de hacer la película-, es que tiene una mirada profundamente femenina.
Los que estuvimos en la van durante esos 22 días fueron tres mujeres, quien en ese momento era mi socio, Darío Genova y yo. Lo que se destila de ese grupo en el trabajo es antes que nada la energía. Pero la realidad es que todo momento prevalece la mirada de las mujeres. Yo no podría haber hecho esta película con un hombre. No me hubiese interesado.
-¿Por qué elegiste a Mariana Torta?
Porque hay una vinculación con el vino, por parte de una mujer, que no la podría tener un hombre. Definitivamente esta película es imposible de concebir con un protagonista masculino. No me pregunte por qué, pero es así. La gente, cuando la vea, la va a entender. Va comprender que hay una vinculación femenina en relación al mundo del vino. La ves a ella y está bien: no podés poner un pibe haciendo lo que hace ella. Puede hacer otra cosa, pero seguro que esto no. No son solamente temáticas femeninas, sino el aporte, la mirada o el protagonismo femeninos dentro de una temática determinada. Esto es esta película.
-Es un momento en el que en la industria audiovisual está en primer plano el tema del protagonismo de las mujeres. No solo los lugares que ocupan dentro de la industria, sino como protagonista de una historia. En ese sentido, me parece que también el documental adquiere un valor agregado.
Es honesto. Esto que vos decís que es cierto, aunque muchas veces se plantea en términos que no son tan buenos. Hay como una mirada interna dentro de la industria en el que es un buen momento para hacer determinada cosa. Pero esto no está pensado así.
Esta una película muy loca. Creo que es el único proyecto que, de alguna manera, salió mal. Nosotros la rodamos directamente después de presentar La leyenda de Don Julio: corazón & hueso en San Sebastián en 2019. En septiembre de ese año nos encontramos en París para comenzar el rodaje.
Cuando volví tuve un montón de problemas de todo tipo, como los que puede haber en una película con financiación, socios, vínculos, malentendidos, problemas de plata. La cuestión es que me quedó un agujero y un mal sabor. En enero fui a visitar a quien se iba a convertir en mi gran amigo Juan Peralta Ramos –con quien terminamos filmando Purity (2020), que después ganó en Málaga- y ese fue el antídoto al mal sabor que me había dejado este rodaje.
-De aquel momento del rodaje a la presentación en Málaga pasaron más de cuatro años. ¿Cómo decantó el proyecto y cómo te quitaste el mal sabor?
Fue un rodaje mucho más ambicioso de lo que se pensaba. La supe esperar y supe esperar ese agujero. Se dio la oportunidad gracias a nuestros queridos socios de Astromax de Uruguay, con la posibilidad de la entrada de Disney, con los cuales estamos vinculados desde Siguiendo la luna (2022). Abrir esa puerta permitió que esta película viera la luz. Se editó con una gran participación de Mariana. Posiblemente tiene una injerencia mía diferente: la película es muy de ellas.
-Te permitiste que las cosas sucedieran de otra manera pese a los obstáculos.
Sí. Fue una manera de releer la realidad de manera distinta. La posproducción fue diferente: el proceso fue mucho más amplio y yo ingresé en un momento posterior. Al que le interesa el vino lo va a enloquecer, porque llega a lugares que no alcanza casi nadie. Como Bourgogne, un lugar muy especial, como el Vaticano del vino. Para aquel que no sabe nada del mundo del vino, le va a divertir muchísimo.
-¿Hay un estilo o una forma propia de narrar tus películas? ¿Dónde se ve el sello Oliveri?
Hay una búsqueda de la imagen y la fotografía. Y a esta altura se nota. Me dicen que filmo bien. Es lo que me gusta, lo intento. Cuando empecé, mi primer objetivo era lograr la emoción en el espectador, a partir de cosas que no eran tan previsiblemente emocionantes. Yo no estaba haciendo una historia de amor, como para que la gente se emocione porque la pareja se besa: estaba haciendo gente pisando uva o cortando tomates. Sin embargo, creo que lo logré. Hay una búsqueda en esa dirección.
-Podríamos decir que tu cine es excluyentemente gastronómico, como género, ¿esto es una condición? ¿Una necesidad de expresión que te planteaste o fuiste encontrando la veta en el camino?
Ninguna de las dos cosas: fue una casualidad. No lo fui encontrando en el camino, pero una vez que entré, lo hice a tope. En un punto, cada cosa te absorbe: consumar algo y consolidarlo es un trabajo de mucho tiempo. En el memory de mi teléfono hace unos días me saltó el recuerdo de que hace cinco años estábamos filmando La leyenda de Don Julio, que es la segunda película. Y me hizo ver que en cinco años hicimos una locura de cosas. Este es el séptimo filme. ¡No es joda! Es muchísimo.
Yo terminé haciendo cine por una casualidad porque venía vinculado al mundo de la gastronomía, porque me parecía un ámbito interesante para contar historias. ¡No más que eso! Esa es la verdad. Podría haber elegido otro ámbito como los jugadores de fútbol o los de póker. Pero este era un ámbito que me parecía que combinaba el territorio, la política, la identidad territorial, la identidad social, la ruptura entre escuelas tradicionales con las cosas que estaban pasando en el mundo a nivel gastronómico y especialmente en Latinoamérica. Yo me sentía parte de eso y había algo que estaba pasando, entonces valía la pena entrar.
-¿Entrar para quedarte o como un paso intermedio a otros proyectos?
Hay mucho más que la gastronomía en lo que nosotros hacemos. En Virgilio se sumó Paz León, que es mi mujer y es una guionista increíble. Estamos haciendo el follow up de Virgilio, nuestra nueva película y ¡es una bomba! Porque ya tiene mucha más riqueza en la forma de contar y arriesgamos más. Entonces las expectativas son más altas.
Definitivamente el mundo de la ficción es lo que viene y es adonde estoy entrando este año. ¿Por dónde? Por proyectos vinculados, de una forma u otra, a la gastronomía, porque me asocian a eso y me parece bien.
Tengo tres proyectos de ficción. Confían en mí a partir de que hice seis películas que estaban buenísimas en ese mundo, que se supone que conozco. Quiero poder ampliar mi paleta creativa a partir del mundo de la ficción. No quiero hacer películas documentales de gastronomía toda mi vida. No es mi mundo, no nací para esto. Es un paso que estoy dando para ir hacia otro lugar. Lo mío es el cine, no la cocina.
Julia Montesoro