Vanina Spataro hará su debut como realizadora entrando por la puerta grande: su película Naufragios está en la Sección Oficial del Festival de Málaga, que se celebra entre el 1 y el 10 de marzo. Su estreno mundial será el miércoles 6 en el Cine Albéniz.
Naufragios es una película de solo seis personajes: sus protagonistas son Alfonso Tort, Sofía Palomino, Romina Peluffo, Maiamar Abrodos, Lautaro Bettoni y Mateo Chiarino. En la historia, con el corazón lastimado, enojada y en busca de consuelo, Maite llega a un balneario fuera de temporada donde unos pocos habitantes comparten sus vidas solitarias. Todos están heridos, esperando con resignación que alguien venga a rescatarlos. Maite se entrega al vaivén de los días hasta que encuentran inconciente a un marinero que parece venir del pasado, incitando a cada uno de ellos a decidir si retoma su vida o permanece varado en esas playas.
-Naufragios tendrá su estreno mundial en la Sección Oficial de Málaga. ¿De qué trata?
Es una historia que habla de soledades, amores no correspondidos, amistad y de cómo los vínculos nos permiten sanar. Para mí es todo un descubrimiento pasar de productora a directora, por más que tenía un recorrido como directora o puestista de teatro.
Es una película contemplativa pero luminosa, donde hay una búsqueda de profundidad en cierta simpleza. Se filmó en La Pedrera, Uruguay. La película es lo que pasa con seis personajes, en la playa, fuera de temporada. Y cómo cada uno, en su vínculo con el otro, va sacando cosas de su pasado que lo tienen atrapado en ese lugar. Sanando, no siempre linealmente, sino con varios tropiezos.
La premisa de la peli sale del personaje de Lola (que lo interpreta Maiamar Abrodos), quien dice que en el fondo somos todos iguales y buscamos lo mismo que es ser aceptados y queridos. En el medio de esa búsqueda, no siempre hacemos el camino más fácil y, muchas veces, en vez de salir por la puerta, lo hacemos por la ventana. ¡Ahí se arman los líos! Pero trabajo en ese lugar donde planteo que los vínculos nos permiten sanar.
-¿Durante cuánto tiempo tuviste la historia entre manos hasta llegar a la versión final y qué elementos se fueron modificando?
El guion terminado fue ganador del último concurso de ópera prima del INCAA, en 2019. Era una versión bastante más extendida que la que llegó al rodaje. Viste que uno escribe, escribe y escribe y después saca, saca y saca (Risas). Lo cierto es que se depuró bastante. Ganamos el fondo de coproducción con Uruguay y con el apoyo de una productora uruguaya, Mutante Cine, tenía pensado empezar a filmar en 2020. Pero nos atacó la pandemia. Quedamos encerrados. Ahí nuevamente empecé a trabajar en el guion. En 2021 iniciamos la preproducción y buscamos buscar actores.
-Mencionaste a Maiamar Abrodos. ¿El guion está pensado para ella o se reformuló a partir de su aparición?
El guion se fue modificando sobre todo en el personaje de Lola. Ella es una actriz de teatro increíble. Me pasó algo peculiar con ella cuando empecé a trabajar: “No quiero que me llamen mujer trans. Yo soy mujer”, me dijo. Yo, en mi vínculo con ella, todo el tiempo dije que Maiamar es mujer. Lo otro es su historia de vida, como cada uno tiene una historia de vida para llegar a quienes somos hoy; cómo nos construimos, desde qué lugar.
En el guion el personaje cambió. De hecho, no se hace mención del pasado del Lola, que sí estaba escrito. Y realmente el trabajo que ella hace es increíble.
-Se rodó en un balneario inmediatamente después de la pandemia. ¿Quiénes fueron los otros cinco actores y cómo fue el vínculo?
Los protagonistas son Sofía Palomino, Alfonso Tort -un actor uruguayo increíble, Romina Peluffo -otra actriz uruguaya con un tono de frescura y de naturalismo muy grande-, Lautaro Bettoni y Mateo Chiarino, que nació en Uruguay, pero hace varios años vive en Argentina.
Viajamos a Uruguay y convivimos una semana antes de empezar el rodaje. Fue un momento especial porque salíamos de la pandemia y nos alejamos de las familias y de los lugares de confort. Por eso se generó fuertemente una relación de amistad entre los actores, que creo que hasta trasciende la pantalla.
-Era funcional a la historia…
Era muy funcional y como directora lo busqué. Pero también lo encontraron ellos solos. Solo Alfonso y Romina ya habían compartido pantalla. El resto se conoció allí. Fueron muy generosos.
-¿Por qué seleccionaste La Pedrera?
La película se fue conformando desde un lugar mágico. Yo escribí para La Pedrera. El guion es mío y de Daniel García Molt. Tenía opciones de filmar en Argentina, pero estaba convencida de ese lugar. Peleé bastante para conseguir filmar allí. Fui durante muchas vacaciones. Hay un personaje, Alfonso, que interpreta a un pintor de marinas que vive ahí todo el año. Tiene que ver con un amigo de la adolescencia, Marcelo Rosati, pintor de marinas, por quien conocí La Pedrera. Volví a encontrarlo a la vuelta del colegio primario de mi hija, después de no verlo durante muchísimos años. Ahí dije: ¡ese es el personaje!
Ahí se fue conformando esta película, que es creo que es tan argentina como uruguaya, por su forma de ver el mundo. Por momentos, hay cosas que no me pertenecen y le pertenecen al lugar y a la idiosincrasia uruguaya. Aunque somos muy parecidos, hay cosas diferentes. De hecho, cada personaje habla con el tono que le es natural: no hubo una búsqueda para hablar más parecido a argentinos o uruguayos. Esa mixtura es muy natural y fluida.
Cuando conocí La Pedrera tenía 17 ó 18 años. Tenía esa magia de encontrarte con gente de distintos lugares del mundo. Me preguntaba qué hacía esa gente ahí, cómo llegó a este balneario. ¡Ese es el espíritu de la película! Gente que no es del lugar que va llegando y no se puede ir. Queda ahí atrapado.
Por eso la metáfora de que no caíste por el naufragio de un barco, sino que quedaste varado en la costa y no sabés cómo retomar tu camino. Más allá que después hay un juego fantástico, con un marinero del pasado y en La Pedrera, hay un barco que naufragó hace muchos años. Hay un cuento que subyace y que tiene que ver con la geografía.
-¿Cómo fue el proceso del trabajo con Daniel García Molt, un histórico coguionista de las películas de Alberto Lecchi (Nueces para el amor, Te esperaré, El juego de Arcibel, entre otras)?
Lo conozco hace muchísimos años, trabajamos juntos en una productora que se llamaba Chagall Films. En esa época, él era un señor guionista y yo una pendeja que recién empezaba (Risas). Sin embargo, nos hicimos muy amigos. Es de esas pocas personas que podés hablar en profundidad sobre temas que por ahí no tocarías con propios amigos. Con temores, dolores y angustias que cada uno en su idiosincrasia, edad y recorrido igual encuentran un punto de contacto.
Entonces fue fácil trabajar. Él tenía una historia, a la que se le sumó la mía. Como él dice, “el guion es tuyo en algún punto”. Pero las bases son de él: yo no soy guionista, es mi primer trabajo como coguionista. Más allá de que hay diálogos que son míos y otros de él. Hay un punto, cuando los personajes ya están creados, me parece que se empieza a escalar. Hay una vida que cobra el guion, que va más allá del autor.
-¿Qué creés que vieron los seleccionadores de Málaga?
Aunque cuando la cuento parece una película que ya viste, es rara. Es una película distinta. Por lo menos sorprende el tono: por momentos, es naturalista y por otros es medio naif o de realismo mágico y por momentos es más intenso. Tiene cierta desfachatez de la ópera prima. De hecho, te cuento una infidencia: cuando terminé de filmar y me encontré con todo el material, me pregunté qué había filmado. De lo escrito al trabajo con los actores, después queda la escena. Saqué varias escenas en montaje en pos de una narración mucho más limpia, donde no hubiera tanta intervención ni explicación. Cuando uno explica de más es porque está inseguro.
Creo que hubo un muy lindo trabajo de montaje. El montaje se hizo en Uruguay con Maggie Schinca y Fernando Epstein, que es un gran editor, quien hizo también de productor. Otra vez volvimos a construir ese guion, pero desde otro lugar: con el tempo real con el que quedó la película.
-Ya hecho este debut, después de más dos más de dos décadas de trabajo en la industria, ¿hay otro proyecto?
¡Yo no me voy más de este lugar! Hay dos guiones que están dando vuelta: uno con Daniel García Molt, que teníamos prescrito durante Naufragios. Es la historia de un papá y una nena de 10 años que después de perder la madre se instalan en la provincia de Córdoba.
Daniel está viviendo ahí y yo nací en ese lugar. Entonces había algo de querer volver. Hay algo muy fuerte que me tocaba de cerca. Algo del vínculo… esto de que una nena se tiene que adaptar al mundo del papá y cómo el recuerdo de la mamá les va a permitir unirse nuevamente.
También estoy trabajando con una propuesta más chica, que tiene que ver con los vínculos entre adolescentes mujeres. Tiene que ver con la identidad y con la diferencia que hay entre mi adolescencia y la actual. Cuáles son las libertades que hay actualmente y cuáles las estructuras que se fueron montando que antes no teníamos. Vengo trabajando desde hace bastante en ese mundo donde las adolescentes ya no se piensan a sí mismas pidiendo permiso sino que toman su lugar. Y al mismo tiempo no se permiten expresarse para no herir la autoestima de los demás.
Julia Montesoro