El ciclo Especial vida y obra: El cine de Eduardo Pinto, que presenta Cine.ar los viernes de febrero recupera parte de la filmografía de Eduardo Pinto, director, guionista y director de fotografía argentino-portugués cuyo estilo narrativo se enmarca en una construcción audiovisual poderosa a partir de la adrenalina y el espíritu vertiginoso de los márgenes.
La programación, que comenzó el viernes 2, se completa con La sabiduría, el viernes 16 a las 0 hs; el mediometraje Negro el sábado 17 a la 1.40 hs. y Sector VIP, el viernes 23 a las 0 hs.
-¿Cómo te toma esta suerte de retrospectiva?
Convengamos que ya soy un hombre mayor (Risas). Siento que es un reconocimiento al cine que fui encarando desde chico. Un cine diferente, apoyado en el género y con personajes olvidados.
-¿Qué características reconocés de tu cine?
Me aprovecho del género para que detrás haya algo más: alguna problemática social o algún tipo de conflicto a resolver. El género a mí me protege. A mí me pasó que dirigí muchos videoclips; por lo tanto, cuando hacía uno lo veían millones de personas en Latinoamérica. Entonces me dije que había algo con la gente y lo quise seguir manteniendo. Por eso me fui volcando al género, que se conecta con el espectador. Me gusta entretenerlo, pero a la vez bajarle una línea.
Vengo un poco del cine de los 80: el de Martin Scorsese, Roman Polanski, Francis Ford Coppola y Brian De Palma. Son todos directores de género y que trabajan con problemáticas. Me apoyé ahí y a partir de ellos me gusta el policial, el terror, el terror psicológico y lo fantástico.
-El tuyo es un cine apoyado en los géneros sin dejar de lado el contenido social y hasta político. En cuanto a la idea de bajar línea, no es explícito.
No, no, no. ¡No me interesa! No me interesa clasificar a los personajes como buenos o malos. Los personajes son discutibles: son buenos, son malos, funcionan en una trama determinada. Pero soy un director de cine independiente que aporta su mirada.
-¿Tu cine tiene un público específico? ¿Hacés cine pensando en un perfil de espectador?
-Sí. Allí hay otro de mis referentes: Leonardo Favio. El era básicamente un artista pop. Con sus películas llegaba al público y trataba temas, conflictos y problemáticas populares. Y le daba un maquillaje o una estética diferente. Eso es lo que busco: me gusta el trabajo de la estética, me encanta llegar al espectador y contar historias de personajes olvidados. Personajes perdedores, oscuros y/o periféricos, que en los horarios de mayor rating no aparecen.
-Te interesa ir por los márgenes.
Sí, exactamente: por los márgenes. ¿Sabés de qué me acuerdo? En los afiches de Taxi Driver (Scorsese, 1976) hay un texto que dice: “En cada calle, en cada lugar, hay un personaje olvidado, desesperado por demostrar que existe”. Esa frase me la anoté en una agenda a los 20 años y dije que quería contar estas historias. Nada mejor que Taxi Driver: ¡qué obra maestra!
-¿Qué es lo primero que te surge, qué te hace decir ‘acá hay una historia para contar’?
En mi viaje, lo primero que me surge es la idea. Por ejemplo, Caño Dorado (2009) es sobre un obrero que hace armas con caños de gas y las vende para sobrevivir a la crisis del 2001. Corralón (2017) surge a partir de ver qué pasa con las casas tapiadas: ¿qué hay del otro lado? Uno anda por las calles y ve casas tapiadas, algo que antes no sucedía. Ahí hay ideas, que después me siento y desarrollo. Antes que nada sale la idea. Después empiezo a aplicarle capas de pintura, capas de cebolla. Siempre trato de buscar una idea que me parezca interesante, que sea como una chispa.
-El policial, el terror o el fantástico aparecen todo el tiempo. Pero hay otro elemento llamativo, que es el western. El western suburbano, de alguna manera ¿no?
Creo que me lo dijiste después de ver La educación de los cerdos en el Festival de Mar del Plata.
-Bueno, lo repito… (Risas).
Está bien…Es muy posible…¿Te acordás de Sábados de superacción, que empezaba a las 14 y terminaba a las 20? Yo veía esas películas…Y el western era un componente muy importante. Vengo del Oeste del Gran Buenos Aires: de Moreno, donde termina el ferrocarril Sarmiento. Cuando era adolescente, militaba en el centro de estudiantes y era muy común andar por los barrios. En esos lugares donde no hay asfalto, en los atardeceres hay fogatas de basura y existe una estética western. El sol rasante cayendo en la inmensidad, sin edificios… ¡Siempre me apoyo en los géneros! El desarmadero (2021) tiene algo de western también, ¿no? Cuando Luciano (Cáceres) sale con el arma por esa esa calle a enfrentarse con (Diego) Cremonesi… Eso es un western.
-Cada película tuya va mutando entre géneros.
Me gusta… ahora soy más conciente de eso. Por ejemplo, La sabiduría (2019) empieza como una road movie y termina como una película fantástica e histórica. También me gusta ir separando, dentro de la misma película, lonjas de género. Me parece que ahí hay algo que se logra, que es entretener. Me gusta entretener y creo que cada vez soy más preciso. No quiero que haya escenas de más. Leonardo de Favio decía que cada dos o tres minutos hay que darle una información al público. Eso me quedó grabado.
-El cine es un entretenimiento.
¡Exacto! Hace poco vi Soñar soñar (Leonardo Favio, 1976), que era la que más le gustaba a Leonardo. Y la película es corte a corte… ¡todo el tiempo! No tiene ningún tipo de introducción estética, ningún traveling. Es corte a la acción ya empezada. Y eso hace que tenga un ritmo muy moderno y eso me parece interesante. En el cine que hago siempre estoy atento al ritmo.
-Dentro de ese marco de precisión, ¿estás abierto a la improvisación?
Cuando hago una película la desgloso en una línea de tiempo. Sé muy bien cómo empieza y termina cada escena. Hasta sé con qué plano, qué cuadro utilizar y qué elemento tengo que ver en ese cuadro. Después, en el medio, está la actuación. Hay un texto que hay que decirlo.
Por lo general, los textos de mis películas no están contando la narrativa. No me interesa eso: eso se ve mucho en las series. Yo prefiero que la escena cuente el avance y la progresión. No el texto. Entonces trato de que sean realistas, que sean creíbles. Y ahí un poco entrego también al actor. Soy flexible: ellos pueden cambiar algún texto. Trato de hacer eso para que la escena quede lo más verosímil posible.
-Tus películas son mayoritariamente autogestivas: vos, tu hermano Pablo y Luciano Cáceres abarcan gran parte de los rubros. ¿Qué te lleva a trabajar de esta forma?
Claramente hay una hermandad entre los tres. En estos meses terminé un guion con un personaje para Luciano y otro para Pablo. Yo estoy sorprendido porque en 6 ó 7 años hemos hecho muchas películas juntos. Generamos una usina de trabajo y de talento. Acá hay talento, pero dejando eso de lado, hay oficio. Todos somos trabajadores del medio audiovisual y eso hace que unidos podamos generar tanta obra. Porque también hemos realizado otras películas donde no dirigí, sino produje o colaboré, películas, como Nene revancha (2023), de Gonzalo Demaría. Después pasan los años y de pronto veo todas estas películas que hice y pienso: “¡Uy! Hice un montón”.
-Incluso trabajás en proyectos simultáneos.
Sí, siempre. Especialmente en este año tan especial, tan difícil, donde trato de no deprimirme… ¡no lo van a lograr! Tengo por estrenar cuatro películas. Por un lado, La educación de los cerdos, que se exhibió en Mar del Plata; Las nubes, otro policial que hice el año pasado; El ático, que filmé en Madrid y unos capítulos de Selenkay, una serie para Disney.
-También incursionaste en el universo de la serie para plataformas.
Sí, porque soy un trabajador. Siempre, cuando doy las charlas a los chicos, les digo que hay dos caminos paralelos: tu obra y tu trabajo, que puede ser para grandes productoras o para plataformas. A esta altura sin ningún tipo de prejuicio.
-Trabajando desde lo independiente, ¿se puede producir con un INCAA desfinanciado? ¿Qué panorama ves?
Primero veo un país dado vuelta. No puedo creer en el país en el que estamos viviendo: nunca imaginé que íbamos a llegar a esta situación social y política. No, no se puede hacer cine sin el INCAA. Se puede hacer en forma independiente, ocasionalmente, pero en este estado de la sociedad y de la economía argentina es muy difícil hacer una película fuera del INCAA. Hay una crisis económica absoluta y una película queda en quinto o sexto plano. Tuve la suerte de viajar con películas a festivales y de sentirme orgulloso del filme y de la marca en el inicio, con la bandera argentina. Y me he sentido orgulloso. La gente no se da cuenta de lo importante que es nuestro cine, cómo nos representa y expone nuestros conflictos y problemáticas. Me parece un retroceso enorme.
-En este contexto, ¿cuál sería para vos un camino posible para seguir filmando o produciendo como lo hacés?
Siempre le digo a los chicos que hay que darlo todo. No tengo otra forma de hacer. El cine hay que hacerlo más allá de los problemas. ¡Siempre tenemos problemas! Con Luciano y Pablo generamos un grupo de trabajo. Algo parecido a lo que sucede con el teatro independiente: un grupo de amigos que siempre estamos produciendo. Y cuando me llama Disney para hacer una serie, yo llamo a mi grupo. Esa es la forma que tengo.
-Una conversación actual es que hay que plantear un cine que recaude. ¿Cómo se llega el público?
Hay una parte de la sociedad que dice que a las películas argentinas no las ve nadie. Pero no es así: alguien las ve y esas películas están expresando algo. Tal vez los directores tienen que conectarse más con el público… Hay que pensar en eso. El cine es muy amplio: desde las películas de las grandes productoras hasta las independientes. Y todas son válidas, todas son cine argentino.
No todo hay que plantearlo en términos de números. Pero hay que sumar talentos para sumar público. Y convocar a artistas. Me pasó con El desarmadero: convocamos a Andrés Ciro Martínez, nos dio una canción y con esa canción ilustramos la película. Podía no haber puesto esa canción y haber generado otro clima con un colchón o un grave: funciona igual. Pero ponemos la canción, porque aparece un artista que admiro y con él hay más gente que va a ver la película.
-La música es otro componente importante en tus películas. Sos muy rocker.
Sí, soy muy rockero (Risas). Me gusta que cada película tenga una banda sonora. Corralón la hizo Axel Krygier, que es un maestro y un genio. El desarmadero la hice con Manuel Pinto, que es un músico increíble. La educación de los cerdos la hice con Estelares, de Manuel Moretti. O sea, siempre me gusta que la banda sonora sume. Me gusta la música, por eso digo que mis películas son obras audiovisuales. También me hago cargo de que el sonido tiene mucho trabajo. Me gustan las películas que tienen mucho trabajo de sonido y de imagen. Hay como un miedo a subir el volumen. Y yo a veces me peleo y pido que lo suban. Debe ser porque soy un músico frustrado.
Julia Montesoro