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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Santiago Giralt anticipa cómo será «Norma», su proyecto con Mercedes Morán y el final del rodaje de «UPA (Una Pandemia Argentina)»

Santiago Giralt será el realizador de Norma, una coproducción con Chile y Uruguay protagonizada por Mercedes Morán y Paulina García. Se trata de un proyecto pensado a medias con Morán desde hace más de una década y que en los últimos días recobró vigencia. Sin embargo, no es el único proyecto: tras el estreno internacional de Queer Diaries, el escritor y realizador anticipa una versión lisérgica de UPA –esa saga coral con Tamae Garateguy y Camila Toker– filmada a la manera del “manifiesto UPA” durante la pandemia.

-¿Qué es Norma?

Es la historia de una ama de casa. Mercedes y yo fuimos criados en el interior, y quisimos reflejar ese arquetipo de mujer decidida a vivir su vida según las reglas de la sociedad (por eso se llama así), que a partir de experiencias que la descolocan empieza a tirar de una cuerda hasta encontrarse con una versión diferente de sí misma. Entonces empieza a cuestionarse los valores o las amistades y relaciones que sostuvo por no salirse de lo que está bien o está mal, según lo que se dice en el pueblo. En el camino se cruza con una terapeuta chilena (que recaló en ese pueblo por una cuestión casual), y ese encuentro le abre la puerta a otra posibilidad de vida en ese mismo lugar, a partir de la idea de que no es necesario irse para hacer un gran cambio en la vida.

Es una comedia dramática –tiene 100% comedia por la forma en que balancea el humor-, y además hay algo que hasta ahora no había experimentado como director: una protagonista femenina que lleva todas las escenas. Lo que en inglés se llama character study: el estudio de un personaje, el seguimiento obsesivo de varios días de su vida para entender sus recovecos. Para mí también es un misterio hermoso.

-¿De dónde surgió la historia y qué participación tuviste en el guion?

Es un proyecto que escribimos hace doce años con Mercedes Morán. Surgió de nuestra amistad y de nuestro deseo mutuo de hacer algo juntes, ella como actriz y yo como director. Ella había leído una novela mía (que todavía no está publicada), y a partir de allí un día me dijo “qué bueno sería que hagamos una película con este personaje, con este fragmento de la novela”. Pero el guion nunca pasó de ser un deseo de nuestro hasta la entrada de Nathalia Videla Peña y de Alejandro Israel como productores. Al unirnos con mi productora, el proyecto empezó a crecer.

Tuvimos encuentros y reencuentros. Nos separamos, lo leímos juntos, pasamos seis meses sin tocarlo, se lo llevamos a productores, nos dijeron que sí y después que no, empezamos de nuevo. El proyecto evolucionó con nosotres, con nuestras experiencias, con la experiencia del país y del feminismo.

-¿Qué viste en esta historia, entre dos mujeres que están bordeando los 60, que te atrajo? ¿Hacia dónde pensás perfilar esa historia?

Mercedes es nuestra Meryl Streep, ese tipo de actrices que donde aparece deja una huella dorada. En Norma refleja todas las dificultades de tantas otras mujeres. Yo también fui criado en el interior y de alguna manera esas mujeres son también mis tías, mis familiares, filtrados por la mirada contemporánea que adquirí leyendo y viviendo. Con Mercedes encontramos la posibilidad de dar un despertar de conciencia a esta mujer atrapada en las reglas del interior. Hablar del deseo, de amistades prohibidas, de quedarse despierta toda la noche y dormir de día. Transgresiones que en la lógica rutinaria de un pueblo, para una mujer normal como Norma, no deberían ocurrir.

-No hay Norma sin Mercedes Morán, ¿no?

Y tampoco hay Norma sin Paulina García. Es una actriz muy grosa, que se apropia de un papel que no es el protagónico. Ella entendió perfectamente el vuelco que le puede dar al personaje. Mercedes es el Sol de un sistema donde el principal planeta que gira es Paulina. A través de ella se muestra una constelación de mujeres (de diferentes generaciones) que viven distintos estados de la lucha para poder ser libres y vivir sus derechos.

Mi primer contacto con ella fue hace dos años. Yo estaba en Madrid, hablé con ella por skype y le propuse mandarle el guion. A las dos semanas tuve su respuesta: estaba encantada. Cuando Mercedes hizo Araña en Chile, se conocieron y se hicieron amigas. Eso alimentó su deseo de hacer la película. Después de dos años, recién en noviembre confirmó su participación.

-De doce años a hoy, ¿qué fue evolucionando en esta historia?

Hay algo del proceso de la creatividad que hace que el proyecto se vaya reformulando permanentemente. Vivimos lo que fue ocurriendo con la marea verde, las nuevas formas de sororidad y amistad entre mujeres. Hoy podemos mostrar la amistad entre mujeres después de los cincuenta o sesenta, donde no están esos valores cliché de la competencia. De alguna manera, en esta película están las preguntas de todos nosotros (productores y actrices) sobre cómo pensar una sociedad y una manera de relacionarse que nos represente.

-A comienzos de año anticipaste en GPS Audiovisual Radio el proyecto de UPA 3. ¿Qué se reformuló a partir de la pandemia?

El viaje previsto a Los Ángeles se cayó. Apenas comenzada la pandemia, con Tamae (Garateguy) y Camila (Toker) nos propusimos hacer una serie web con el material, porque ya teníamos bastante filmado. Tuvimos dos meses de depresión -al principio del confinamiento- en que no nos hablamos. No por enojo sino porque no sabíamos qué hacer. De repente, nos empezamos a arengar. Hicimos varias escenas por zoom con una serie de invitados como Juan Minujín, Martín Slipak, Axel Kuschevatzky, Hernán Guerschuny, Marina Glazer, Martina Garello. Improvisamos con todos ellos. El día 60 rompimos la cuarentena y nos juntamos los tres a rodar con nuestras parejas y familiares directos, sin equipo técnico. Con ese material estamos armando Una Pandemia Argentina (UPA). Se trata de cómo hacer cine cuando no se puede ni salir de casa. Por la cantidad de material y la excelencia de todes les colaboradores que nos rompieron el esquema, estamos armando una película en dos partes. El Lado A es la primera parte de la pandemia: una película de montajes de zooms y situaciones de conversaciones entre gente aislada. La segunda parte es el encuentro en este rodaje y de todos los demonios que se acumularon durante el encierro.

Cuando sacamos UPA 1 y UPA 2 escribimos unos manifiestos muy graciosos. Ahora estamos escribiendo este manifiesto pandémico, porque desde el momento en el que nos dicen que no se puede rodar y no hay protocolos, UPA siempre tiene un elemento novedoso o antisistema que hace posible seguir haciendo. Algunos dirán que una película de montajes de zooms no es una película, pero lo interesante fue que pudimos meternos de cierta forma discursiva con los temas del momento en los zooms: con los lives en instagrams feministas, con los temas del cupo, con tratar de vender en dólares las cosas en pesos, la influencia de las plataformas que empieza a agobiar al cine, la cuestión trans. Algo que ya tenemos entre nosotros y con nuestros personajes es que llevamos quince años trabajando con esto. El hijo de Tamae ya es un personaje en la película: es una nueva generación de cineastas. El hijo de Camila hace de hijo de Fernando, mi personaje. Apostamos a que UPA sea una saga en el tiempo, como una banda de rock. Nosotros tres nos juntamos a reírnos de nuestras penumbras cinematográficas y a hacer películas para reír.

-Fuera de la Argentina, este año se estrenó tu nueva película, mucho más autorreferencial y documental: Queer Diaries. ¿Cuál fue el punto de partida de esta obra?

Arranca con las imágenes de un documental que nunca se pudo terminar porque fue rechazado por el INCAA (Un grupo de colegas votó en contra y el proyecto quedó parado). Me reencontré un tiempo después con ese material, que hablaba de vida queer fuera de la ciudad. Se llamaba Happy Family y estaba basada en la idea de Tolstoi de que todas las familias felices se parecen y las familias infelices lo son cada una a su modo. Ese es el comienzo de Anna Karenina. Nosotros pensamos que las familias felices no se parecen: entonces, la película es una indagación acerca de la familia y la felicidad. Quedó guardado por ocho años. Hasta que empecé a abrir el material y a editarlo como si fuera un diario íntimo. Yo tengo ese vínculo con la literatura: escribo novelas, escribí casi todos mis guiones y también trabajé para guiones de otros. Tengo una relación muy cercana con la escritura. Entonces, empezó a aparecer una forma de utilizar la experiencia personal y lo que llamo “el camino en el fracaso”. Es una película sobre la resiliencia en el fracaso, haciendo casi un culto del fracaso. En un momento aparece un cartel que dice “el camino del fracaso es un camino”. Te diría que es lo más manifiesto LGBTQIA que hice, sin ser un manifiesto porque son experiencias personales. Allí está mi casamiento con mi pareja, mi vida amorosa con otras personas en otros países, mi reencuentro con mi pareja y qué implicaría eso en la filosofía de quien está mirando. Es una película súper libre y política, pero no tiene ninguna bandera que defender más que proponer una idea de libertad y de felicidad particular.

-La reseña de Queer Diaries concluye con una pregunta, cuanto menos, inquietante: ¿Qué cine se debe hacer para este nuevo mundo? Santiago, esto es pregunta: ¿Qué cine se debe hacer para este nuevo mundo?

En el contexto de esa película hay una frase que dice: “finalmente, hice la película que tenía que hacer. Es decir, la siguiente. Y en los intersticios, vivo”. Hay un momento en donde me preguntaba qué cine hacer, y volvía a la idea del cine como huella. Porque también es esa la pregunta: cuál es la próxima. Si es una megaficción con dos actrices maravillosas, con un equipo de producción soñado. Un documental donde estuve editando fragmentos de mi vida durante siete años. O a lo mejor tocó UPA. Pero siempre es la próxima.

Julia Montesoro

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