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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Martín Rejtman estrenó «La práctica» en San Sebastián: «No es una comedia convencional, pero los géneros están para meterles ruido y renovarlos»

Martin Rejtman develó la incógnita de su “comedia más comedia”, La práctica. Su nueva producción tuvo su estreno mundial representando a la Argentina en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, aunque en rigor, se trata de una coproducción que también incorporó la participación de Chile, Portugal y Alemania.

Protagonizada por Esteban Bigliardi y Camila Hirane, describe las aventuras y desventuras de un profesor de yoga con sus alumnos y exalumnos y, aunque hace mucho humor alrededor del yoga, en ningún caso ridiculiza esta práctica. Gustavo y Vanesa se separan y tienen que revisar los proyectos en común. Los dos son profesores de yoga. Gustavo es argentino; Vanesa, chilena. El viaje a la India se cancela. Vanesa se queda con el departamento y deja el estudio que compartían; Gustavo se queda sin casa. Por el estrés acumulado Gustavo se lesiona la rodilla y reemplaza el yoga: primero por ejercicios de cuádriceps y después por el gimnasio. Pero poco a poco su vida empieza a encarrilarse y vuelve a encontrar el camino a la práctica.

Después de San Sebastián, La práctica se presentará en el Festival de Nueva York, el 67° Festival BFI de Londres y el Festival Internacional de Cine de Valdivia, marcando su estreno chileno.

-¿Qué te llevó a incorporar el yoga como eje narrativo de «La práctica»?

Fue naturalmente: practico yoga desde mediados de los 90. Vivía en una casa cerca de Plaza Serrano en Buenos Aires y siempre pasaba por un lugar en el que había un cartelito que decía “yoga”. Veía gente que se juntaba en la puerta: lo mismo que le pasa a un personaje en la película me ocurrió a mí. Entré y empecé a tomar clases, en forma constante y cada vez más intensa. Siempre hice las dos actividades paralelamente, con el cine. Cuando empecé a viajar a Chile, encontré una publicidad de un retiro en el Valle del Elqui. Fui impulsivamente –como el personaje de La práctica, que hace las cosas de esa manera- y me encontré con un lugar increíble. Volví varios años seguidos a ese retiro. Y de a poco fui incorporando situaciones, pensándolas fundamentalmente para un guion de una película. Al principoio transcurría en Argentina, hasta que me di cuenta que tenía que caminar por Chile.

-¿Por qué la elección de Chile?

Primero por mi experiencia en Chile. Por otro lado, había algo de la forma de hablar energía chilena que me interesaba. Trabajo mucho con los diálogos y busco en ellos cierta musicalidad. Quería cambiarla a otro acento y Chile era ideal: lo suficientemente cercano como para sentirse familiar y al mismo tiempo extraño para nosotros porque es una cultura diferente. Las similitudes y diferencias me atrajeron bastante.

-El yoga parece una disciplina rigurosa, pero en La práctica sus personajes tienen conductas que van casi en contra de esos principios.

Sí. Pero esa contradicción se vive todo el tiempo, nunca en los practicantes más puros del yoga existe esa concepción. Siempre hay contradicciones. No me siento irónico. Hay cosas que me dan gracia y lo pongo. Nada más. No tengo pruritos ni estoy viendo el yoga desde adentro, en el sentido de ser parte de la cultura. Lo sigo practicando, me hace super bien y no creo que abandone nunca. Pero al mismo tiempo veo algunas cosas un poquito absurdas. Los ritos se repiten porque simplemente son ritos. Uno no entiende bien pero lo sigue haciendo.

-¿Cómo fue el proceso de escritura del guion?

La escritura de cada escena depende de la película. En este caso tenía bastante para hacer una comedia. Busco que cada escena tenga un clic en un momento determinado, para que tenga su propia vida. Las escenas funcionaban cuando le encontraba esa gracia.

-Hay tópicos que aparecen reflejados en distintas situaciones, como distintos gags sobre la incomunicación. ¿Buscás que aparezca la reflexión?

-¡No! (Risas). Tal vez provoque eso en el espectador, pero el objetivo de la película no es hacer una reflexión sobre el mundo contemporáneo, la soledad u otros temas. Nunca me planteé ese tipo de propuestas. Creo, sí, que la película permite sacar cualquier tipo de conclusiones.

A mí me pone contento que alguien la vea, siga la historia y llegue hasta el final de la película manteniendo el interés y que se vaya contento. Con eso me alcanza y me sobra.

El resto es un extra que puede aparecer, como que alguien relacione este filme con la sociedad, o el mundo en el que vivimos. Todo eso es parte de las lecturas que se hacen de las obras que van mucho más allá de lo que quiero o pretendo. De hecho, mejor no pretender nada de todo eso. Está bueno que eso suceda, porque cuando pretende ese tipo de cosas el resultado es bastante fallido. Esa es la sensación que tengo. Cuando uno menos se proponga hacer una reflexión mejor va hacer la expresión que salga de la obra.

-Se dice que es más sencillo financiar películas de autor o ensayo para los festivales. ¿Qué una comedia como «La práctica» se presente en San Sebastián rompe ese precepto?

¡Exacto! Es lo que hablé con Jose Luis Rebordinos, el director. Está muy contento con poder romper un poco con eso y tener una comedia así en la competencia. Es cierto que es raro. Aunque tampoco es una comedia convencional, porque tiene sus costados más extraños. Pero el cine es el cine y los géneros existen para meterles un poquito de ruido y renovarlos. Las comedias puras, con final feliz, a veces son a veces un poco insatisfactorias. Me gusta que entren otras cosas en las películas. Esta es la película más comedia de todas las que hice, pero invadida o contaminada por cosas que no entran tanto en el género.

-Para que sea comedia debe tener un final feliz, aunque no siempre sea así…

Me sorprendió mucho el final en la primera proyección. Nunca la había visto con público y la carcajada que hubo al final me dejó bastante contento porque dudaba de lo que iba a pasar. Fue un final bastante arriesgado, con un plano único, pero no podía terminar de otra manera. Si fallaba eso, fallaba todo.

-¿Cómo fue el trabajo de articular actores chilenos con argentinos?

Hubo un trabajo larguísimo de casting, de varios años. ¡Algunos vinieron cinco veces para distintos personajes! No tuve tanto tiempo para ensayar como me hubiera gustado, pero llegamos siempre al punto que queríamos. Muchos decían que era muy difícil, por las marcas que hago y el respeto que pido al texto. No solo cada coma, a veces es cada respiración… La sensación que me da siempre es cuando los actores frenan, hacen esa pausa, es porque no se acuerdan del texto. Necesito siempre que todo suene de una manera bastante particular y a veces es difícil porque no hay costumbre. En el cine se respeta mucho menos el texto que en el teatro. Muchos de los actores de cine trabajan también en televisión y allí se permite la improvisación: es imposible aprenderse el guion si lo entregan de un día para el otro.

-No solo es necesario un buen guion, sino también cómo se lo expresa.

El guion es la base de todo: del ritmo de la película, del humor que tiene que aparecer naturalmente. Si el ritmo del diálogo no surge como se debe, el humor no aparece. O aparece como un tonto. Si dejás una pausa de más es como si los actores estuvieran haciéndose los graciosos. ¡No lo puedo permitir! Todo eso lleva un trabajo bastante fino y delicado.

-¿Cómo es tu método de trabajo con los actores para que respeten tus normas?

Ensayamos y conversamos. En Chile, muchos diálogos se modificaron porque había palabras que no sabía cómo se decían en chileno. Yo había escrito en un chileno mucho más formal que el que debía ser. Camila Hirane, que fue muy puntillosa, me ayudó a modificarlo. En el momento del rodaje, cuando es un texto muy largo, estoy esperando que llegue el final de la toma conteniendo el aliento para ver si se van a equivocar o no (Risas). A veces eso es un poco angustioso porque el texto es largo y no tan fácil.

-Cuando terminás de filmar ¿sentís alivio?

Creo que sentí alivio cuando llegué a San Sebastián y me metí en el mar (Risas). Ese fue el momento en el que sentí que terminó la película. Hice todo y ya no dependía de mí, no había nada más por hacer.

Después de filmar siento un alivio muy grande porque lo que no está en el rodaje no va estar en la película. En el montaje, los primeros momentos son un poco angustiosos, porque ahí ves si lo que filmaste encaja y fluye una escena con la otra. Si todo eso arma una narrativa y tiene una coherencia. ¡Y si no te olvidaste de filmar algo! Si te falta un plano la escena no la podés armar. Lo que nos pasó en este caso es que terminamos un primer armado muy rápido, en tres semanas. Pero noté que la película estaba funcionando y nos quedamos tranquilos.

-¿Necesitás escuchar el texto en el montaje?

Mi momento favorito del trabajo es el sonido. Ahí puedo escuchar la película y apreciar si me suena bien, como si fuera una música. Puedo darme cuenta si un mensaje funciona escuchando más que mirando. Si tengo la escena sin diálogo no tengo ni idea de si va estar bien o no. Pero si escucho solamente la escena y sin ver la imagen puedo estar tranquilo. A veces ni miro: solo escucho.

-La música de las películas de Rejtman está también en las formas de contar los textos.

La música, la sonoridad, el ritmo. Busco que los diálogos tengan el ritmo que deban tener. En la primera función escuché una voz en off que quedó demasiado cerca de otro texto y me puse muy incómodo. ¡No sé por qué nunca lo modifiqué! Hay medio segundo que debería haberlo corregido… Me hizo un poquito de ruido. Pero ya me voy a acostumbrar (Risas).

Julia Montesoro

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