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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Ignacio Ragone y Juan Fernández dirigen «Chaco»: «El documental sirve para preservar la cultura indígena»

El jueves 20 de diciembre se estrena en el Cine Gaumont el documental Chaco, codirigido por Ignacio Ragone, Juan Fernández Gebauer y Ulises de la Orden que cuenta, a través de cinco hombres pertenecientes a distintas comunidades originarias del Gran Chaco, la historia de lucha de todo un pueblo, desde la llegada de los primeros blancos hasta el día de hoy.

Israel Alegre (designado por los chamanes como buscador de justicia después de la brutal represión que recibió su comunidad en 2002), Valentín Suárez (cazador, docente y cacique de ocho comunidades), Juan Chico y Laureano Segovia (historiadores) y Félix Díaz (uno de los mayores referentes mundiales en la defensa por los derechos indígenas) convergen en un relato desgarrador, que acercan al espectador a la realidad que padecen las comunidades aborígenes del norte argentino.

La película está filmada en Formosa, Chaco, Salta, Santiago del Estero, Buenos Aires, Bolivia y Paraguay, y hablada en qom, wichí, pilagá y castellano. Antes de llegar a Buenos Aires, fue exhibida en los Espacios INCAA de Salta, Tandil, Victoria, Tucumán, La Rioja y La Banda.

Juan Fernández Gebauer e Ignacio Ragone hablaron con GPS audiovisual acerca del proceso de rodaje de Chaco.

-¿Cuál fue el punto de partida para hacer el documental?

J.: Fue en el año 2010, a partir de una represión en la comunidad Potae Napocna Navogoh – La Primavera en Formosa, que terminó con la muerte de dos personas. A partir de eso hubo una serie de movilizaciones que llevaron a un acampe qom en 9 de Julio y Avenida de Mayo. En ese momento, nosotros estudiábamos en la Enerc, pasábamos todos los días por ahí y cuando nos acercamos para ver qué pasaba, descubrimos una problemática de la que no teníamos idea. Se trataba de gente que está viviendo en una situación de vulnerabilidad importante. Hasta ese momento para nosotros, por lo que habíamos visto en el colegio y por cómo nos habían educado, los pueblos originarios eran una imagen de Billiken de un tipo en taparrabos en medio del monte. Descubrimos que la situación no era así. Ulises de la Orden, docente nuestro, venía de hacer “Río arriba” y “Tierra adentro”, películas que tocan una temática similar, y entre los tres decidimos empezar un proyecto. El tenía un guión escrito sobre algo parecido. Y aunque de ese guión no quedó nada, ese primer impulso nos llevó a conocer antropólogos y gente que estudiaba la temática, y desde allí hicimos cuatro viajes de investigación y escritura de guión. Devinieron en un quinto viaje, que fue el de rodaje.

-Es un documental de tres directores: ¿cada uno cumplió un rol específico o interactuaron e intercambiaron tareas?

I.: Juan y yo, junto a los tres integrantes del equipo de filmación, hicimos el viaje al territorio para filmar. Ulises, que fue el motor del proyecto, se quedó en Buenos Aires.

-¿En qué momento decidieron por incorporar la animación como parte de la narración histórica?

J.: Durante el montaje. Si bien en la escritura del guión teníamos ganas de jugar con una imagen más contemporánea -tal como aparecieron-, surgieron como necesidad del montaje. Al hablar de las distintas masacres que sirven como pilares en la narración, nos dimos cuenta de que por distintos motivos no había registro. Estamos hablando de masacres donde se mató a 700 personas. Todo registro fue intencionalmente escondido. Solo había denuncias policiales de la época, que leímos junto a Juan Chico, el historiador qom que más se encarga de ese tema. Los registros de la comisaria de esa época son totalmente inverosímiles: parecía una sátira. Necesitábamos encontrar la forma de contar este lado B de la historia. Ahí nos encontramos con los animadores de la Untref, Dante Ginevra, Adrián Noé y Fátima Ferreto, y en varios encuentros fuimos encontrando la forma de contarlo. Queríamos una imagen moderna, y que a la vez remitiera a lo ancestral. Lo encontramos a través de técnicas de manchas con tintas, texturas naturales y animaciones digitales.

-¿Qué documental quiso hacer cada uno? ¿Cuáles fueron las diferencias con respecto al resultado final?

I.: Teníamos algunos pilares de trabajo: no queríamos un documental de entrevistas ni un documental netamente histórico. Y pilares desde lo observacional: algo de la intervención sobre la realidad, de pedirle a las personas que por un momento se vuelvan actores. Todo eso fue en plena construcción y mutación durante el rodaje.

J.: Lo fuimos encontrando. La realidad definió el resultado final.

I.: Hubo bastante acuerdo entre nosotros. Fuimos por un camino muy parecido. En los debates y en los desencuentros, siempre apareció la síntesis superadora. No existió tensión artística.

J.: En la posproducción vimos qué documental buscábamos. En ningún momento hubo conflicto. Más allá del potencial ego de cada uno estaba claro qué queríamos contar, cuál era el objetivo.

I.: Tal vez la figura de tres directores en un documental más personalista o íntimo pueda ser mucho más compleja, pero no fue el caso.

J.: Nos dicen cómo es dirigir una película a seis manos, y en realidad hubo mucha más gente que colaboró con el proyecto. Hubo mucho compromiso por parte de las comunidades y de gente que nos ayudó. Fue una experiencia horizontal, que fuimos descubriendo a medida que sucedía.

-Tratándose de una obra con numerosos testimonios de aborígenes, ¿cómo fue el proceso para que aceptaran participar del rodaje?

I.: Fue diferente en cada caso. El trabajo que hicimos con Juan Chico (que tiene una pata más académica y vive en una ciudad) fue una aproximación distinta que el caso de Laureano, que vive en Misión La Paz, un lugar muy recóndito de la Argentina, en otras condiciones, con otro idioma.

J.: Donde en ocasiones no podíamos llegar porque cuando crece el Pilcomayo aísla la comunidad.

I.: No hubo una forma común de aproximarnos. Nosotros siempre contamos que nuestra intención era hacer una película. Cuando eso se entendió –en algunos casos fue difícil- la relación fluyó. Creemos que las comunidades entendieron que hacer la película era importante para ellos también. Fue como un trabajo colectivo: no era “yo vengo a filmarte a vos”.

-¿Sintieron el rechazo o la negativa a participar?

J.: Hablamos de comunidades a las que el hombre blanco los persiguió y maltrató durante años. Y sí: generábamos desconfianza. Había cierta resistencia, miedo. Aun después de los cuatro viajes donde nos encontramos y hablamos del proyecto, mientras estábamos filmando por momentos se preguntaban si estaba bien confiar en nosotros, en quiénes somos o si teníamos relación con la policía. Esa tensión es parte del relato.

-En distintos momentos de la película se mencionan los abusos de la represión policial que los protagonistas padecen hasta hoy. ¿Ustedes también lo padecieron? ¿Hubo presiones o inconvenientes no previstos?

I.: Donde más sentimos la presencia policial y tuvimos más paranoia fue en Formosa capital.

J.: Allí sucedieron las últimas represiones importantes, que fueron contra la comunidad Nan Qom y La Primavera, en 2010 y 2012. Esa misma policía actualmente sigue ejerciendo el poder.

I.: Entraron en nuestro hotel. Había camionetas raras, no identificadas como de la policía, con gente de civil que bajaba el vidrio y nos preguntaba qué estábamos filmando. Nos revisaban el auto todo el tiempo.

J.: Mientras estábamos filmando en la casa de uno de los protagonistas, en el jardín, en el momento en que hablábamos de plantas medicinales (o sea, de cualquier cosa), se acercó un patrullero. Nos sacaron fotos sin permiso y nos tomaron los datos a todos.

I.: Eso aparece en la película.

J.: Nos llamo mucho la atención el abuso policial, y cómo uno termina sintiéndose muy paranoico. En Formosa hubo momentos en que sentimos que no podíamos hablar, aunque nos fuéramos enterando de todo. Empezamos a organizar qué teníamos que decir con cada persona. Manejan el miedo.

-El documental tuvo un importante recorrido por distintos festivales en el mundo a lo largo de un año. ¿Hay algún denominador común en las devoluciones que tuvieron?

J.: Sin importar la nacionalidad o el idioma, el público entiende que fue una película hecha con mucho respeto. En general gustó. Desde México –donde la problemática indígena está vigente- hasta Italia.

I.: Hay algo universal del racismo, del chivo expiatorio que tiene la sociedad, del odio a lo distinto, donde se conectan espectadores de cualquier lugar del mundo que pueden entender eso.

J.: Eso lo advertimos en Alemania, donde nos encontramos con un grupo de refugiados. El caso de ellos es a la inversa: viven en su territorio y no lo pueden sentir como propio.

I.: En lo personal, me pregunté si podían aparecer las críticas desde un lugar válido, como de antropólogos o historiadores, que pudieran darle algunas notas a la película que no hubiéramos visto. Pero nos sorprendió mucho que no pasara. Antes de terminar el montaje hicimos una pequeña proyección y la mandamos a personas por fuera del ámbito del cine en quien confiábamos. Esa devolución nos marco el termómetro de que estábamos bien encaminados.

J.: En cuanto al mundo de los festivales y las repercusiones, mucha gente rescató el valor cinematográfico: el sonido, el montaje, la dirección.

I.: Es llamativo que un documental gane premios en sonido, rubro que está más vinculado a la ficción.

-¿Cuál fue la recepción en las comunidades aborígenes?

J.: Desde que hicimos la película sabíamos que esa arista social era importantísima. Apenas la terminamos la llevamos a las comunidades para repartirla. Porque en muchos casos sirve para la divulgación de la lucha. Ayuda a darle credibilidad dentro de la comunidad, y sirve para reforzar la preservación de esa cultura. En el caso de Nam Qom nos decían “nuestros hijos no nos creen que esto pasó, porque no se acuerdan o porque no lo vivieron”. En una comunidad de Formosa vivimos una experiencia mágica: la exhibimos contra un paredón en una escuela, debajo del cielo estrellado. Hubo unas 250 personas viendo la película, que fue llegando en motito. Al terminar se hizo un silencio absoluto. Hay que tener en cuenta que para mucha gente es la peor experiencia de su vida. Así, con los tiempos del monte, con los tiempos de las comunidades y en su lengua, se armó un debate enorme. Nosotros los escuchábamos, aunque nunca supimos lo que decían. Hasta que decidieron compartirlo con nosotros. Entonces nos expresaron su agradecimiento.

I.: Siempre tuvimos claro romper con la lógica extractivista (la misma que tuvo el primer conquistador y que siguen teniendo un montón de empresas y estados), de ir al Chaco para hacer la película, viajar a festivales a pasear por el mundo y olvidarnos del tema. Teníamos claro que el ciclo se terminaba llevando la película allá y entregándola. Para eso se hizo la película: para nosotros es tan nuestra como de los protagonistas.

J.: El día que la proyectamos en la comunidad La Primavera, en el centro integral de la comunidad (un espacio donde hace unos años se hacían las asambleas, y que dejó de funcionar porque fue apropiado por una familia), durante la proyección llegaron y nos amenazaron. Logramos terminar a duras penas y tuvimos que escaparnos. Esa misma familia –claramente, punteros políticos- está amenazando a punta de armas a Félix Díaz para que abandone el lugar.

-¿A quién creen que está dirigido el documental?

I.: Hablamos bastante de ese tema porque no queríamos que quedara en el circuito de la gente “interesada”: estudiantes de Puan, gente estudiosa de la historia y algún que otro político. Debíamos hacer una película que le interese a cualquiera. Incluso a esa persona que dice “uy, qué aburrido, un documental de pueblos originarios”. En función de eso tomamos muchas decisiones de montaje, de ritmo. Decidimos que tenga poder narrativo. Nuestro espectador ideal es quien no tiene contacto con esta problemática, pero se interesa y la mueve. También confiamos en que tiene valor didáctico educativo, y nos imaginamos acercando esta película a las escuelas y a centros culturales.

-¿Qué creen que puede cambiar el documental a partir de su visibilización? A la vez, ¿qué cambió en ustedes?

 J.: Si logra generar un poco más de empatía y voluntad de poder convivir (entre nosotros, humanos y con el planeta en que vivimos) me sentiría realizado.

I.: Siempre existirá ese debate interno del cine: ¿tiene que cumplir con una utilidad? A partir de un documental, “Cowspiracy”, yo cambié mi alimentación y dejé de comer carne. Es un pequeño ejemplo de cómo una película puede intervenir en la vida de cada persona. Uno cuando estrena tiene esa pretensión: generar en el otro un cambio de actitud.

 

Norberto Chab

 

 

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