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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Fernando Spiner estrena «La boya»: «Es un ensayo con intenciones poéticas que representa mi propia historia»

El jueves 6 de diciembre se estrena “La boya”, película que su director Fernando Spiner define como “un ensayo poético”. Apelando a recursos visuales de singular belleza, a través de registros íntimos y directos, recupera rituales familiares y generacionales y resignifica su universo afectivo: Villa Gesell como pueblo adoptivo, con sus paisajes y sus habitantes; la amistad, a partir de los espacios compartidos con Aníbal Zaldívar; el arte en sus distintas manifestaciones, como la poesía o la pintura; las raíces familiares, el mar. Y la boya, como una alegoría sobre el camino recorrido, los desafíos por vencer y el paso del tempo.

Fernando Spiner dialogó con GPS audiovisual sobre “La boya”.

-¿Cuál fue el origen del proyecto?

Durante muchos años, junto con mi amigo Aníbal Zaldívar, en Villa Gesell poníamos una boya al principio de cada verano y todos los días nos internábamos mar adentro nadando hasta ella. Cada entrada era una vivencia muy poderosa, tanto desde el punto de vista físico como del sensible y el emocional. Empecé a preguntarme si era posible trasmitírselo a alguien que no tuviera esa vivencia. Al mismo tiempo, cuando empecé a frecuentar las charlas sobre poesía que daba mi amigo, sentí que entre las dos experiencias había una relación bastante profunda. Hace diez años, empezamos a pensar en la posibilidad de hacer una película con estas dos experiencias que ambos compartíamos.

-¿Qué representa Villa Gesell en tu vida?

Fui a vivir con mis padres cuando tenía 11 años. Hasta ese momento íbamos todos los veranos. Trasladaron la farmacia que tenían en Barracas para radicarse allí. Pasé de ser un chico de un barrio de la ciudad de Buenos Aires a vivir en un lugar donde no había asfalto, me sacaba las zapatillas en noviembre y me las volvía a poner en marzo. Fue un cambio radical en mi vida. Para la película, elegí una Villa Gesell recortada, la del barrio Norte donde vivimos, donde vi cuando abrieron la calle en el bosque para que mis padres pudieran construir su casa. Esa es la casa en la que filmamos.

-Se puede ver Villa Gesell en distintos momentos del año. ¿Cómo se estableció el plan de rodaje?

La idea de que estuviera dividida en las cuatro estaciones estaba en el guión. Obligadamente, armamos un plan muy diferente a lo habitual: hubo siete etapas de rodaje a lo largo de todo un año. Debimos estar atentos a las condiciones climáticas, para saber en qué momento del invierno era conveniente rodar. O a circunstancias puntuales, como cuando florecen los aromos, o cuándo podíamos entrar mar adentro.

-¿Cómo fue llevar a un guión situaciones imprevisibles, como el clima o el estado del mar?

La imprevisibilidad climática fue uno de los desafíos. En la gran entrada final para despedirse de la boya, antes de que la tormenta se la lleve, debía haber un clímax atravesado por una situación bastante épica. Eso solo podía hacerse en medio de una tormenta. Hubo que esperarla. Teníamos la protección de los guardavidas, y el acuerdo para poder entrar al mar. De las dificultades hicimos una virtud, porque esa escena le aportó a la película climas y situaciones marinas muy diferentes.

-Tu vínculo con el mar es uno de los aspectos salientes de la película.

Es un elemento muy poderoso en mi vida: me marcó mucho. En los años 80, cuando fui a vivir en Italia para estudiar cine, tenía un motorino -un ciclomotor que andaba a 20 por hora- y viajaba a Ostia, a 40 kilómetros de donde vivía, haciendo un viaje de dos horas por la autopista solo para quedarme unas horas mirando el mar, porque cada tanto me agarraba la desesperación de no verlo. Es una fuerza que con los años se fue haciendo cada vez más poderosa, a partir de este ritual. Al que obviamente no lo llamamos así, ni somos concientes de que lo sea.

-¿Cómo fue la filmación de imágenes subacuáticas, infrecuentes (casi desconocidas) en el cine argentino?

Todo lo que rodamos en el mar es parte de esa propuesta experimental que siempre tuve en claro. La propuesta no era hacer un documental submarino ni documentar un hecho meramente deportivo, sino construir una poética. Hicimos muchas pruebas, entrando con distintas cámaras. Rodamos con diferentes soportes: una gopro de alta definición con un lente adaptado, drones, distintos tipos de cámaras en estancos.

-El protagonista del documental es Aníbal Zaldívar. Si bien es el coguionista y además es poeta, no es actor. ¿Cómo fue su experiencia frente a una cámara?

Cuando le propuse embarcarnos en este proyecto ya estaba naturalizado, porque veníamos haciendo pruebas entrando al mar, con una pequeña camarita puesta en una vincha en mi cabeza. Eso nos permitió registrar momentos mar adentro, charlas que tuvimos relacionadas con su tema, que es la poesía. Y también vimos que esa subjetiva mía nadando era un modo muy poderoso de introducir al espectador mar adentro. Estas pruebas sirvieron para preparar a Aníbal: cuando llegó el momento de rodar ya estaba muy habituado a estar con cámaras. Fue una de las claves a través de la cual pudo lograr esa naturalidad que tuvo para hacer de sí mismo sin ser actor.

-¿Cuál fue su reacción al verse protagonizando una película?

Como guionista de la película, Aníbal pasó por un proceso de hacer algunos doblajes y de ir viendo algunos cortes. Cuando la vio terminada sintió la misma felicidad que yo. Creo que es de algún modo el fruto de nuestra amistad. Además, a los dos nos enorgullece que la verdad -que fue la iniciadora del proyecto y que estaba en la génesis- se mantuvo viva. La emoción que trasmite refleja mucho de esa idea genuina.

-¿Cómo fue el proceso de filmar no actores?

Estaba en la misma génesis del proyecto. Quise que fuera una película experimental. Y uno de los aspectos experimentales es la idea de que los actores, quienes llevan adelante la historia, son los verdaderos protagonistas de los hechos reales sobre los que está basada la película. Fue simple, porque los conozco desde hace muchísimos años, y les vengo hablando desde hace mucho de la película. Ese fue un plus, ya que se entregaron con mucha facilidad, con mucha confianza. Y pudieron leer poesía, e intentar ser ellos mismos, que no es sencillo.

-¿En qué modificaron la naturaleza y la espontaneidad de los habitantes de Villa Gesell (los del taller literario, por ejemplo) tu plan original?

Todo se fue adaptando a lo que la realidad nos ponía por delante. Es una de las características del proceso de construcción de la película, donde todo estaba sostenido sobre cuestiones verdaderas, muy al alcance de la mano. Algunas de ellas, siempre quise que estuvieran. Como el personaje de Romano (el que lee la poesía de Borges). Es una persona un tanto marginal, que cuenta que de pronto se sintió aceptado, y que nunca vivió la experiencia de ser parte de algo como la lectura de las poesías. El había participado en la filmación de “Bajamar” (con guión de Pablo de Santis y Fabián Bielinsky sobre una novela de Raúl Garcia Luna) a mediados de los 90. La participación de Pablo de Santis fue muy importante, para poder organizar la trama con puntos de giro y con el planteo de enigmas que después se develan. Fue un proceso de construcción muy diferente de una película, donde hay un guión que señala la propuesta inicial. En esta película nos fuimos dejando llevar por lo que fue apareciendo.

-Es una película dedicada a la amistad ¿y también al amor filial?

Aborda varios temas. Sin duda, la amistad es uno de ellos. Y también el amor filial, traído de la mano del amigo a quien yo voy a entrevistar. Es un punto de giro de la película, porque la desvía para el lado del reencuentro con mi padre a través de su poesía, y de ese acto de expresión artística que tuvo mi padre y que de algún modo lo hizo trascender, y lo hizo reencontrarse conmigo años después de haber partido.

Pero hay muchos otros temas presentes. El mar. El pueblo. El doble (las historias del que se quedó y el que se fue), vistas sin el estereotipo de uno se acható y el otro creció, porque en este caso el que se quedó es un ser adorable que pudo realizarse.

La película también reflexiona sobre el arte. Sobre la expresión artística como algo que puede llegar a cualquier persona, hacerla vibrar y hacerla trascender. Está abordado desde dos lugares bien distintos: por un lado, los artistas consagrados que han hecho de la expresión artística su modo de vida, y pueden reflexionar de un modo distinto sobre el arte y la poesía. Por otro, las personas que se acercan a la poesía y son capaces de vibrar y disfrutar de ellas de manera simple y llana.

Hay quienes no tienen una relación directa con la poesía, y sin embargo pueden vibrar y emocionarse leyendo una. Los mismos guardavidas son parte de una poética: todos los días frente al mar, que es una potencia simbólica muy poderosa.

-¿Qué representa la boya, y el ritual de nadar hacia ella?

Es el símbolo de lo que te mantiene a flote y te marca el camino, lo que le da sentido a la aventura de llegar hasta ella. Y que después genera la idea de que cuando viene la tormenta y se la lleva hay que hacer el duelo, prepararse y empezar de nuevo.

A lo largo de los años me fui dando cuenta del poder simbólico que tiene. De encontrarme conversando de la boya con los guardavidas. De la tristeza que se produce en la playa cuando una tormenta se la lleva. De lo significativa que es, que al llegar a la playa uno la busca. Muchas noches, cuando estaba por dormirme, escuchaba las olas y pensaba que estaba allá, mar adentro, sacudida por el movimiento del mar.

Cada verano, esté como esté el clima, salía a nadar cada día para ir a su encuentro, como una obsesión. Y es también aquello que marca el camino, a lo que uno puede aferrarse para no hundirse.

-¿La historia de la boya relacionada con tu origen familiar es real o es una recreación que sirve a la narración de la película?

Todo lo que hay está sostenido por vivencias reales, que son parte del aspecto experimental. La historia de mi abuelo fue recreada a través de Sergio Lerer, un actor del teatro idish muy conocido. Y hubo aspectos ficcionalizados y puestos en escena protagonizados por los verdaderos protagonistas. Ahí es donde la propuesta no termina de definirse si es documental o ficción. Para mí es un ensayo con intenciones poéticas que representa mucho más que una película, porque la hago en mi pueblo, con mi gran amigo, sobre mi padre con las poesías de mi padre, en la que participa mi madre, mi hermano, la farmacia de mi papá, y esos cuadros que marcaron parte importante de mi infancia.

-La película recupera o reescribe el vínculo con ancestros, entre otras cosas a través de fotos, de cartas, de lecturas. ¿Es también un tributo a tus raíces familiares?

La idea de poner la voz de mi bisabuelo prologando la película en idish no es un elemento menor. Es mi forma de vincularme de una manera muy fuerte con una tradición, con reconocer claramente el legado de los antepasados, la historia de cómo llegaron aquí, la historia de cientos de miles de personas. Y a la vez elegir un aspecto de esa cuestión que lo vincula con el hecho central de la película de una manera muy sorprendente. Nada de lo que estamos haciendo ahora está totalmente disociado de aquellos que nos precedieron y son parte de nuestra historia, y de algún modo nos marcaron inconcientemente. Siempre sentí mucha atracción por esa historia de mis ancestros: cómo vinieron a la Argentina y se trasformaron en esos gauchos judíos que poblaron el centro de la provincia de Buenos Aires (en el caso de mis antepasados, la localidad de Carlos Casares). Apareció de una manera muy genuina y natural, vinculado al tema central.

-¿Qué descubriste de tus raíces y tus afectos a partir de la película?

La poesía de mi padre. Pude valorarla en toda su dimensión, y colocarla en el centro de la trama. Gracias a mi amigo, quien me la acercó. De la misma manera que la leí en profundidad por primera vez, investigué la historia familiar, me introduje en mi pueblo, en mi vínculo con mi hermano y con mi madre respecto a su actividad como artista, en la idea de los mandatos paternos. Si bien no era un desconocedor de muchos de esos aspectos, haber hecho “La boya” me permitió confrontar con mi propia historia de un modo diferente como no me había sucedido nunca antes.

 

Norberto Chab

 

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