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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Natural Arpajou estrena su ópera prima «Yo niña»: «Al lado de las cosas extremas que viví, este relato es Disney»

Una nena de 10 años sacude con un “¡Cerdo capitalista, engranaje del sistema!” a un adulto que irrumpe en su intimidad para revelarle algo muy grave que ella prefiere no saber.

No es un gag, aunque parezca humorístico: es el resultado de su crianza. Ella lo dice tendida en su cama, una colchoneta tirada en un espacio mínimo, en un entrepiso de troncos de una cabaña sin agua ni luz, donde la civilización solo llega en forma de cartas manuscritas.

Está en su mundo, completado por la vida al aire libre entre los árboles, el río y el cielo, al que persistentemente le demanda un contacto extraterrenal que nunca llegará.

Es un retazo de la vida comunitaria que plantea Natural Arpajou, directora de “Yo niña”, su ópera prima recientemente exhibida en el Festival de Mar del Plata, que se estrena el jueves 22 de noviembre y desde el mismo título exhibe su intención autobiográfica. Filmada en Epuyén y Lago Puelo (Chubut) y en El Bolsón (Río Negro), a película describe la vida cotidiana de una pareja que se muda con la nena a la Patagonia para aislarse de las tentaciones de una sociedad que rechazan. En su universo no hay dinero, maestros ni medicinas. Pero conservarlo es una disciplina cotidiana que los lleva del supuesto estado de felicidad al sacrificio principista y extremo. Allí la niña, justamente, induce a reflexionar y a replantear a los adultos sobre esta forma de vida.

GPS audiovisual entrevistó a Natural Arpajou para conocer los detalles del rodaje.

-¿Cuál fue el disparador que te llevó a bucear en tu pasado para escribir sobre tu mundo infantil?

Me ocurrió algo muy puntual que me conmovió mucho, ya adulta. Y sentí que tenía que escribir algo autobiográfico. Empecé por un guión como de trescientas mil páginas, infilmable (ríe). Después empecé a poner el foco en lo que quería contar, porque cada vez que hablaba de mi vida era como si hubieran sido mil vidas. Hubo muchas cosas más extremas que no conté. Al lado de lo que viví, este relato es casi Disney.

-El relato no juzga: simplemente, muestra ese mundo con ojos de niña. ¿Dónde quisiste poner el eje de la narración?

Ahora está en boga romper con los paradigmas –como poner un nombre raro, o ser vegetariano-, pero nosotros, los hijos de esa gente que lo hizo antes, no lo vivíamos tan líricamente como ellos. Pero no quise juzgar, sino poner el foco en otras cosas. En padres que no estaban tan preparados para esta forma de vida. Y en lo que le pasa a esta niña con eso. Lo que está expuesto allí son mis miedos, ya sea al desamor o al abandono. Mi tema recurrente es el que se siente diferente, o el que se siente aislado. Ni siquiera me lo propongo: surge en forma intuitiva, desde la emoción.

-La protagonista, Armonía (Huenu Paz Paredes), convive sin conflictos aparentes con el mundo natural. ¿Cuánto hay de vos en esa forma de vivir?

A la manera de la familia de la película, no me importaba vivir sin agua o sin luz. Recién a los 15 años sufrí mucho no tener ducha. Pero cuando era más chica no me daba cuenta. La vida natural me parece superbién. En cambio, me preocupaban otras cosas. Para hacer ese tipo de vida tan extrema hay ser coherente. Si todos compartimos todo, no me como a escondidas lo que me mandó mi familia. Si todos tenemos sexo con todos, después no nos puede dar vergüenza decirlo. No es que haya sido mi experiencia personal: la película es un compendio de lo que fui observando en un montón de personajes.

-O sea que la película es autobiográfica pero no necesariamente autorreferencial.

No, porque es el resultado de la observación y la conversación con mucha gente. Cuando viví en comunidad tenía cuatro años, no me acuerdo mucho.

-¿Y cómo era estar en comunidad?

Vivíamos literalmente aislados, a cinco horas a caballo del último pueblo perdido de Neuquén. Ahora vivo acá: a mí no me sacás de la urbe de cemento. ¡Qué lindo es poder ir al cine, qué lindo es bañarme! Tengo una casa en la Patagonia, pero me quedo unos días y después quiero volver. Quiero filmar, quiero que me suene el celular (ríe).

-¿Cómo fue el proceso de mostrar esa forma de vida comunitaria sin que parezca artificial?

El plus de la película es que yo viví eso. Lavarse el pelo en el rio, juntar fruta, mancharse, treparse a los árboles. Lo que más disfrutaba era la naturaleza. Huenu, la nenita actriz, que vivía en el lugar de la filmación, venía manchadita y con el pelo enrulado. Yo buscaba eso. En una escena donde todos se estaban muriendo de frío, ella estaba enojadísima porque tenía que salir del agua para hacer la toma. Todavía se conserva algo de eso que viví en la infancia, aunque es mucho más urbano: ahora los padres de la nena tienen celular.

-Las viviendas aparecen también naturalmente, integradas al paisaje. ¿Cómo aparecieron?

Cuando salí a buscar la segunda locación me ofrecían ¡cabañas para turistas! No tenía nada que ver con lo que buscaba. Finalmente, la construyeron mi papá y mi hermano en cuatro días.

-Hay una referencia a Janis Joplin y un baile infantil con Palito Ortega sonando en un tocadiscos, íconos de fines de los 60. ¿Formaban parte de tu mundo?

Jamás escuché a Janis Joplin. Pero me retrotrae a mis 5 años, a unas fiestas extrañísimas en El Bolsón donde una mamá en lugar de contarnos cuentos infantiles nos decía que Janis Joplin había muerto de sobredosis. Yo vivía en ese mundo. En cuanto a Palito, busqué algo que rompiera con cualquier música bohemia.

-¿Cómo fue el desarrollo del trabajo actoral?

Andrea (Carballo) había hecho un corto conmigo (“Lo que haría”). En ese rodaje ella estuvo muy entregada: no le gustaba lo que estaba haciendo, pero confiaba en mí. Me gusta que el actor confíe: soy muy obsesiva del guión. No es lo mismo una palabra que otra. No es que un actor no pueda aportar, pero no me copa tanto que haya cambios. Si un director no es muy fuerte va a tener a setenta personas diciéndote su opinión. Y si no estás muy claro podés aceptar todas. Porque todas son buenísimas…pero para otra película.

En cambio, a Esteban (Lamothe) no lo conocía. Nos tomamos una cerveza, pegamos buena onda y me dijo “yo me entrego”. Cuando conoció a Andrea, lo primero que le dijo ella fue “te va a recontradirigir, no te va a dejar hacer”. Ensayamos bastante en Buenos Aires.

Después conocí a la nena allá. La elegí porque era un monstruito: cuando me junté con ella había leído el guión tres veces.

-¿Cómo lograste que sus padres aceptaran un guión con situaciones y escenas muy para adultos?

Ellos no tuvieron ningún problema de nada. Primero, porque son ese tipo de familia muy libre. Segundo, porque la nena tenía la capacidad de entender. Supongamos que el padre dijera “uno no puede romper la fragilidad de un niño”. Pero yo le decía lo que cada escena significaba para ella y lo entendía perfecto. Y lo que no entendía no se lo explicaba.

-¿Cómo llegaste a ella? ¿Qué te decidió a elegirla?

Ya había dirigido nenes: me encanta meterme en problemas (ríe). Como soy directora de casting, hice solita un laburo obsesivo con 600 nenas, de las cuales quedaron dos. Elegí a Huenu porque tenía la capacidad de entrar y salir del personaje. La otra nena era hermosa, pero quedaba muy triste cuando terminaba la escena. Me dije “a esta nena la destrozo en una semana de rodaje”. Huenu en cambio iba a la escena, jugaba, gritaba y cuando terminaba decía “quiero un pancho”. Teníamos encuentros de tres horas en los que no quería ensayar tanto, pero buscaba leer, jugar a las cartas, juntar frutas y de pronto decirle: “Che, ¿hacemos esta escena?”. Y se resolvía.

Después la junté con Andrea y con Esteban. Y la verdad es que ella les marcó el tempo. Les explicaba hasta si se equivocaban en alguna escena.

-Como en la película: el personaje maduro es ella.

Los adultos son dos personas que hacen lo que pueden. Pero ella puede más.

 

Norberto Chab

 

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