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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Sergio Wolf estrena «Esto no es un golpe»: «Si Alfonsín estuviera vivo, no hubiera podido hacer la película»

Un cineasta que está rodando un documental político acerca de un levantamiento militar contra un gobierno democrático, precisa incorporar al líder de los sediciosos como parte fundamental de la narración. Este especula con esa necesidad: pendenciero y contradictorio, parece aceptar la propuesta. Pero al mismo tiempo demora la resolución.

En la primera reunión, el cineasta llega a la casa del militar, quien acepta rápidamente, e incluso le ofrece convocar a sus camaradas de armas, conocidos como carapintadas. Algunas charlas telefónicas posteriores parecen contribuir al acuerdo. El director de cine, entusiasmado, hasta le ofrece las películas que componen su filmografía.

El día previsto para el rodaje llega el grupo de trabajo a la casa del uniformado: director, productor, camarógrafa.

“¿Pudo mirar mis documentales?”, sugiere el realizador, intentando componer la frialdad inicial.

“No. No me interesan tus documentales”, responde el otro, despreocupado por exponer su agresividad.

Lo que sigue es aun más descorazonador.

-Vení –le dice el militar al director, y lo conduce a la cocina de su casa. Allí lo esperan, amenazantes, cinco carapintadas que escrutan al visitante con ojos de desconfianza. La puerta se cierra.

-Convencelos a ellos de que participe de la película.

En los próximos 40 minutos, el cineasta escucha más de una vez el divagante eslógan de los insurrectos: “el gobierno marxista-leninista de Alfonsín”. Los carapintadas hablan al mismo tiempo. A los gritos. Lo ignoran. Finalmente, lo hacen salir: “Esperá afuera. Vamos a deliberar”.

Afuera está la realidad: un productor y una camarógrafa menos preocupados que molestos con la situación.

Cuando llega la respuesta, se termina el tiempo de los buenos modales.

-Decidimos que no vamos a participar.

-Bueno, filmamos con usted, nada más.

Vos no entendés: yo tampoco. Tengo un acuerdo con ellos.

-Mire. A mí no me banca Disney. ¿Ve esta gente que me acompaña? La estoy pagando yo. Hay un auto afuera esperándonos. Y un equipo técnico: también lo alquilé yo. ¿Usted cree que vine aquí para recibir su desprecio?

Algo se quiebra en la psiquis del militar. Sobre el fin de la conversación, pocos minutos después, deja una luz de esperanza: “llámeme la semana que viene”.

La situación parece el argumento de una película que se escapó de la película original. Esos días tensos de la negociación –un juego de cajas chinas que a su vez son una alegoría de otra negociación, mucho más trascendente para la historia de la democracia argentina- confrontaron al cineasta –Sergio Wolf– con el militar –Aldo Rico-. Y sintetizan las complejidades por las que atravesó Wolf para filmar “Esto no es un golpe”, documental político que se estrena el jueves 15 de noviembre en el cine Gaumont y en Arte Multiplex.

La película pone el eje en los sucesos de Semana Santa de 1987. El gobierno de Raúl Alfonsín tambalea por un alzamiento militar encabezado por Aldo Rico. Una enorme movilización popular y de todo el arco político, respaldan a Alfonsín. Esa tensión creciente se resuelve el domingo de Pascua, en una reunión que el Presidente mantiene con los militares sublevados y que se constituyó como un enigma, ya que Alfonsín da un discurso en Plaza de Mayo que genera la pregunta sobre si había negociado con los rebeldes. ¿Qué pasó en esa reunión? ¿Por qué Alfonsín dice lo que dice en ese discurso?

Wolf obtuvo los testimonios de Horacio Jaunarena, Julio Hang, José Luis Vila, Leopoldo Moreau y Adela Bigatti, además de Aldo Rico.

GPS audiovisual entrevistó a Sergio Wolf.

-¿Cómo surgió el proyecto?

En 2014 fui al cine club municipal de Córdoba para presentar “El color que cayó del cielo”, y empecé a hablar de los documentales que nadie hace. “Me gustaría ver uno sobre lo que pasó en la reunión de Alfonsín con Aldo Rico, en Semana Santa de 1987”, dije. Evidentemente en algún lugar adentro mío quedó la inquietud. Dos años después, mi productor Gabriel Kameniecki me preguntó por qué no escribía ese proyecto. Ese fue el punto de partida: empecé a escribir, a buscar y a investigar. A pensar en cómo contarlo, de tal forma que no fuera una película que arrancara con certezas sino con una pregunta. Entonces, se sumó Pablo Chernov como tercer productor. Lo escribi en cuatro meses, se presentó el proyecto en julio de 2016 y en febrero de 2017 se rodaron las dos primeras semanas.

-¿Qué materiales elegiste incorporar a este documental?

Incorporé textos que saqué de las memorias políticas de Horacio Jaunarena (N.R. “La casa está en orden”, 2011), o de Alfonsín (N.R.: “Memoria política: transición a la democracia y derechos humanos”, 2004). Allí encontré la idea básica: iba a ser una película con archivo y en forma de thriller político, únicamente con personajes que hubiesen estado en lugares de decisión. Yo no filmo periodistas, políticos, sociólogos o historiadores. Además hubo una serie de observaciones sobre cómo construir la figura de Alfonsín. Sin incluir sus intervenciones televisivas, o sus discursos generales, salvo los que tuvieran que ver con esos cuatro días.

-¿En cuánto se parece la película al proyecto original?

Se parece bastante a lo que escribí, aunque hay personajes que aparecieron y que no estaban en el proyecto. Fue el caso de José Luis Vila, que era asesor en materia de defensa. Un personaje lateral y más bien escondido de ese gobierno. Como todos los que están en el área de inteligencia.

-¿De la lista de personajes que elegiste quiénes decidieron no participar?

Margarita Ronco, la secretaria de Alfonsín. No quiso aparecer porque me dijo que siempre se tergiversaban las cosas. Me hubiera gustado, además, porque había pocas mujeres en la película, como había pocas en esa época de la política.

El carapintada Enrique Venturino tampoco quiso aparecer.

-Uno de los méritos de la película fue haber filmado en locaciones restringidas, como Casa de Gobierno o Campo de Mayo. ¿Cómo fueron las gestiones?

Muy complicadas. Al comienzo no estaban ninguna de las dos. Entonces tomé la decisión de abandonar el proyecto. No quería hacer una película de oficina: era muy importante estar ahí adentro.

Por un lado, en Casa de Gobierno se acababa de rodar “La cordillera”. Había sido un rodaje muy grande para la dinámica del lugar. Finalmente, por una gestión de Alejandro Gómez (N.R.: presidente del Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires), se pudo destrabar. No me dejaron filmar a la noche, como me hubiera gustado, pero pudimos rodar varios días.

El caso de Campo de Mayo fue más raro, porque al cabo de tres meses nunca terminaban de definirse. Entonces me dije: “Acá está pasando otra cosa. No quieren que filme aquí. No me lo van a decir, no lo van a poner por escrito, pero no quieren”. Entonces nos ayudó Agustín Campero (N.R.: Secretario de Articulación Científico Tecnológica de la Nación), cuyo padre había sido secretario de Industria del gobierno de Alfonsín, de familia radical. Filmamos con un coronel detrás de cámara supervisando todos los encuadres de la película. Y solo pudimos filmar lugares: no nos autorizaron a mostrar personas. Eso también empujo a terminar de tomar la decisión de cómo presentar los lugares vacíos. Para lo que quería ese coronel, el efecto que produjo esas guarniciones militares fue mucho más desolador que si hubiera gente.

-¿Qué cosas no previstas o no conocidas surgieron durante el rodaje?

¡Un montón! Muchas. Muchas. Los primeros cortes de la edición –un proceso de seis o siete meses, que hicimos con los productores- estaban encima de las dos horas. Pero no se le podían quitar los elementos aparentemente secundarios. Estrictamente sobre el foco político nuclear de la película, podía bajar el metraje. Pero quitaba la sal. Por ejemplo: si había armas en casa de gobierno. O la anécdota de Rico cuando cuenta que cree que lo querían encerrar en el edificio Libertador y se escapó por la escalera. Todas esas historias no estaban previstas.

Entendí muchas cosas cuando fui haciendo la película. El episodio de Semana Santa -más allá de los antecedentes y las consecuencias- tenía un problema esencial: no se sabía lo que había pasado en la reunión con Alfonsín. Por un lado, porque él mismo siempre le bajó el precio. Pero además, porque nosotros sabíamos -sobre todo a través de la televisión-, cómo había empezado el episodio y lo que vino después: la movilización, la marcha, el recital en la Plaza de los Dos Congresos, Campo de Mayo, el final. Pero todo lo que pasó en el medio no apareció. El gobierno se había mostrado inexpugnable a mostrar nada de lo que fueran las negociaciones. Yo necesitaba que la película trabajara en esa zona: era el corazón del relato. Había que construir una trama de lo que no se había visto. Todo eso es nuevo.

-¿Te interesaba Semana Santa antes de hacer la película?

Me interesa la política. El documental político. Al terminar la segunda exhibición de la película en BAFICI, subiendo la escalera, me encontré con Inés Pérez Suárez, diputada peronista. Me dijo: “Qué bueno el documental, necesitamos que hagas el de La Tablada” (N.R.: Copamiento del cuartel militar de La Tablada por un comando guerrillero, ocurrido en enero de 1989, que dejó 39 muertos). No me interesa para nada: ni ése, ni la mayoría de otros. Ya hice éste. Necesito que exista una trama, un relato, personajes, más que contar hechos. Acá era importante el desafío de construir a Alfonsín sin estar vivo. Si Alfonsín viviese, no hubiera podido hacer esta película. No hubiera sabido cómo entrevistar a un presidente.

-¿Qué debe tener un documental para que te interese?

Me interesan los documentales a partir de historias que tienen agujeros. Cuando hay un agujero por el cual se puede entrar es porque no está bien contado o no se conoce bien. Allí hay una zona para que el cine se meta. No para contar la verdad, porque no creo en eso: es probable que los personajes digan tantas verdades como mentiras.

En este caso, hubo un problema con el cual no me había enfrentado nunca: la clase de personajes que son los políticos. Me interesan los personajes que no se dan cuenta de que los están filmando y que hablan. Un político es como un actor. Tiene muy metido y muy presente qué está en in y qué en off. Y eso para el documental es un problema. Porque uno está buscando el off. Uno tiene que esperar que esa verdad del personaje emerja. Es el caso del modo de hablar de Rico, más allá del personaje, el imán de su sarcasmo o de su violencia.

-¿Había película sin Rico?

Nunca me imaginé la película sin él. Sin Alfonsín ni Rico es una película experimental, un programa de un canal de cable. La negociación con él duró cuatro meses. Le preguntaba por qué iba a la tele cada dos semanas, donde le ponían el tigrecito o lo amenazaban con agarrarse a trompadas. En cambio, no quería filmar. Le aseguré que no pondría una voz en off, ni la confrontaría con otra, ni le iba a agregar sonido o música. El no sabía muy bien por qué. Algo de esa tensión quedó muy impregnado.

-¿Qué hacías vos en aquella Semana Santa?

Estuve en la plaza. El sábado y el domingo. Fue muy perturbador. Varios cineastas más jóvenes que yo me dijeron una frase impresionante: fue la única vez en la vida democrática en la que yo me sentí parte de algo. La idea de un colectivo que no tiene que ver con un partido, como una gesta. Me fui desencantado. Creo que muchos no entendimos lo que había pasado. Por qué dijo lo que dijo.

-¿Y por qué creés que dijo lo que dijo?

En la película, (Dante) Caputo dice que la operación de inteligencia de los carapintadas activó e instaló la idea de que Alfonsín había negociado. No me interesaba particularmente desactivar esa idea, sino saber sobre Alfonsín. Pensé mucho en él. En lo que pasa por la cabeza de alguien que tiene que tomar una decisión en ese lugar y en esas condiciones. El primer discurso del domingo de Pascua es extraordinario. Antes de ir a Campo de Mayo, dice: “dentro de un rato voy a volver con las soluciones, entonces ustedes podrán volver a sus casas, darle un beso a sus hijos y en ese beso decirles que estamos garantizando la libertad para el futuro”. ¡Cómo ese tipo hablaba del beso a sus hijos! Busqué mucho el Alfonsín ése, íntimo.

-¿Qué nuevas lecturas encontraste en la película una vez terminada?

Que inauguramos la década del 80. Corrimos la página de los 70. Como las embarazadas que solo ven embarazadas: cuando empecé a trabajar, ya sabía que Santiago Mitre estaba haciendo una ficción sobre el juicio a las Juntas. Hay otro documental sobre el mismo tema. Y una biografía de Alfonsín.

-¿Para qué te sirvió hacerla?

Para entender. No concibo hacer una película con temática política para validar lo que yo creo. No me interesa. Ojalá que sirva para que otras personas repiensen aquello que pensamos muchos durante muchos años, sobre la gran incógnita que dejó el episodio de Semana Santa: Alfonsín, ¿ganó o perdió?

-Alfonsín, ¿ganó o perdió?

Caputo decía -por ahí, exagerando-: no pasa un día en que no me pregunte lo mismo. ¿Se salvó la democracia y se perdió el gobierno? ¿O simplemente fue una mala decisión y se podía hacer otra cosa? Nunca lo sabremos.

 

Norberto Chab

 

 

 

 

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