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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Martín Farina estrena «Mujer nómade»: «El sexo en la etapa adulta es un tabú que la sociedad oculta o deja de lado»

El domingo 21 se estrena el documental “Mujer nómade”, dirigido por Martín Farina. Se trata del complejo abordaje de la vida de Esther Díaz, epistemóloga de casi 80 años que analiza los cánones de la sexualidad y el placer en la cultura patriarcal, con el posporno como perspectiva trasformadora. El resultado es una obra perturbadora, opresiva y a la vez vital, en la que coexisten goce y tragedia; sexo y muerte.

GPS audiovisual entrevistó a Farina para hablar de “Mujer nómade”.

-¿Cómo se conocieron con Esther Díaz y cómo surgió el proyecto?

Nos conocimos en el programa de radio La Otra -que conduce Oscar Cuervo-, del cual formé parte durante seis años. Había sido la jefa de cátedra donde Oscar cursaba la carrera de filosofía, y visitaba el programa una vez al año. Venía para hablar de filosofía y también de cine, sobre el cual sabe muchísimo. Un año coincidió en que ella vino a la radio en el momento en que yo acababa de terminar una película con Raúl Perrone. En esos días estaba muy entusiasmado con lo que había hecho. Al encontrarnos, ella me contó, muy avergonzada, que no había podido ver una película que yo le había mandado el año anterior. Me sorprendió mucho, porque me parecía de una honestidad muy extraña para la relación que teníamos. Pero estaba realmente muy conmovida. Ese acto de intimidad que tuvo conmigo -había muerto su hija y ella me lo contó en ese momento- me hizo sentir como que había algo que podíamos llegar a investigar por ese lado. Le mandé mis trabajos, y cuando los vio le pregunté si aceptaba hacer una película.

-¿Qué película querías hacer?

Mi objetivo era ver de qué modo la filosofía atraviesa un cuerpo.

-¿Cómo se desarrolló el proceso de filmación? 

En diciembre de 2015 empezamos a tener charlas. Yo iba a la casa para tomar notas y grabar: con esos elementos armaría el guión. Fui entre tres y cuatro veces por semana desde la mañana, y también compartíamos los almuerzos, hasta fines de marzo del año siguiente. Cuando terminó ese proceso ella tenía muchas ganas de empezar a filmar. En uno de los últimos encuentros me dijo: “Traé la cámara que te quiero contar algo, pero lo quiero hacer en cámara”. Seguramente se quería probar, ver cómo funcionaba. Lo cierto es que me contó lo que terminó siendo la introducción de la película: esa escena tan fuerte donde ella cuenta su intento de suicidio. En ese momento me di cuenta que había algo fuerte, y a partir de eso empecé a investigar las posibilidades técnicas de filmar la relación de ella con su pasado y las actividades del presente.

-¿Se trabajó con un guión o una línea argumental previa?

El guión se respetó muchísimo. Pero fue adaptándose. Fue lo suficientemente flexible para poder permitir que la espontaneidad con la que Esther desarrolla cada una de sus acciones entre en el guión. Todo lo que estaba pensado existió: se hicieron los viajes que había que hacer. Las escenas que había que hacer. Pero todo en una lógica que tenía que ver con el encuentro con el cuerpo de Esther, no con la idea de quién es ella. Se construyó mucho a partir de ahí.

¿Hubo algo no previsto que surgió en el momento del rodaje?

Llevó un trabajo importante encontrar la voz que ella encarna. Es una voz que no es la natural de ella. El tono de los relatos lo encontramos trabajando juntos.

-Muchos de sus monólogos son dolorosos, descarnados. ¿Cómo se trabajó en esas escenas?

Las escenas de mayor trabajo dramático se grabaron entre siete y diez veces. Solo una escena es muy espontánea: es aquella donde ella actúa puntualmente, donde está disfrazada. Los textos en off también se grabaron muchas veces, hasta encontrar el tono indicado. En ese sentido, la película convive con una puesta en escena que empuja del documental hacia la ficción y viceversa. Y me parece muy interesante eso, porque el efecto de verdad que tiene es potente, pero también trabaja a partir de la puesta en escena. Con lo cual el personaje de Esther Díaz -si bien por supuesto que es real, y lo que sucede es real-, es construido, un poco en el montaje, un poco en el guión y un poco en la manera de filmar la repetición de las escenas.

-¿Cómo fue trabajar con una no actriz?

Ella se construyó como personaje rápidamente. Pudo verse desde afuera. Entendió que era un trabajo artístico. Y eso logró de algún modo objetivarse como para poder trabajar con otro margen de libertad, sin verse afectada porque era su vida porque también estaba construyendo un personaje.

-Hay un trabajo muy destacable en el montaje. ¿En qué consistió el proceso?

El montaje fue posterior a la filmación de la película. En general suelo ir editando mientras filmo. Pero en este caso preferí esperar, porque sabía que en algún momento iba a querer terminar, porque era muy exigente el rodaje para ella. Entonces filmé casi todo y después edité la película entera. Tuve algunas devoluciones y recién ahí hice algunas retomas puntuales, más que nada para darle una toma final al montaje. El montaje lo hice yo. El equipo técnico fue muy reducido: por momentos estuve solo, porque era difícil filmar algo tan dramático.

-Un tema perturbador es el sexo a los casi 80. El cine nunca lo expone, y mucho menos lo exhibe.

El sexo en la edad adulta es un tema tabú para la sociedad. Probablemente tenga que ver con una cuestión estética: no lo sé bien. Tal vez tengamos ciertos reparos con vernos grandes. La sociedad en general endiosa como única época de esplendor a la juventud: todo está orientado en esa dirección. Las publicidades del consumo de casi todos los productos, salvo que sean específicamente para adultos, están orientadas a la juventud como la realización de la humanidad. En ese sentido, el deseo y el goce, el placer de personas grandes es dejado de lado u ocultado.

Yo tenía muy claro eso por dos motivos: primero por esto que te cuento y segundo porque Esther Díaz es bastante conocida por una faceta de su vida que tiene que ver con que ella fue una mujer golpeada, una mujer que es un ejemplo de superación en la vida, porque no la dejaron estudiar de chica, porque estudió la secundaria a los 30 años, se recibió de profesora de filosofía a los 40 y de doctora a los 50. O sea que hizo un recorrido de adulta, con padres analfabetos, de una generación muy dura, donde la mujer era totalmente relegada

Ella en la película cuenta cosas muy fuertes de su madre, que fue totalmente represora con ella, y saliendo de ese lugar de represión esa figura de Esther es bastante conocida –por lo menos en el mundo académico- pero ella fue bastante reprimida con la otra faceta de ella que me parece más interesante, que es su perspectiva del placer y del deseo y de cómo ejercitar una filosofía conceptual que es del cuerpo. Y yo quería reflejar ese lado, porque me parecía que era justamente el lado que no se quiere mostrar.

-¿Cómo se generó la escena del encuentro sexual y de exhibir su cuerpo?

Decidimos hacer una escena de sexo que también implicaba un riesgo, porque era transitar ese límite difuso que puede existir entre la pornografía y lo político –el cuerpo es político pero también puede ser leído como pornográfico-. Asumí ese riesgo, esa responsabilidad, sabiendo que era una escena de ficción, que trabajábamos con un actor. Pero también quisimos reflejar el deseo de Esther respecto de ese cuerpo masculino (no puntualmente el del actor sino en general). Sobre los cuerpos jóvenes que, como ella misma dice, son su objeto del deseo. Y me parece que logramos tener una escena donde conviven perfectamente ficción (en el sentido de que no se conocían) y realidad, porque hubo un contacto, y un goce, y aunque no hubo penetración, el encuentro de los cuerpos sucedió. Me pareció importante trabajarlo con esa intimidad.

-Estrenaste en el Bafici. ¿Qué devolución tuviste del público? ¿Qué cosas advirtieron que vos no?

El público queda mucho más conmovido, shockeado, impactado por la película de lo que yo me hubiera imaginado. Se ve que me familiaricé tanto con el material, con la película, con Esther (trabajé con mucha libertad con ella), que perdí la dimensión de la intensidad de las cosas que se dicen. En todas las proyecciones que hubo (el Bafici y también en Córdoba, Mendoza, el Conti, el Fidba) pasó lo mismo. Y también tuvo un impacto grande en el público de cine. Probablemente lo que menos esperaban de una película sobre una filósofa es esto. En ese sentido, yo no soy ingenuo: sabía que estaba haciendo algo así. Pero no que impactaría tanto a la gente.

Norberto Chab

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